Capítulo 19: Otra tumba falsa

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-¿Es en esta sierra?-preguntó Félix mirando la pequeña montaña con recelo y desconfianza. Ciertas fuentes que habían encontrado, les habían prometido la ubicación del último alquimista y antes de cerciorarse por otras fuentes, Griselda prefirió ir ella y comprobarlo con sus propias manos. Aunque, admitía que estaba cansada de toparse siempre con lo mismo y no conseguir más que tumbas falsas o alquimistas de la tierra muertos.

-Por las coordenadas parece que sí-le informó Katia cruzándose de brazos luego de mirar la hoja con las indicaciones.

Koria le pasó un brazo por la cintura mientras observaban hacia arriba y veían como Griselda comenzaba a escalar.

En ese momento, se arrepintió de solo tener alquimistas con poderes caóticos y no uno de la tierra o las plantas que pudieran derribar las montañas y ver más fácilmente si eran o no, las tumbas.

Tal vez, debió haber dejado medio muerto a Erde y obligarlo a través de torturas a crearle un sistema de escalada o algo así como para poder moverse, al recordar el sistema increíble que había hecho en el pasado para esconder la Piedra Filosofal.

-¡Oye, dragona! No vayas a caerte-bromeó Koria riendo junto a Katia, quienes estarían contentos de que cayera de espaldas y del golpe se desnucara.

Griselda profirió una maldición por lo bajo, detestando con su alma a aquellos payasos, y pensó que cuando terminara de usarlos les arrancaría los ojos y los degollaría.

Se limitó, de espaldas, a levantar el pulgar en modo aprobatorio y siguió escalando con el arnés pegado a su cuerpo y sus manos sosteniendo cada piedra sin intensión de apretar y romperlas.

Sin embargo, la piedra filosofal que yacía dentro del compartimento en el cinturón que llevaba abrochado a su pantalón verde, la hacía sentirse más segura.

En ese momento, se encontraba en el estado líquido y si bien, seguía sintiendo las maravillosas sensaciones que le provocaba, admitía que había algo raro. Aunque, era lo más seguro que pasara. Aquella piedra había sido creada por Ekatherina, una alquimista de piedras preciosas, especialista en ello, y Griselda solo era una alquimista de fuego que conocía mucho sobre química y podía gracias a ello cambiar de estado a cosas un poco difíciles de hacer. Lo único que esperaba era que funcionara su plan.

-¡Félix!-lo llamó sentándose en un pequeño descanso: una roca lisa protuberante que parecía un escalón de tierra.

-Sí, cariño-le contestó dulcemente y ella miró el cielo intentando aguantar las ganas de vomitar.

-¿Dónde debería estar la abertura?

Se asomó acostándose sobre la piedra y él tomó la hoja de entre las manos de Katia, quien lo miró mal.

-A un metro sobre tu cabeza-le gritó, ya que estaba suspendida a cinco metros de altura y el viento, que ese día soplaba fuerte, no los dejaba escuchar bien.

-Bien-dijo saltando y aferrándose a la roca nuevamente.

Un metro sobre su anterior posición. Allí, había una inscripción parecida a todas las que había visto en las demás tumbas, como una especie de segmento de línea, pero siempre cambiaba.

Por supuesto, Griselda le iba tomando fotos, registrándolas, pensando que quizás algo tenían que ver.

Luego, clavó un cuchillo en la abertura que encontró en la roca e hizo palanca tirando hacia atrás. Una puerta de hierro, llena de musgo y óxido se abrió de par en par y un vaho de podredumbre impregnó las fosas nasales de Griselda, haciéndole recordar todas las veces que había estado en la misma situación y se preguntó, desde cuándo su vida se había vuelto tan miserable al punto de estar profanando tumbas. Pero luego, recordó que siempre había sido una miserable y que en realidad, ese era su mejor momento.

Qué vida asquerosa, pensó enojada y encajó un palo en la tapa del ataúd de piedra.

Si antes el olor era fuerte, en ese momento le ganaba con rotundidad. Griselda frunció el ceño y con pocas esperanzas, vertió por primera vez, la piedra en estado líquido en un muerto.

El cadáver brilló y sus rasgos volvieron a la vida.

-¿Cómo es esto posible?-se preguntó el alquimista con voz de ultratumba y miró a Griselda con horror-Asique es cierto... ¿Estás sacando del limbo a los muertos?

-Hasta los muertos se enteran de mi-se congració sin creerlo-Escucha anciano, una sola pregunta ¿Eres Aurum?

El viejo negó con la cabeza.

-Niña... Deja de meterte en donde alguien vivo no tiene lugar-exclamó este con dificultad y Griselda, empezó a derretir la Piedra, para pasarla al frasco.

-No me interesa Dios, ni nada de esas cosas humanas normales.

-No me refiero a ningún ser creado. Hay cosas que nunca entenderemos y no debes meterte donde no entiendes...-exclamó con su último aliento, cuando ella retiró toda la Piedra de su sistema y el cuerpo volvió a ser un vejestorio.

Ella suspiró.

-No entiendo, ni me interesa hacerlo. Aún no estoy muerta-murmuró importándole poco, pero algo en el fondo, sobre lo que dijo el alquimista le había creado un poco de incertidumbre. Sin embargo hizo caso omiso y luego, salió de la cueva y llamó a los demás.

-¡Nos vamos! Otra tumba falsa-sentenció.

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