La casa de playa

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Durmieron hasta pasado el medio día y luego de tomar un bañó se fueron reuniendo poco a poco en la sala. Los primeros en llegar fueron Juan y Adolfo, luego Mónica y Arminda, Humberto y Jorge y, por último, las incipientes parejas que resultaron de la noche del viaje; Rebeca y Leonardo, y Anabell con José luis. Cuando estuvieron todos, Mónica propuso un tour para conocer la casa.
-¿Que hace su papá? -musitó Rebeca mientras recorrían el salón de juegos, donde resaltaba una impecable mesa de billar.
-Es político, o algo así -aclaro Juan.

-Ah.
La casa era un enorme catálogo de lujo y buen gusto y, aunque nadie lo comento, todos se preguntaban ¿qué hacía Mónica como compañera de ellos en esa escuela clasemediera?

-Oye Mónica, mientras mejor conozco tu casa me pareces más guapa -bromeó Leonardo cuando estuvieron de vuelta en la gran sala -, y eso que todavía no vemos la alberca.
-Eres un idiota -replicó Mónica entre risas.
Luego salieron a la terraza, ahí estaba una gran alberca con forma de ameba, donde flotaban cientos de flores que pacientemente iba sembrando una muchacha. Era imposible no sorprenderse; no dejarse caer en las poltronas de mimbre, bajo unas sombrillas de paja.
Aunque estaba el día un poco nublado, el calor invitaba a arrojarse en la alberca.
-Solo faltan unas sirenas -dijo Humberto.
-¿Y nosotras qué somos? -pregunto Arminda, al tiempo que regalaba a Humberto una sonrisa.
Humberto se quedo pensativo mientras los demás continuaban con las exclamaciones de sorpresa, ahora recargados en las barandas de piedra volcánica del mirador. La casa estaba construida al borde del acantilado y abajo, las enormes salientes dejaron espacio para una pequeña playa privada, a la cual solo era posible llegar por mar o por la extensa escalera que serpenteaba desde la casa. Además, semi empotrado en los arrecifes, había un pequeño muelle donde aparcaba una lancha con motor fuera de borda.
-¿Sirve la lancha? -pregunto Juan.
-Claro -respondió Mónica envanecida por tanto asombro, un día vamos a esquiar.

José luis hizo como que empujaba a Jorge hacía el desfiladero y se escucho un tremendo alarido. No fue Jorge quien grito, él ya estaba acostumbrado a ese tipo de bromas. La del grito fue Anabell. Estaba blanca y temblorosa.

-Fue una broma -aclaro preocupado José Luis.
-Ni de broma hagas eso -dijo Anabell.
Los demás guardaron silencio, aunque en el fondo aquella reacción les pareció exagerada. Sin embargo, aun después de varios minutos en la cara de Anabell permanecía el rastro de un terror tan breve como contundente y Arminda supo que también Anabell había visto la presencia de la muerte.
-Es verdad Arminda -murmuro Humberto.
-Es verdad ¿Qué? -preguntó Arminda desconcertada.

-No faltaran sirenas.

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Por favor continúen leyendo espero que les guste

Gracias

Continuara.......

Iba a ser solo una broma - David JorajuriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora