Capítulo 10

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Durante semanas, Hermione y yo tuvimos que buscar nuevos lugares donde poder vernos sin ser vistas por nadie, procuramos no ir siempre al mismo lugar. A veces íbamos a la torre de astronomía donde recordábamos el "primer beso" (consentido por las dos) que nos dimos. Otras muchas veces, la gran mayoría, nos veíamos en el cuarto de baño de Myrtle "la llorona", pero no pudimos volver a nuestra habitación creada por nosotras en la sala de los menesteres ni disfrutar de horas interminables en la cama que ocupábamos. Todo eso se acabó y no tuvimos más remedio que reducir nuestro deseo en besos y manos inquietas recorriendo un sendero conocido ya de memoria.

Por otro lado, nuestro miedo a ser descubiertas, la mayoría de veces lo olvidábamos, ya que habíamos descubierto ser buenas actrices en ese aspecto. Aunque alguna vez jugábamos con fuego al enviarnos alguna nota con el sitio y la hora donde nos veríamos, o en mitad del pasillo, entre los cientos de alumnos que iban y venían, tocábamos nuestras manos con unas ganas locas de poder estar cerca.

Y creo que alguna vez se nos pudo pasar por la cabeza el descubrirnos, el que todos se enteraran de que salíamos juntas, pero al momento sabíamos que sería un gravísimo error y correríamos el riesgo de ser separadas para siempre, así que ante eso, solo podíamos elegir ocultar el secreto.

Incluso en una excursión a Hogsmeade estuvimos tentadas de vernos, de ir juntas, de buscar una tonta excusa para acercarnos, pero finalmente tuvimos que conformarnos con miradas y sonrisitas furtivas.

Y cuando llegó Navidad, Hermione volvió a sorprenderme por enésima vez cuando quedamos para despedirnos y desearnos felices fiestas: llegó con un regalo. Yo le dije que no tenía por qué comprar nada, pero ella me explicó que no lo había comprado sino que era un objeto que llevaba consigo desde la infancia y que tenía mucho valor para ella. Igualmente yo me negué a aceptarlo argumentando que yo no era nadie especial como para quedarme con algo tan importante para ella, a lo que rebatió llamándome tonta y diciendo que soy más especial para ella de lo que puedo llegar a creer. Yo me contuve las ganas de decirle que para mi ella también era especial. Demasiado especial. Pero decir esas cosas no se me dan bien, al igual que oírlas. No estoy acostumbrada a estos actos de amor y cariño.

El objeto era un collar que se quitó de su propio cuello, el cual ya se lo había visto más veces. Era un simple aro dorado dentro de una cadena dorada también. Ella me explicó que fue un regalo de su abuela al nacer y que le encantaba. Y ahora quería que yo lo llevara. No sabía qué responder ante este regalo así que contesté como mejor pude: dándole un abrazo. Un abrazo sincero, como jamás he dado en mi vida.

Le dije que yo no había pensado en ningún regalo porque era así de desastre, pero no tardé mucho en saber qué darle. Ya que esto iba de regalos especiales, me saqué un anillo negro que llevo conmigo también desde pequeña, cuando una de las pocas veces que me atreví a entrar en la habitación de mi madre en casa de los Malfoy lo encontré en una caja llena de joyas. Había anillos mejores, mucho más brillantes y con diamantes preciosos, pero yo elegí este por su simpleza, me encantó desde el primer momento en que lo vi y lo hice mío. Ahora es de Granger. Se lo coloqué en su dedo anular y de forma graciosa, pero totalmente en serio, le hice saber que ella era mía para siempre, pasara lo que pasase.

-¿Me acabo de convertir en señora de Black? -preguntó divertida.

-Por supuesto -respondí con contundencia.

Hermione rió y me besó.

Cuando nos fuimos a casa a pasar las navidades, me emocioné con la idea de encontrarme allí a mi madre, hubiera sido un bonito regalo de navidad, pero mi tía Narcissa me explicó que no sabían dónde se ocultaba desde que salió de Azkaban. Me preocupaba no tener noticias suyas, pero estaba segura de que mi madre sabía cuidarse ella sola y que estaría a salvo allá donde estuviera escondida.

Después nos tocó esperar dos semanas para poder vernos Hermione y yo de nuevo, así que la sorprendí enviándole una carta desde la mansión, una noche para que nadie lo viera. Lancé a mi lechuza al vuelo con una carta atada a su pata. En esa carta le decía las inmensas ganas que tenía de verla, de besarla, de abrazarla, de mirar esos ojos marrones que tanto me gustan. También le confesé que todas las noches dormía con el collar en la mano y al día siguiente, al olerla, tenía impregnado su aroma. Es una cursilería, le dije, pero es mi única manera de hacerle saber lo mucho que me importa y que creo que ella tampoco se llega a creer aún.

Al final de la carta le pedía que no me respondiera ya que, corría el riesgo de que Lucius la cogiera antes que yo.

Definitivamente, esas navidades fueron muy distintas para ambas. 

Con la sangre no se juegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora