Capítulo 9.

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Karl iba a liderar una revolución y yo no podía creerlo. ¿Sería comunista o sexual?  Ahora todo eso daba igual, lo único que quería era verle y cobijarme en su barba, suave y sedosa y no ahi un pintado de monogrillo iuuu.

Estaba empezando a anochecer y esa mezcla de calor y frío que había creado el dióxido de carbono que sale del ano de las vacas de la macroganaderia y los coches oficiales que aparcan donde no deben se transformó en un frio helado que calaba en mis pequeños huesitos.

Iba embriagada, ciega de amor, más ciega que cuando bebes chupitos de licores dulces y te haces la chula pensando:

—Buah, a mi esto no me sube, si tengo el estómago de acero. Vamos, un paseo es esto.

Pero siempre, como eres una chula, acabas montando un show en el bus gritando lo pedo que vas, las ganas de potar que tienes, que vas to tirá o incluso imitando todo tipo de psicofonías propias de cuarto milenio que pertenecen a una abuela que fue asesinada por el cura tras su quinto exorcismo.

Debido a este embrujo fantasioso me choqué con una joven y la tiré al suelo, embistiéndola y lanzándola más alto que el primer astronauta español (todos sabéis quién es). La ayudé a levantarse y me fijé en sus manitas finas y blancas. Llevaba las uñas pintadas de negro, era acaso una emo 2007 que iba hacia Plaza España, no podía ser, estamos en 2018. Seguí mirando sus brazos y, allí, en la muñeca, con tinta negra (o eye-liner del chino de setenta y cinco céntimos que hacen unos niños en Zambia con carbón fundido del que salen gases tóxicos) había escrito Bring Me The Horizon. Su flequillazo con tinte azul, sobre el ojo derecho hizo que explotara y empezara a verborrear y gritar en medio de la Gran Vía, donde los grandes conflictos ocurren.

—Tronca. —espeté.— No te da vergüenza ir así por la calle. O sea, shame para ti y para toda tu familia que vas ahora de alternativa, de intelectual, de chulita máxima y no. Los de Bring Me The Horizon no se van a acordar de ti en su vida.

Aquella muchacha emo se miró la muñeca, escupió sobre ella y borro aquella inscripción demoniaca de su mano. Me miro a los ojos y soltó una de las frases que marcaron un antes y un después en mi vida.

—Ejcúchame, estaba to tirá. Tienes toa la razón.

Me dio un beso, subimos una historia al insta y eché a correr por la calle mientras de fondo se oían canciones de amor cantadas por James Blunt que me hacían el toto PepsiCola.

Pasados unos minutos que se me hicieron más largos que la existencia de la URSS llegué al punto de encuentro, el lugar en el que Karl me había conquistado tal como los soviéticos habían hecho con París, dando por culo bien duro, el bar Yuri Gagarin.

Entré, con miedo a la paliza que podía recibir debido a mis vestimentas, puse un pie en el suelo pegajoso que nadie limpiaba aún siendo de todos. Miré al centro y allí estaba Karl, el único foco del pub le apuntaba, su calva brillaba con más intensidad que el Sol que azota al obrero triste. Su barba, larga y acogedora, seguía pareciendo igual de acolchadita y esos ojos, esos ojos que había visto por encima de mi pubis cuando me hacía un cunnilingus en aquellas noches locas en las que nos poníamos un poco guarretes, quemaban mi pecho. Di un paso certero en su dirección y él en la mía. Elevé mi mano, en dirección a su bragueta dándome cuenta de cómo había echado de menos semejante cipote. Unos cinco pasos más y sería mio de nuevo, de fondo se escuchaba una de mis canciones favoritas, El Baile del Gorila.

De repente una voz comparable a un chirrido de gaviota en busca de pareja que la penetre durante la etapa de celo jodió ese magnífico instante.

—Ejcúchame Karlos, eeee vamos a beber el vodka este azul de 2 euros tronco que quiero estar to tirá.

Karl giró la cabeza a la derecha y allí estaba Paola. Era una chica muy difícil de describir, sus rasgos asiáticos contrastaban con su pelo oxigenado y de textura estropajosa, además su pose natural era sacar morritos y mirar altivamente a todo aquel que no creyese sus palabras.

—Sí, cariño. —dijo Karl en un tono mucho mas suave de lo habitual.— Pero primero cenemos algo, ¿qué tal un poco de pollo y patatas a lo pobre?

—EEEEEEEEEEEEEEEJCÚCHAME. TRONCO TÍO QUE YO NO COMO ANIMALES VALE?????? —la boca de Paola creció y sus morros alcanzaron casi los 20 centímetros de longitud— Es que no me escuchas, o sea es que que el otro día fuera a la barbacoa y comiera morcilla no significa nada, vale? y si como ternera es por la proteína. Y no, no menciones el pescado, todos sabemos que hay sobrepoblación y yo hago todo por este nuestro planeta.

¿Qué estaba pasando? Miré a Karl con la cara descompuesta, tal como los de Hazte Oír al enterarse de que su bus era ilegal, no podía creer que Karl, el vampiro sexi que me había chupado la sangre ( y lo que no es la sangre) estuviera saliendo con semejante ser.

—¿Y tú que miras? ¿Nos hacemos un selfie con este chopo to bonito? A ver propongo que yo esté tirá y tú que cojas así esos morritos y saques un poco de cintura no, pero natural como desprevenida un poco rollo coachella que es el festival al que toda persona desea acudir como por ejemplo mi idola, Dulceida, porque aparte de vegana soy supercomunista, superrepublicana y superbisexual jeje.

—Mira chica, eres más ridícula que Albert Rivera y ya es decir.

Me quedé muda tras decir eso, quizá me había pasado. Miré a Karl y él me lanzó una sonrisa sensual de senpai en busca de un buen hentai así que cerre mis palmas, agaché mi espalda y dije:

— セクシーセクシー

Paola, que lo único que hablaba era español, se sentó y sonrió. Karl y yo nos morreamos mientras bailabamos al son de Antes Muerta Que Sencilla.

Karl Marx y TúDonde viven las historias. Descúbrelo ahora