#24: Equilibrio (~Día 4~)
La tía Corcho se encargó de abrir el garaje con una de las llaves robadas del cenicero. Después de forcejear con el viejo candado por lo que pareció una eternidad, logró apartarlo con sus dedos hechos carne viva, y entonces nuestra misión de atraco dio comienzo con éxito.
Cuando la puerta de madera envejecida se hizo paso entre las toneladas de polvo que cubrían el suelo, se levantó una nube que hedía a abandono y putrefacción; el olor se metía en las fosas nasales como la misma muerte y, para el espanto de Will, Davián y yo, parecía ser que la parca también se había atravesado en otros lugares; el piso podrido, el techo decadente, las viejas herramientas de mi difunto abuelo regadas por todos lados como un pasadizo a la perdición, espeluznantes sábanas con estampados de frutas y flores cubriendo cajas de dudosa procedencia. Sólo existía un objeto que resaltaba en el espantoso lugar como un faro de luz y esperanza: la motocicleta de mi abuela, el único artilugio de ese lugar que ella mantenía impecable; estaba ubicado en el centro de la habitación, como una estatua sagrada colocada sobre un tajo de piso igual de pulcro, con cada uno de sus componentes limpios y deslumbrantes. Me acerqué a ella pensando con pesadez que, a pesar de que cada día, sintiéndose descompuesta o cansada, abuela se levantaba a pulirla con la poca fuerza que conservaba en sus brazos, ya la moto empezaba a envejecer al igual que el resto de la casa, como si la esencia del hogar se desvaneciera al mismo tiempo que ella.
─Lo único valioso que abuela conservó de abuelo ─murmuré a tía Corcho con un profundo dolor en las costillas producido por el desconocido corazón tembloroso que martillaba contra mi pecho─. A parte de la casa, supongo. Pero a él nunca le importó la casa, le importaba esta cosa inmunda, más que su miserable vida triste y pobre.
─Ese viejo te quiso más a ti que a todas nosotras juntas, Anahí ─respondió ella─. A nosotras ni siquiera nos dejó tocarlas nunca, y a ti te dejaba ir con él en cada una de ellas, como a su primogénita. Era como si hubiese vuelto a la vida contigo sobre esa cosa y, sinceramente, creo que le gustaba más el hecho de estar contigo en ella que la moto en sí misma.
─Lo extraño tanto ─susurré, cabizbaja─. En paz descanse mi viejo.
Davián, incómodo como de costumbre, colocó una mano dubitativa sobre mi hombro. Al sentir su tacto sobre mí, viré la cabeza para enrollarla en su brazo, a lo que él respondió acercándose con más confianza. Compartimos una mirada cómplice con pequeñas sonrisas de quienes acaban de descubrir algo maravilloso en la mirada del otro.
─Bien ─Will zanjó el momento con su voz seca y rigurosa─. ¿Tiene gasolina, para empezar?
La tía lo observó como si se tratara de un monstruo.
─Sí, tiene ─Suspiró─. Mamma a veces la prende y va en ella a comprar y tal. Así que sí, tiene.
─Entonces sólo es cuestión de que Davián y yo nos vayamos ─De repente, me sentí ansiosa y pequeña, las manos me sudaron y palidecí. Apenas calmándome con una respiración profunda, agregué─: no tengo nada de miedo.
Davián sostuvo mi hombro en una muestra silenciosa de apoyo.
─No tienes por qué. Todo irá bien.
Sonreí sin que nadie se percatara del todo, ya que permanecía arrodillada sin levantar los hombros o la mirada.
─Tienes razón, supongo.
La tía Corcho hizo un sonido grueso y profundo para llamar nuestra atención, como a los perros. Levanté la mirada y la clavé en ella no sin cierta molestia.
─¿Qué?
─¿Desde cuándo ustedes son cómplices?
─¿Cómplices? ─repetí, confundida.
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Los dibujos de Anahí
Novela Juvenil¿Qué chico en el mundo estaría dispuesto a regalarle sonrisas a una chica tan rota y apagada? La vida de Anahí se desmorona repentinamente: su ex novio, Domingo, a quien le dio todo de ella, la ha dejado sola para que recogiera los pedazos de sus p...