Capítulo 11 ( Parte I )

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La primera sensación al despertar es el intenso dolor en el cuello, seguido de cientos de agujitas colgando de mi entumecido brazo. La luz del sol entra por la ventana, el brillo hiere mis ojos sensibles por el llanto y las escasas horas de sueño.

Escucho el leve murmullo de Sofía en la cocina, creo que la televisión está encendida. Me incorporo sobre la cama y el teléfono inalámbrico cae a mi regazo, los recuerdos de mi conversación con Dimas estallan contra la sábana.

Hablamos hasta el amanecer cuando dijimos que necesitaríamos dormir un rato. Me habría gustado que peleáramos, pero nada de eso sucedió. Fue como en los viejos tiempos cuando éramos los mejores amigos y además nos amábamos, una plática sin sentido y con todo el sentido del mundo. No sé cómo explicarlo. Recordamos a amigos de la preparatoria, asignaturas del colegio en las que éramos buenos o malos, mis intentos con la guitarra que jamás dieron resultado y un sinfín de fiestas a las que asistimos.

Incluso cantó en el teléfono, por una fracción de segundo creí que de nuevo tenía dieciséis años. Debimos pelear, una discusión horrible porque así no sentiría esta pesadez en el pecho.

No ha mencionado a Eric y yo tampoco a Minerva, fue como si no existieran; pero ahora, con esa molesta luz del sol desparramándose en mi habitación, sé que son reales y todo lo que eso implica.

Por otro lado, antes de despedirse me ha dicho que tiene que hablar de algo muy importante conmigo. Primero he creído que era sobre nosotros, pero me dijo que es algo que no se relaciona conmigo o al menos no de forma directa. No quiso decirme más y ya estaba muy cansada para insistir.

Me arrastro fuera de la cama con la firme convicción de comer algo y regresar a dormir. Me detengo en el baño para lavarme la cara y los dientes, tampoco quiero espantar a Sofía con mi aspecto desvelado. El cabello es un desastre, supongo que un poco de terror por la mañana la ayudará a mantener el buen humor durante el día.

Sofía está riendo cuando entro a la cocina, creo que observarme cubrir mis ojos de los mortales rayos del sol hace reír a cualquiera. Tropiezo con la silla, maldigo por lo bajo, camino a ciegas hasta el otro lado de la cocina y consigo llegar a la repisa sin más heridas.

—Buenos días —saluda mi amiga—. ¿No dormiste bien?

Intento descubrirme por completo los ojos sin conseguirlo por culpa del maldito ardor.

—No...

—¿Y eso?

La televisión está apagada, puedo verlo entre mis dedos.

—Larga noche.

Acepto la taza de café que me entrega Sofía, mis ojos permanecen entrecerrados muy lejos de la luz solar.

II. La Melodía de Aura 2 - ObsidianaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora