#10: En el caparazón del chico malo (parte 2)

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#10. En el caparazón del chico malo (parte 2)

La casa de Davián golpeaba con un aura positiva que lastimaba el espíritu iracundo de mi madre. Las paredes de la sala, a la que llevaba la puerta de entrada directamente, eran de un color amarillo brillante que hacía arder los ojos; la mayoría de la decoración mostraba armónicos colores tierra que en otro momento me habrían parecido hermosos. La luz era ambarina y bastante leve. En el aire bailaba un olor a humedad que provocaba una pequeña picazón en mi nariz. Me pareció un hogar reconfortante y familiar; pero resultaba imposible ignorar que Davián parecía colocado ahí a la fuerza y él lo notaba en el fondo de su corazón.

Tomé asiento en el sofá principal, perseguida por el montón de hermanos menores de Davián. Sin embargo, él había desaparecido al igual que Tyler.

—¿Tu hermano siempre es así? —dudó Patricio desde el otro mueble; apretaba un cojín color café contra su pecho y rascaba con frecuencia el crujiente cabello que alborotaba hacia todas las direcciones—. ¿Se escapa?

—Por favor, Pato, qué imprudente eres —le riñó Ovejo, de pie al lado del antiguo televisor en el extremo opuesto de la sala—. Esas cosas no se preguntan.

—De hecho, no me molesta —dije—. Y no. Esto es raro.

—¿No es hermano de sangre tuyo?

—No.  Es hijo del esposo de mi madre.

—¡Qué problemón! Igual que Elena y Loralie —exclamó Paulina—. ¡Oh, miren, el príncipe finalmente apareció!

Davián estaba parado, de brazos cruzados, en la puerta que llevaba al pasillo donde estaban las habitaciones. Su cara estaba enrojecida y parecía haber recibido una paliza recientemente. Le sonreí con ánimo; sin embargo, él ignoró mi gesto con un nivel de crueldad desconocido para mí. Centraba la vista más allá de nosotros, en algún punto lejano entre la cortina o el pelo de Ovejo.

—¿Tu hermanastro se fue? —inquirió él con tono ido—.  ¿Por qué?

—No lo sé. No me dijo nada. —Suspiré. Pasé la vista por los hermanos: Patricio, que participaba de vez en cuando con su filosa curiosidad; Ovejo, que parecía creer en serio que era una oveja; y Paulina, que observaba las motas de polvo que bailaban frente a sus ojos con la mayor concentración que era posible. Los cuatro compartían el cabello negro, la sonrisa torcida y pecas de diversos tamaños en las mejillas—. No confía taaanto en mí.

—Eso es triste —comentó Paulina—. Aquí, si no cuentas algo, estás fuera del grupo —Observó de reojo a Davián—. Él está fuera del grupo desde hace ufff.

Reí y la curiosidad picó mis ojos.

—¿Por qué?

—Es algo estúpido —exclamó Davián de repente. Los cinco sufrimos un sobresalto—. Esa tipa tenía un novio como cinco años mayor a escondidas, ¿qué querías es que hiciera?

—¡Estuve castigada tres meses!

—Te lo merecías.

—Y por eso no está en el grupo —finalizó Patricio dirigiéndose a mí—. Tiene alma de vieja brollera.

—Búsquense una vida —rechistó Davián con un molesto tono de superioridad que me hizo odiarlo un poquito. Se levantó del asiento y colocó los ojos vacíos—. Ni siquiera entiendo por qué están aquí.

Ovejo vio el acto como una vieja costumbre, y comentó:

—En el fondo, muy en el fondo, nos quiere.

Davián negó.

Supongo que todos ahí se querían muy en el fondo.

Conversamos unos minutos sobre temas cada vez más y más triviales; Patricio acabó siendo un gran conversador, incluso más que Davián. Lo interrumpía continuamente y él lucía agotado del alboroto alrededor de mí: su malhumor empezaba a preocuparme, así que decidí que cuando se presentara la oportunidad debería hablar con él sobre el tema.

Los dibujos de Anahí Donde viven las historias. Descúbrelo ahora