Capitulo 3

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Era difícil de creer que el ocaso en el sur fuera el mismo que brillaba sobre
Louis durante toda su niñez en los veranos de Kansas. El había sabido que sería más caluroso en Texas, pero no había esperado tan brutal, implacable calor, siempre cocinando la tierna piel de su cuello y abrasando la parte posterior de sus manos.

—Siguiente, —llamó él, haciéndole señas a un sedan gris para que avanzara dentro de la luz del sol donde él y Ortiz habían ido a trabajar secándolo con sus sucios paños de gamuza.

—Qué mal que no nos tocó trabajar adentro, ¿uh? —dijo Ortiz, bizqueando hacia Louis bajo la capucha.

—El hijo de puta nunca me da trabajo adentro, —se quejó Louis —. Creo que le gusta verme quemándome.

Ortiz sonrió de buen humor y regresó a pulir el auto. Louis frotó en largos círculos con el paño, su sudor mezclándose con las gotitas de agua que estaba tratando de remover; le recordó esas velas de cumpleaños que nunca se apagaban. Se podía ver a si mismo tratando de secar ese mismo auto hasta el Día del Juicio Final, su propio sudor siempre reemplazando cualquier gota de agua que se arreglaba para quitar con el trapo.

—¡Hey, chico! —una voz llamó, en un tono bajo y sin fondo, algo casi subterráneo en el sonido.

Louis se giró, sosteniendo una mano para escudar sus ojos de la luz que se reflejaba en el automovil negro detenido detrás de él. La ventana trasera estaba abierta parcialmente, una delgada columna de humo flotando saliendo hacia el brillante calor del aire.

—¿Si? —preguntó él, irritado. ¿No podía ver el idiota que la línea para lavado de autos empezaba al otro lado del edificio?

—Ven aquí.

Louis tiró al suelo su trapo y se acercó al auto, inclinándose un poco para mirar hacia el interior. No pudo ver mucho, sus ojos cegados por la luz del sol no servían para nada al mirar hacia el oscuro interior.

—¿Qué? —preguntó él. Terminaría con su pago en el banquillo si no regresaba al trabajo.

Una risita baja se escuchó desde el asiento de atrás, la primera de un millón de veces que ese silbido de serpiente le helaría la sangre a Louis.

—Tengo una proposición de trabajo para ti.

—Yo ya tengo un trabajo, —dijo Louis, apuntando hacia atrás hacia el sedán verde, pero incluso él pudo reconocer su tono medio dudoso.

—¡¡Ah.. .me equivoqué!! Pensé que lucias como alguien interesado en algo más que secar autos para vivir. —La ventana del auto empezó a subir en el silencio posterior.

Louis permaneció ahí por un momento, debatiéndose en qué hacer. Sus 26 entrañas le decían que se alejara, rápido. Ortiz estaba gesticulando hacia él, y sería despedido si no regresaba al trabajo en unos minutos. Pero odiaba este trabajo, resentía la vida que había conseguido de las sobras de otras personas. El auto negro no se había movido aún. Louis lo tomó como una señal, extendió la mano y golpeó ligeramente con los dedos en la ventana con su dedo índice.

La ventana permaneció cerrada, pero la puerta se abrió por una mano invisible, una ráfaga de frio aire golpeó contra las febriles mejillas de Louis.

—Entra, —dijo la voz, sin espacio para la desobediencia.

Ortiz le estaba llamando por su nombre, pero Louis no le respondió. Se deslizó dentro del auto en un rápido movimiento, al resbalar su sudada espalda contra el frio cuero le envió helados ramalazos de hielo subiendo por la espina.

Shades of Gray - Larry Stylinson Donde viven las historias. Descúbrelo ahora