Kageyama Tobio nació con problemas de visión. La cosa era que él no veía borroso, sino que las únicas tonalidades que divisaba eran grises. Desde pequeño tuvo problemas cuando le tocaba pintar algo, describir un paisaje o simplemente cosas tan cotidianas como elegir una prenda de ropa de su armario. Incluso fue a terapia por varios años, aunque pese a los estudios que se realizaron en su cuerpo y los variados análisis de su estado no pudieron resolver ni mejorar su problema. Aunque siempre se supo que la enfermedad no tenía cura, sus padres insistían en que no perdían nada por intentar. Aquello le llenó de una gran amargura e impotencia.
«¿Por qué no puedo ver los colores como los demás?», se preguntaba al imaginarse entre mil personas desconocidas y nadie parecía vivo.
Le frustraba tanto que muchas noches terminó hecho un bollito en su cama, mientras que ahogaba sus lamentos con la almohada y dejaba a las lágrimas recorrer su rostro hasta caer en las oscuras sábanas.
Mientras los pétalos rosas de los cerezos volaban en una brisa primaveral, él conoció el Volleyball. Aquél deporte le divertía a tal punto que olvidaba por un rato que él tenía un defecto que le impedía miles de cosas. Se concentraba tanto en mejorar que olvidaba que no podía distinguir más colores que el gris, blanco y negro.
Aunque llegó el día que las cosas no fueron lo mismo. Todo lo que pensó haber construido durante tres años se había desplomado en su totalidad. No importaba cuanto se esforzara en concentrarse sólo en jugar ese deporte, el recuerdo de como sus compañeros de equipo le habían dado la espalda hacía que la frustración que había dejado de sentir hace tiempo, volviera.
«¿Qué sentirías si armas una jugada y ya nadie hay ahí para realizarla? ¿Qué saben ustedes de rechazo?», aquello pasaba por su cabeza todo el tiempo y más en las noches, cuando todo lo que había en su habitación eran él, sus recuerdos y sus miedos.
—¡Estoy aquí! —el chico de cabellos naranjas como el sol al atardecer, ojos cafés y brillantes, piel clara y repleto de moretones en varias partes del cuerpo por practicar y esforzarse de más en sus entrenamientos se hizo notar en todo el gimnasio. Exigiendo su pase de esa sutil y necesitada forma.
Aquella fue la primera vez que Tobio sintió la gran necesidad de saber de qué colores estaba formado el pequeño chico hiperactivo que le había dado un vuelco a su cabeza.
A los ojos de Kageyama, Hinata era así: Cabello gris claro, irises grises oscuros, piel blanca cual hoja y moratones negros. Aquél enano lleno de vida se veía tan apagado desde su punto de vista. Tanto que le frustraba. Quería verlo como en verdad era, porque no importaba cuantas veces Hinata le mostrara su cabello, le explicara como era el color de sus ojos, no importaba cómo; el pelinegro nunca pudo verlo en todo su esplendor.
Shouyou no le había dado el sentido de ver los colores, sin embargo, desde que los entrenamientos empezaron, Kageyama podía sentir que volvía a gustarle por completo el Volley. Comenzaba a sentirse emocionado por armar jugadas y practicar hasta el cansancio, quedarse hasta tarde cuando su cuerpo no daba para más y seguir al palo, porque eso le hacía sentir la mejora.
El día en que perdieron el partido contra el Gran rey, cuando estaban cenando todo el equipo junto, entre lágrimas y grandes bocanadas de carne entre sus dientes, Kageyama miró de reojo al chico a su lado: De ojos empañados, mirada perdida, expresión de dolor y aquella mandíbula apretada, le hizo sentir algo en el pecho estrujándose. No entendía muy bien el sentimiento e igualmente afirmó lo obvio: No le gustaba verlo así.
Su respiración se estancó por unos segundos y parpadeó como si alguien hubiera puesto una venda en sus ojos y no pudiera divisar siquiera un tenue gris oscuro. Extendió su brazo hasta donde salía aquello del ojo de su compañero y así, sin aviso previo, tomó la mejilla del mayor entre sus manos.
—¿Kageyama? —Hinata se encontraba moqueando como el mejor.
—¿Qué es esto? —preguntó, atónito y sin despegar la vista de aquello que salía de los ojos del pelinaranja.
Todo el equipo los miraba de forma extraña, sin entender qué pasaba.
—¿Una lágrima? —explicó medio en duda, al mismo tiempo que, a los ojos de Kageyama, sus mejillas se volvían gris oscuro.
—Es diferente, no es gris, tampoco negro ni blanco —explicó el pelinegro con expresión centrada en ese líquido sedoso que se mezclaba entre las yemas de sus dedos.
Sentía que si lo dejaba de ver o tocar, desaparecería para siempre.
—¿¡Un color!? —el grito se escuchó hasta afuera de las instalaciones donde estaban cenando.
El celeste era el color de las lágrimas, uno muy claro y que pocos perciben si es que no están ensimismados en él; era casi transparente.
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Acromatopsia [Kagehina]
FanfictionKageyama Tobio padece de la enfermedad "la tele vieja" desde que tiene memoria, viviendo intrigado por ver algo más que grises, negro y blanco. Aunque era imposible, en el transcurso de su vida se prometió sí o sí conocer los colores del cielo, su p...