Capítulo 3

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Abrió los ojos y algo me llamo la atención. Me pareció ver que en sus ojos había grabados a fuego una hoz y un martillo.

  —Cariño. ¿Estás bien? —le pregunté preocupada.

—¿Qué ha pasado? —le pasé la mano por sus entradas, húmedas por el sudor— Karmensita de mi vida y de mi corazón labrado en rubí rojo, casi consigues que muera. Sabes que odio ese tipo de música. Es una mierda capitalista que solo habla de dinero.

  —Lo siento cariño. No quería hacerte daño.

Me miró y se levantó del suelo. Tenía algún tipo de poder sobrenatural, pues la herida ya estaba totalmente cerrada y no tenía ninguna cicatriz. Me empecé a preocupar porque sabía que Karl me ocultaba algo.

Volvió la cabeza y me indico que me acercase hacia él. Se sentó en una silla y me señaló sus rodillas, diciéndome con la mirada que me sentase sobre ellas. Aquella estampa me recordó a mi inicio en el populismo comunista marxista rojista leninista stalinista podemita. 

(ondas de flashback)

Tenía ocho años y estaba en el Carrefour, en ese momento llamado Continente, con mi abuela. Ella era una mujer bellísima, llamada Dolores, Dolores Ibárruri (La Pasionaria, está arriba la foto). Tenía el pelo blanco como la nieve, unos ojos lleno de vida y coraje y una sonrisa que iluminaba desde el Moscú Soviético hasta La Habana de Fidel Castro. Las arrugas que surcaban su cara le daban un aspecto regio, señoral y sabio. 

Al entrar había un Papá Noel recibiendo niños y niñas en el regazo y escuchando sus deseos. El verme allí sentada, en el presente con Karl, me recordó el verme con Papá Noel.

Cuando me senté le pedí lo que deseaba desde el momento de mi nacimiento: Un libro de colorear mandalas. El Papá Noel me miró extrañado y me dijo:

  — Tú te callas y te pides una muñeca. Como una buena niña capitalista.

Esta sugerencia hizo que mi vena del cuello se hinchase. Miré a mi abuela, que también tenía una expresión de incredulidad en el rostro. Me bajé de las piernas rechonchas de aquel gordinfón capitalista que viste de rojo en color vano y me dirigí hacia la zona de cocina mientras gritaba:

  —ASÍ QUE HE DE SER UNA BUENA MUJER, ¿NO?—iba con cólera pasando al lado de sartenes y ollas— PUES VOY A COGER UTENSILIOS DE COCINA UNGA UNGA

Cogí uno de los cuchillos más afilados y grandes que había visto en mis ocho años de vida y me acerqué de nuevo al Papa Noel, mi abuela sonreía desde un rincón, mientras grababa con una cámara antigua. 

Cogí por la barba a aquel personaje y le puse el filo del cuchillo en plena yugular. Lo clavé un poquito y una gota de sangre comenzó a mojar el filo mientras le susurraba al oído qué que asco me da Coca-Cola puta marca capitalista explotadora llenaazúcares que te ha puesto de rojo en un intento de caerme bien a mi y a mis compis que luchamos por la igualdad social.

Clavé el cuchillo hasta el fondo y sentí como la sangre salpicaba en mi rostro, me sentí super poderosa arrecha e idola. Vi el terror y la estupefacción en la cara de dos niñas que estaban esperando para sentarse y detrás de ellas a mi abuela, La Pasionaria, aplaudiendo a todo trapo. Me acerqué ella y chocamos los cinco, me compró un chicle y pa casa.

(acaba el flashback)

  —¿Me estás escuchando, sugus mío? Pero el de fresa, que es el rojito.—me preguntó Carlitos, que guapo es.

—No, cariño. Estaba en flashback. ¿Acaso no has visto las ondas? PREGUNTO. Esta semana mis tres puntos van a ir para tí, espero que salgas nominado porque me has hecho mucho daño.

  —Yo me estaba sincerando contigo. Te estaba contando mis secretos.

—Pues espera que pillo unos varenuku y un poco de pilimeni y me cuentas.   

Karl Marx y TúDonde viven las historias. Descúbrelo ahora