2.- Atracción.

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Amber despertó con un horrible dolor de cabeza. La noche anterior no logró dormir nada, a causa del miedo que le generaba ese maldito degenerado. Recién pudo conciliar el sueño en la mañana, pero solo fue una hora a lo más lo que logró dormir.

Quería salir de aquella horrible casa. No es que fuera horrible de ser fea, ya que le encantaba su diseño, si no, que el ambiente que había en aquella casa, le impedía vivir en paz.

Se destapó y se sentó en la cama, con los ojos hinchados de tanto haber llorado, y su cabeza a punto de explotar, a causa también del llanto, y de no haber dormido.

Amber ya estaba acostumbrada a éstas situaciones, ya que le ocurrían muy seguido. Por suerte, los domingos en la mañana, Brenda, su hija, y su asqueroso hermano, iban a la iglesia. Amber no entendía porqué asistían, si eran tan ingratos, a excepción de Alexa, la hija de Brenda, que siempre que podía la ayudaba, pues eran de la misma edad, pero ésta tampoco podía hacer mucho, pues su madre también la amenazaba. Al menos, agradecía que no la obligaran a ir con ellos.

Se levantó de la cama, y se miró al espejo. Pudo ver claramente su situación. Estaba hecha un verdadero desastre. Sus ojos rojos e hinchados, debajo de éstos unas pronunciadas ojeras ennegrecidas, a causa de las tantas noches sin dormir, y su delgado rostro, su delgado cuerpo, Dios, esto debía cambiar, pero no sabía cómo, no encontraba el camino.

Cerró los ojos a causa de una fuerte punzada en la cabeza. Se metió al baño, y se tomó un analgésico, eso siempre aliviaba su dolor.

Luego se vistió, casual pero a la vez elegante, como siempre lo hacía. Unos jeans azules ajustados eligió esta vez, junto con una blusa amarilla, que combinaba con sus hermosos ojos, y unas zapatillas blancas.

Tomó su cámara, y exactamente apenas la rozó, el chico de ayer, su salvador, se hizo presente sin más remedio en su cabeza. Esos hermosos ojos grises. Dios, jamás los olvidaría, pensó. Sin que se diera cuenta, una boba sonrisa se dibujo en su rostro, cosa un poco anormal en ella, ya que las únicas veces que lograba sonreír, era cuando tomaba fotos con su cámara. Sin dar más vueltas, movió la cabeza negando por la estúpida sonrisa que habían formado sus delgados labios en forma de corazón, y fue hasta la planta baja de la casa.

En su mochila guardó todo lo necesario, su cámara, su teléfono, dinero, un chaleco por si hacía frío, solo faltaba la comida. Se iría de excursión, como cada vez que podía, y ésta no era la excepción. Se dirigió a la cocina, y miró el gran reloj colgado en una de las elegantes paredes de la casa. Las once de la mañana, no había tiempo, ellos pronto llegarían.

Sin dar más vueltas, se colgó la mochila en los hombros, y salió de su casa lo más rápido posible. Tomó un camino que ella sabía, no transitarían,  y decidió caminar. Ya habría tiempo para engullir algo.

Y tal como lo pensó, minutos después de que ella salió de casa, llegó Brenda, junto con su hija y su hermano, maldiciendo todo lo que se cruzaba en su camino. Por suerte, Amber ya no se encontraba ahí, para sufrir las consecuencias de los berrinches deshumanizados que le daban a Brenda.

*

Ian se despertó por unos molestos besos que alguien le daba en el pecho.

-Sandra, ¿me puedes dejar en paz?-Preguntó un poco disgustado. Odiaba esas estupideces.

-Yo, lo siento.-Dijo Sandra reprimiendo su acción.

-Ya levanta el maldito trasero y ponte ropa.-Dijo neutro, y cada palabra que decía demostraba firmeza y rudeza, así que Sandra no tuvo más remedio que asentir.

El primero en ducharse, fue Ian. Mientras lo hacía, no podía sacar de su cabeza esos ojitos llenos de fuego, esos ojos color ámbar, tan iguales a los de su madre, Dios, debía olvidarlos.

•Luz En La Oscuridad•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora