Capítulo 2

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Salimos corriendo de allí, en busca de venganza. Todo estaba confuso y descolocado para mí, había gaviotas por todas partes, vitores a Marianín y vi a Albert Rivera celebrándolo (no era de centro, vamos a ver.) Era mucho para mí. Iba a reventar. Karl me tomó la mano y me miró a los ojos, me dio un beso en la mejilla y me dijo:

  — Lo solucionaremos. La revolución sera comunista o no será.

Me sentí tranquila en mitad de todo ese caos. Karl lo arreglaría. Llegamos a su estudio, lleno de mierda, como el de un buen comunista.

— ¿Quieres tofu sabor pollo? Pero no pollo, eh, especista de mierda.

— No gracias. Me encanta tu estudio vintage-comunista.

— Gracias hermosa

Se quitó la camiseta por primera vez delante de mí. Me enamoré. En cada uno de sus pectorales tenía tatuado a Lenin y a Stalin. En los abdominales (ocho) tenía puesto 

V I

V A

U R

S S

En cada uno de los costados tenía tatuados los símbolos más famosos. La hoz y el martillo, el círculo de Podemos, un zar ahorcado y Alberto Garzón abrazando un gatito. En su espalda tenía tatuado y coloreado el mapa completo de la Unión Soviética. Me puse cachondilla.

— ¿Qué miras? Necesitamos pensar como derrocar a Mariano. Es necesario.

— No sé que hacer Karl, cariño. — le miré— Soy retrasada.

— ¡Qué asco me das! Eres una pepera moderna haciéndose pasar por comunista. Capulla. Lenin llora en su tumba.

— Pero ¿qué dices? — le miré enfadada— SOY MÁS ROJA QUE LA SANGRE DE STALIN.

— EXPLÍCAME TU MALDITO CAPACITISMO. Eres peor que Andrea Levy.

— Karl, yo te quería. Y lo hago.

Me tiro con su sofá en forma de hoz, algo incómodo pero bueno, y me besó. Sentí como su abdomen impactaba en cada acometida. El sexo comunista era mi rollo. Todos ponemos lo mismo, todos recibimos lo mismo (el Estado un poco más) Cuando acabamos su barba estaba perlada de sudor. Nos dimos un tímido beso, aún me daba vergüenza. Me puse mi traje regional de muñeca rusa y me acerqué a Karl que estaba sentado con un lienzo apoyado en las piernas. Puse atención a lo que había pintado. Era un cuadro lleno de sentimientos, en blanco y negro, donde figuras humanas sufrían, donde había un toro.

— Quiero representar el caos pepero, amor mío — me dijo mirándome

  — Lo haces, amor. ¿Cómo lo vas a titular?

— Creo que Guernica. Me gusta. Es fresco, original, novedoso. Me he sentido capitalista por un momento, bebo lejía y vuelvo

— Es un nombre genial gordi cielin mi vida cariñin cosita bebe amorcin. Pásame un poco de lejía a mi también, haber si me muero porque joder cuanto capitalista.

Nos tomamos un par de chupitos y la temperatura empezó a aumentar, cada vez estaba más roja, lo que no me disgustaba, pues me parecía más y más a la bandera de mis amores, la comunista.

— ¿Qué podemos hacer Marx?

Me miró con la botella en la mano, de la que dio un trago. Era una buena lejía, para que mentir, te quemaba el esófago completo.

— No se gulagcito mío. Creo que necesito algo de música.

Encendí la radio y fue pasando las emisoras, llegué a una canción de pitbull, uno de mis artistas favoritos (todos ponemos tener un capricho de vez en cuando) La canción en cuestión era Give me everything. Me dispuse a bailarla y para ello me subí a la mesa me puse en cuclillas, preparada a twerkear. Miré el rostro de Karl y admiré en él una mezcla de incredulidad, asco y ganas de morir.

  — DALE DURO PAPITOOOOO — grité

Empecé a menear las caderas, con cada sacudida, la vena de la frente (y las entradas) de Karl se iba hinchando más. En un principio creía que se debía a una segunda erección masiva del líder, pero me equivocaba. Cuando estaba abierta de piernas, con la cabeza bajo la pierna derecha, las manos tocando los pies opuestos y el movimiento gluteal a cien kilómetros por hora, sabía que la había acabado. Se escuchó la linea keep money on flowin'

La vena de la frente reventó, literalmente, y me llenó la cara de la espesa sangre de Karl. Era la más roja que había visto. Esto me dio algo de excitación y connotaciones eróticas, por lo que mientras vi como caía el suelo, reprimí mis instintos sexuales por ayudarle.

Me acerqué corriendo a su cuerpo, tendido en el suelo y vi que la vena había reventado completamente, le puse una venda en la cabeza y me recordó a   Khalid Bakdash, uno de mis mayores ídolos y líder del Partido Comunista Sirio.

Volví al botiquín y cogí su medicamento favorito. El Betadine, que era rojo y luego se quedaba amarillo (como la hoz y el martillo (me ha salido un pareado sin haberlo planeado) que eran sus símbolos favoritos también). Le besé los labios, esperando que volviera en sí. De fondo sonaba, ahora, Devórame otra vez de Azúcar Moreno.

Karl Marx y TúDonde viven las historias. Descúbrelo ahora