Capitulo 9

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Harry odiaba la universidad. Se sentía desleal de tan siquiera pensarlo; no era un secreto lo que su familia había sacrificado para que estuviera allí. Pero no encajaba, y después de dos años y medio, sabía que nunca lo haría.

La Universidad Estatal de Kansas a duras penas era privilegiada en la superficie, sobre la que crecía una hiedra, pero bien podía serlo para Harry, quien creció en una granja desolada cuyo pueblo más cercano a duras penas llegaba a los 400 residentes.

Manejando hasta Manhattan el primer día de clases, con su padre al mando de su vieja todo terreno y Harry entre sus hermanos donde un resorte roto punzaba su espalda, se sintió como si hubiera aterrizado en Marte. El ruido de la pequeña ciudad lo hizo querer cubrirse los oídos como un niño pequeño, el volumen de gente y la velocidad a la que se movían lastimaba sus ojos. Su padre le había dado una palmada en la espalda cuando lo dejaron a la entrada del dormitorio, diciéndole, - Buena suerte, chico, -antes de volver a meterse en la camioneta. Gemma había sido un poco más emocional, abrazándolo con fuerza y diciéndole que lo vería en el Día Acción de Gracias. Luego se alejaron, dejándolo en la calzada con sus ahorros guardados en una mochila y una maleta gastada que perteneció a su madre.

Desde el principio la universidad se veía peligrosa, como si estuviera esquivando minas. Se sentía husmeado; su espacio personal invadido, la forma en la que todo el mundo quería hablar todo el tiempo; los estudiantes más jóvenes que Harry llenos de rabiosa curiosidad, siempre haciendo preguntas sobre su pasado y lo que planeaba hacer cuando se graduara.

Profesores querían conocer su opinión sobre libros, eventos actuales y filosofía. Pronto aprendió que gruñir y esconder la cabeza no era una opción a menos que quisiera terminar de regreso en Fowler con la cola entre las patas, enfrentando a su furioso padre quien de alguna manera había unido el éxito de Harry en la Universidad con la memoria de su esposa muerta. Con el tiempo se le hizo más fácil hablar, pudo responder preguntas en clase sin sentir el calor de la vergüenza cubriendo sus mejillas y pudo tener pequeñas conversaciones en la biblioteca sin esconderse detrás de un libro.

Pero siempre era cuidadoso con lo que decía, siempre pensando en su respuesta antes de decirla.

Hizo unos pocos amigos, pero más del tipo de beber unos tragos, jugar un juego de baloncesto, ninguno destinado a formar una amistad de por vida. Sin embargo, aprendió de los otros chicos, a pretender que le gustaban los bares repletos de demasiadas personas bebiendo demasiado, cómo caminar por el campus con la cabeza en alto, saludando los estudiantes que reconocía, cómo fumar sin asfixiarse y hacer chistes crueles sobre las chicas con las que se acostaba de vez en cuando. Chicas que conocía en los bares locales y luego seguía hasta sus dormitorios o apartamentos para sexo torpe de borrachos. EL sexo siempre se sentía bien durante el acto, aunque nunca alucinante; como Scott se lo describió una vez. Pero después, caminando de regreso a su propio lugar, siempre se sentía más solo y confundido que la noche anterior. Aprendió a vivir con el sentimiento constante de ser un extraño en su propia vida, en su propio cuerpo, y la pequeña voz en su cabeza se permaneció misericordiosamente callada.

Nunca se preguntó a sí mismo de que se escondía exactamente, que tenía tanto miedo de revelar. Esa era una respuesta que no tenía ganar de escuchar.

Harry amaba la Academia del FBI. Desde el primer día que llegó a Cuántico, se sintió a salvo. A nadie le importaba lo que pensaba o pretendía descubrir quién era Harry. Solo les importaba hacerlo bueno, enseñarle trucos y técnicas para el éxito, moldearlo en un hombre que creyera estaba actuando del lado del bien y lo correcto, y resultó ser perfecto.

Se esperaba que permaneciera neutral en la sala de interrogaciones, que acosara al sospechoso hasta que hablara usando una variedad de métodos, que ganara su confianza si fuera posible, de esa manera revelaban más información. Pero si no, podía ser malo con ellos, producir una pequeña dosis de miedo. Fuera de la sala de interrogación, Harry debía recordar que era uno de los chicos buenos. Los chicos malos eran el enemigo, y él era una barrera entre ellos y la sociedad. No podía dejar que la empatía lo tocara -estas personas estaban recibiendo lo que se merecían-. Ser un buen agente requería compartimentalización, y Harry era bueno en bloquear partes de sí mismo. Las cosas que no quería examinar estaban amontonadas en la parte posterior de su mente y nunca les hacía caso. Su sistema de almacenamiento mental le había servido toda la vida y mucho más en sus primeros días como agente.

Shades of Gray - Larry Stylinson Donde viven las historias. Descúbrelo ahora