Capítulo 8 - "El azul en negro"

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 Después de amarillo, Kageyama descubrió el marrón. El color de la corteza de los árboles, la tierra, de sus mocasines para ir a la preparatoria, el sillón de su casa y los ojos de su padre. Apenas despertó de su pesadilla aquella madrugada, el chico de cabellos oscuros desbloqueó su celular y buscó en Internet la plantilla de colores que había comenzado a usar el día anterior:

 Marrón - enfermedad

 La miró por unos segundos. Aún medio dormido no entendía a qué se refería la plantilla con eso. Él no estaba enfermo de salud, ni tampoco mentalmente. Luego de unos cuantos minutos pensando en las posibilidades recordó lo que sintió en aquél sueño y todo cuadró. Le temía tanto al rechazo hasta un punto que le enfermó. Un miedo capaz de hacerle sentir desesperado e inquieto todo el tiempo.

 Así fue como el marrón formó parte de su vida por unos cuantos días, hasta que, poco a poco, el color evolucionó a otro.

 En las mañanas ya no corría a Karasuno para llegar primero al gimnasio, simplemente caminaba, sin prisa, sin tener a nadie con quien competir. Se sentía un total vago. Durante los entrenamientos ya no armaba para el pelinaranja, a este siempre le armaba Suga. En los almuerzos se quedaba en clase, tragándose la comida sin siquiera degustarla y solo esperando a que el día pase rápido, así podría volver a casa de nuevo. Y en un punto indescriptible, ya había dejado de esperar a la hora del entrenamiento con las ansias de siempre.

 Cuando entraba por la gran puerta de casa ya ni siquiera avisaba su llegada. Apenas susurraba un "Buenas tardes" a sus padres, para luego dirigirse hacia el cuarto y no salir hasta la cena. Se sentía como si su cuerpo estuviera cansado, aunque durmiera incluso más horas de las cuales debía. Algunos días justificó la fatiga con sus pesadillas, las cuales no eran tan frecuentes, pero cada vez le hacían aterrorizar más.

 Una noche despertó con sudor frío en su frente, ojos húmedos y el corazón palpitándole con fuerza. Los ojos se achinaron cuando los cerró nuevamente, apretándolos mientras que las lágrimas salían hasta vaciarlo rutinariamente mientras su imaginación le jugaba una mala pasada, al pensar que Karasuno podría terminar igual que Kitagawa Daiichi. Todo su equipo dándole la espalda, caminando lejos de él y dejándolo atrás. Cada uno de ellos perdiendo el color que habían adquirido. Esos tan vívidos que a Kageyama tanto le fascinaban. Le hacían ver el mundo de diferente forma que antes lo hacía. Y aquello era lo que más le aterrorizaba. Sus pieles de volvían blanco papel nuevamente, el cabello cambiaba a las viejas tonalidades grises, negras y blancas. Sus ojos volvían a parecer muertos y las sonrisas se apagaban. Como siempre, aunque Kageyama supiera que estaba soñando, no podía despertar. A pesar de los gritos, llantos, puteadas y pellizcos para volver a la realidad, la pesadilla lo perseguía a todos lados.

 Esa noche la luna se filtró por su ventana, la cual no tenía persianas, ya que se le habían roto unas semanas atrás y hasta el momento no había tenido las ganas de comprar unas nuevas. Mientras en su cabeza miles de pensamientos enredados se producían, abrió los ojos y vio su cuarto a oscuras, apenas iluminado por la tenue luz de la luna. Esa noche descubrió el azul y cómo era este capaz de tintar todo su cuarto de un precioso y frío color.

 Azul, el color melancólico.




 A la mañana siguiente, cuando fue al baño a lavarse la cara para terminar de despertarse, se vio al espejo. Se quedó varios minutos mirándose, analizando sus irises, viendo su textura y colorido, admirando lo bonitos que eran, aunque nunca los imaginó así. Siempre pensó, a partir de que empezó a ver otros colores, que sus ojos estarían llenos de brillo. Era verdad, estaban llenos de otras tonalidades de azul, pero, no brillaban como pensó que lo harían.

 Ese día sí fue corriendo a Karasuno, ya que se había quedado embobado viendo los cuadros de su casa, las flores de la vecina, varias prendas de ropa de su padre. Llegó unos minutos atrasado por culpa de aquello y le impidieron entrar a clases hasta el segundo período. Decidió ir al gimnasio, sólo quería tomar un balón y aventarlo al aire para matar el tiempo, pero cuando quiso acordar se encontraba frente a el peligris de tercer año haciendo lo mismo que él tenía planeado hacer.

—Buenos días —saludó casi en un susurro.

—Buenos días —respondió Suga con una de sus típicas sonrisas—. ¿No deberías estar en clases?

—Llegué tarde y no me dejaron entrar.

 Sin decir mucho, comenzaron a pasarse la pelota suavemente con toques de arriba.

—Mhm, entiendo. A mí me faltó un profesor —Dijo y por consiguiente, el silencio los abrazó por completo. Aunque Suga no tenía intenciones de quedarse callado por mucho rato—. ¿Has estado practicando fuera del colegio?

—En casa, de vez en cuando.

—¿No has hablado con Hinata sobre lo que pasó la última vez?

—No —respondió incómodo.

 En el último pase Sugawara tomó la pelota para atraer la atención hacia él, impidiendo al pelinegro escapar de la situación.

—Escúchame. Tú quieres sacar lo mejor de ti, ir a lo seguro para seguir más tiempo en la cancha justo como Hinata. Pero esto es Volleyball. Trabajamos como equipo. Por eso, aunque sea arriesgado, debemos darle la oportunidad a nuevas cosas. Y estoy seguro de que, con lo duro que ustedes entrenan, es posible que logren hacerlo para cuando llegue la competencia.

 El pelinegro miraba hacia sus pies, esquivando la mirada del peligris y ciertamente avergonzado, ya que no sabía cómo responder. Porque Suga tenía razón, pero él nunca se lo había planteado así y no pensó que alguien se lo dijera tan de frente. Kageyama escuchó con atención, sintiendo la culpa crecer dentro suyo por haber vuelto, como decía Suga, a olvidar el deporte en el cual jugaba. Sintió como el peligris suspiraba.

—Hinata también está ido, como tú. Lo he visto distraído varias veces y cuando entrenamos juntos él no sonríe como usualmente lo hace al rematar.

—¿A qué quieres llegar con eso?

—Que deberías hablar con él, porque aunque mis pases sean confiables y simples, los tuyos son sus favoritos.

 Aquello sin querer hizo que el pelinegro se sonrojada a más no poder. Suga se rió de su pureza clara de un muchacho de quince y se encaminó hacia él para entregarle la pelota hacia el pecho.

—Tú sacas lo mejor de Hinata, por eso creo que deberían hablar y arreglar las cosas. Después de todo, son compañeros, ¿no?

 El muchacho de cabellos plateados se fue del gimnasio, sintiendo que había por fin soltado lo que venía pensando hacía días y dejando a un peliengro todo sonrojado y hecho la cabeza un lío.

Acromatopsia [Kagehina] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora