Narra Abril
Llevaba bastante tiempo despierta, pero los ojos se negaban a abrirse. Era como si una fuerza sobrehumana no quisiera que abriera los ojos. Me esforzaba en hacerlo, pero no podía.
Lo único que podía hacer era mover los dedos pero muy poco. La rabia se apoderó de mi cuando supuse que me habían drogado.
Mi mente funcionaba perfectamente, era mi cuerpo lo que parecían adormecido.
Escuchaba como algunas risas inundaban toda la habitación. Quise levantarme pero fue inútil.
Las risas seguían ahí, sin parar.
—Estoy esperando con ansias a que el jefe nos de permiso para divertirnos. –Bramó emocionado.– Lleva dos días inconciente. ¡Es hora que despiertes, perra de mierda!
—¿Quieres callarte de una vez? –Escupió otro, molesto por el comportamiento de su compañero.– No se va a despertar por arte de magia solo porque tu tengas la polla dura, amigo.
Este último se podía notar como le fastidiaba la compañía del otro. Su voz era resentida y aburrida a la vez.
Abrí los ojos y los vi. Un rubio y un pelirrojo estaban sentados en dos sillas con una mesa entre ellos.
Por lo que pude observar desde mi posición tirada como una mierda en el suelo, era de que estaban jugando con una baraja de cartas.
Mi cuerpo, aún adormecido hacia que cada movimiento que daba me diera unos pequeños pinchazos.
—¡La bella durmiente ha despertado! –El pelirrojo saltó de la silla, tirando sus cartas a la mesa. No me gustaba para nada la mirada que me estaba dando. Quise retroceder, pero la pared me lo impedía.– ¡Llevas dos días sin abrir esos ojos tan bonitos, princesa! –Su voz era demasiado entusiasta. Me dolía la cabeza y cada palabra que él decía hacia que me retumbara más.–
Lo miré con asco. Intenté levantarme pero fue inútil. Mis piernas aún no se habían despertado del todo y estaba más que segura que seguía teniendo algo de droga en mis venas.
El otro hombre, seguía sentado en la silla mirándome con algo de confusión en sus ojos. Me preguntaría el porqué, pero si estaba aquí era igual de putos que los otros.
El pelirrojo intentó acercarse a mi. Obviamente no lo dejé. Me había alejado hasta el otro lado de la habitación.
Este sonrió con superioridad, y volvió a acercarse a mi. Pero esta vez más rápido, no dándome tiempo a huir.
—No oyentes huir de mi. –Susurró con burla muy cerca de mi. Su aliento me repugnaba. – De aquí no te vas a ir si no es muerta, cariño.
Podía notar como mis mejillas se estaban poniendo rojas de la rabia contenida. Pero este no se dejó intimidar.
—¡Vamos! –Se encogió de hombros.– No pongas esa cara de perra enfadada. –Me estaba provocando. Y a mi no me conocían por tener mucha paciencia y menos con imbéciles como estos.– Si yo se que lo único que quieres es meterte entre mis pantalones. Matheew no es nada comparado conmigo, preciosa. Yo ahí tengo un bicho bien grande...
—Tu bicho dejó de comer hace mucho tiempo. Estará más que muerto ya. –Le interrumpí entre dientes. Este sonrió y quiso responder, pero no le dejé.– Y si no está muerto, no te preocupes que de eso me encargaré yo.
El muy desgraciado se hizo el ofendido, tomándome el pelo. Se volvió se sentó de nuevo en la silla donde había estado minutos atrás, y sonrió.
—Esta perra tiene agallas para decirme eso. –Le dijo a su amigo, con burla. Al mirarme a mi su cara cambió a a un semblante totalmente serio. Se levantó de nuevo y se quitó el cinturón.
Me temí lo peor. Los ojos se me llenaron de lágrimas, pero no permití que bajaran por mis mejillas. No iba a ser vulnerable enfrente de este gilipollas.
Jamás.
Se acercó a mí con su cinturón en sus manos, golpeando a su mano él mismo.
—Te vamos a tener que castigar, ¿no, pequeña zorra? –Me cogió de los pelos, y me arrastró hasta la silla donde estaba él.– ¿Qué prefieres cariño? ¿Unos azotes en el culete, o unos latigazos?
—Prefiero que te calles de una puta vez. –Dije decidida, sorprendiéndolo.– ¿No te das cuenta verdad? No eres importante, cortarían tu cabeza si se enteran de que me has maltratado. –Realmente me estaba inventado toda esa mierda para librarme de unos latigazos. Pero al parecer no me había equivocado, así que seguí.– Si no me han matado ya es por algo, gilipollas. –Negué con la cabeza, mirando al rubio sonriente.– Es nuevo en esto, ¿verdad? –Este asintió, confundido. Giré la cabeza mirando al pelirrojo que seguía con el cinturón en sus manos, y le sonreí con burla.– Vas a durar menos que telediario, amigo.
Este enojado se volvió a acercar a mi, dispuesto a darme con el cinturón en toda la boca. Pero como había comprobado, tenían prohibido tocarme. El rubio se había levantado y se había antepuesto, evitándole el paso.
—¡Déjame que le pegue al menos unas bofetadas! –Exigió mientras de sus ojos salían humo.– ¡Has escuchado lo que ha dicho!
—Robert, basta. –Ordenó una voz. La puerta había sido abierta por el viejo pulgoso que me había amenazado con un arma en mi propio apartamento. Entró y los dos hombres se alejaron de mi, pegándose a las paredes.
Michael se acercó a mí. Colocó la silla en la que minutos antes había estado sentado el rubio enfrente de mi, apartando la mesa.
Este me miró con asco, pero sonrió al ver como le miraba.
—¿Estas contenta por como te han tratado mis hombres? –Preguntó con una sonrisa falsa. Sus ojos transmitían furia pero los míos no se quedaban atrás.
—Estoy decepcionada. –Me quería burlar de él. Sí moriría, quería hacerlo con la cabeza bien alta y habiéndome divertido con estos gilipollas.– Pensaba que tenías el dinero suficiente para contratar a personas sensatas, no a gilipollas que por ejemplo tienes aquí. –Miré al tal Robert, con una sonrisa.– Digamos que el pelirrojo no está muy bien de la mente. –Volví a mirar a Michael, pero esta vez con una sonrisa de superioridad.– Pero como no... El jefe tampoco es que este en su sano juicio..
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I Thought It Was Cliché © [EDITANDO]
Teen Fiction[Me pareció que era un cliché] «Un golpe» Intentaba resistirme. «Dos golpes» Me mordía los labios para no gritar. «Tres golpes» Un pequeño gemido se escapaba de lo más profundo de mi. «Cuarto golpe» Las lágrimas empapaban mi cara llena de moretones...