Capitulo 17

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Ellis Campbell había usado el mismo escritorio por más de catorce años y lo demostraba. Louis se había ofrecido a vaciar lo que hubiera en el último cajón de la derecha, y hasta ese momento había tirado más cosas en el cesto de basura que en la caja para guardar archivos que Ellis le había puesto en una silla.

—Pensé que eras más ordenado, —comentó Louis, señalando el pulcro y ordenado escritorio del que Ellis se enorgullecía tanto.

—Y lo soy. Todo va al cajón.

Louis sonrió, tirando a la basura un manojo de clips enredados. Sacó cuatro engrapadoras que estaban debajo de viejas agendas telefónicas que colocó sobre el escritorio. — ¿Vas a extrañar este lugar?

—Por supuesto. He estado aquí muchísimo tiempo. Va a ser extraño despertar y no tener un lugar a donde tener que ir, —dijo Ellis, alzándose apoyando una mano en el hombro de Louis para mantener el equilibrio—. Aunque Rita va a agradecer que esté más tiempo en casa.

Louis había visto a Rita, la esposa de Ellis, un par de veces en la oficina. Era una mujer de aspecto regio, con un encrespado cabello negro y risa espontanea. Cada vez que Ellis la veía, sus ojos se encendían como carbones, y su rostro rejuvenecía una década.

—Eh, Louis, ¿puedes venir un minuto? —le llamó Jill, su voz escuchándose por todo el pasillo con facilidad.

—Ya vuelvo. — Louis se sacudió el polvo de las manos en sus jeans mientras cruzaba cautelosamente el desastre que era la oficina de Jill—. ¿Qué pasa?

Jill apuntó una pila de papeles de casi 10 cm de altura, colocados en una esquina de su escritorio. —Necesito que leas esos casos y me des un informe. Necesito saber si pueden ayudarnos con el caso Lawrence. —Justo como Louis había predicho, Jill no había podido excluir el arma como evidencia en el caso Lawrence, pero no iba a perder la batalla.

Louis tomó los casos en las manos, pesándolos. Jill nunca le había pedido algo semejante. —Nunca he leído un caso. —Le recordó Louis.

—Oh, sí. —Jill se mordió el labio inferior mientras buscaba algo en su desordenado escritorio—. Aquí está. —Dijo dándole el Diccionario Legal de Black—. Busca las palabras que no entiendas ahí.

Louis no se atrevió a moverse, sus ojos fijos en el brillante cabello de Jill que se caía sobre su rostro mientras leía algo. —Jill, alguien más debería de leer esto.

Quiero decir, nunca fui a la universidad, no estoy muy seguro de...

—Eres inteligente, Louis. Lo vas a lograr. —Ni siquiera lo miró, sin permitirle negarse o marcharse, esperando de él mucho más de lo que él esperaba de sí mismo.

Louis regresó a su escritorio, deteniéndose antes por una taza de café, un desagradable y negro potaje que hacían cada mañana en la pequeña cocina en la parte trasera del edificio. Y a pesar de lo desagradable que resultaba esa cosa, sabía que sus dosis diarias de cafeína no serían las suficientes para el trabajo que le habían encomendado. Tomó asiento y sacó el primer caso de la pila; el corazón golpeteándole en la garganta era sólo un pequeño recordatorio de sus primeros días con Hinestroza, cuando el miedo de joder las cosas estaba siempre presente como un ardiente aliento de fuego respirándole en la nuca. El cerebro empezó a dolerle después de leer una hora sin parar, tenía la mente tan sobrecargada que juraba que las puntas del cabello le palpitaban con cada esfuerzo que hacía para poder entender las palabras que estaban escritas. Había podido leer una página. Una página de setenta de las opiniones de la Suprema Corte. La sola idea de eso le daba ganas de golpear algo. ¿Qué estas putas personas no podían hablar normal? Nunca se había sentido tan estúpido o tan fuera de lugar.

Shades of Gray - Larry Stylinson Donde viven las historias. Descúbrelo ahora