#10: En el caparazón del chico malo (parte 1)

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#10. En el caparazón del chico malo (parte 1)

La mala energía que flotaba en el aire nos acompañó el resto del camino. Una sombra temblorosa de nerviosismo se cernía sobre nosotros, expectante a cualquier movimiento; la noche se tragaba la poca luz restante con ferocidad y la hora indicada estaba cada vez más cerca. No era el ambiente indicado para realizar la primera visita a la casa de Davián, pero era muy tarde para cancelar; la emoción que palpitaba en el fondo de mi pecho empezaba a extinguirse a medida que las reflexiones creadas por las palabras de Tyler flotaban en la superficie de mi mente.

Tyler estaba en lo cierto.

¿Cómo se me ocurría invitar a mamá a la casa del primo de Domingo? ¿Cómo pude hacerme eso? Mi equivocación empezaba a carcomerme por dentro. El remordimiento bailaba en mis sienes y hacía doler mi cabeza con intensidad. Tan rápido como la energía negativa me comió entera, mi mente empezó a formular horribles acontecimientos que podrían suceder en el territorio desconocido que era la casa de Davián: quizá la mamá de Domingo, que lo defendió tan fervientemente en la última batalla que tuvieron mi madre y ella, aún viviera ahí; quizá a la mamá de Davián se le fuera la lengua y empezara a hablar sobre los fabulosos primos de Davián; quizá, quizá, quizá. Mis piernas temblaban y empecé a sudar con mayor grosería; y al llegar a casa, ni siquiera las palabras de ánimo de mi madre pudieron apagar los pensamientos que me mataban por dentro.

Recuerdo bien sus regaños al vernos llegar tarde esa noche; sus mejillas se inflamaron tres veces más de lo normal y sentí que eran las propias pecas estiradas quienes gritaban:

—¡Dios mío santo, sálvame de un infarto! ¿Será que estos niños aprenderán un día a respetarme? ¡Dije explícitamente: No. Lleguen. Tarde! ¡Y es lo primero que hacen! Estoy cansada, tan cansada... ¡ahora tienen sólo un cuarto de hora para vestirse! ¡Apúrense, apúrense! ¡No quiero quedar mal con una familia tan buena!

Ay, mamá, no tenías ni idea.

Tyler y yo subimos cabizbajos. Desconocía el porqué, pero Tyler compartía a su vez un nerviosismo que sobrepasaba el mío. Mis intenciones de preguntarlo desaparecieron cuando me hallé sola en mi cuarto, vulnerable y atrapada en las paredes del desastre que yo misma creé. Arranqué en lágrimas silenciosas por al menos diez minutos; cayeron en mis mejillas un millón de pensamientos obsesivos (repetidos cada uno más de dos veces) que destruyeron la leve felicidad que me ocasionó charlar con Tyler. Gran error: mis ojos acabaron inflamados y mi nariz congestionada de moco iracundo.

Mi reflejo en el espejo daba pena. Mis cabellos negros estaban alborotados en todas las direcciones gracias a mi propio agarre nervioso; ambos ojos grises y odiados por mí misma entrecerrados bajo el peso de los párpados irritados; la nariz de cacatúa enrojecida e inflamada como una pequeña advertencia de demencia en mi rostro. La imagen me deprimió: alguna excusa tendría que inventar para mi aspecto penoso y deprimente frente a la familia de Davián. Mientras mi cabeza formulaba mentiras más o menos creíbles, empecé a empujar los nudos de mi cabello hasta hacerlos desaparecer pegados en el cepillo de cerdas gruesas. Lo arreglé en una coleta alta que magnificó la dura mandíbula que llevaba (heredada de mi abuela).

Lavé mi rostro hasta que quedara librado de moco o lágrima alguna; casi nunca utilizaba maquillaje, pero me obligué a colocarme alguno para no lucir tan pálida y aburrida. El proceso embellecedor aminoró mis energías. El malhumor causó que mi ceño, más poblado de la cuenta, se frunciera y desentonara con mis falsas mejillas sonrosadas. La ropa no me importaba tanto como el aspecto de mi cara, así que vestí como de costumbre: botas deportivas y gastadas por el uso, un pantalón que se arremangaba en los tobillos y una camiseta negra de cuello alto. Sexy.

Salí de la habitación. Tyler ya estaba esperando en la sala. Cuando bajé las escaleras con mi habitual aspecto sencillo, ambos entrometidos disimularon una cara de desaprobación y doblaron los ojos. Mi madre, que fue más dura que Tyler, empezó a interrogarme:

Los dibujos de Anahí Donde viven las historias. Descúbrelo ahora