Capítulo 10 - "Negro"

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 Su primer arma para derrotar la muralla que se encontraba frente suyo fue ese ataque rápido que solo podía realizar con Kageyama. Aquello le abrió las puertas a diferentes opciones, que no se hubieran abierto si fuere otro su armador.

 "Mientras yo esté en la cancha, tú eres invencible."

 Lo dejó sin palabras. Por primera vez en su vida sentía que alguien lo dejaba callado por completo. Su cerebro pareció apagarse por un momento, y cuando quiso acordar, el reloj volvía a correr.

 Muchas veces se sentía inútil porque, sin Kageyama en la cancha, él era prácticamente inservible. Aunque eso se le olvidaba cuando simplemente se ponía a jugar con el de ojos oscuros por horas. En esos momentos sentía que podía inclusive derrotar al Gran rey. Cuando estaba con Kageyama podía presentir como los miedos desaparecían, el tiempo pasaba volando, las barreras ya no le hacían la vida tan imposible; podía jugar, ser feliz por un período corto de tiempo.

 El miedo se apoderó de él cuando, al final de aquél partido contra el apodado "Gran rey" (nombre dado por Hinata), la derrota cayó sobre su cuerpo entero como un balde de agua helada. Al final no pudo derrotarlo como había estado soñando. Su tiempo en la cancha cuando se dio cuenta ya se había terminado.

El miedo lo consumió, lo acorraló por completo y terminó tomando decisiones apresuradas, arriesgadas y que, para peor, generaron una disputa entre él y su compañero, sin olvidar la incomodidad del equipo los días de práctica. No fue culpa de nadie. Ni de Kageyama por enviarle el pase a él, ni de Hinata por rematar sin abrir los ojos. Aquello pasó porque no estaban al nivel. Y ambos sabían que el otro daría todo por seguir adelante, superarse, mejorar. Pero las cosas no salieron como lo tenían planeado y ahora, pese a todo, se hacían falta.

 Kageyama Tobio era egocéntrico, orgulloso, tenía un humor de mierda y siempre pasaba insultando al pelinaranja. Era insoportable si lo mirabas desde el punto de vista de una persona que no lo conocía. Pero no olvidemos que Kageyama tenía 15 años y era un humano, uno con dotes en el Volleyball, pero un humano al fin del día. Y aquello Hinata lo aprendió al comenzar a juntarse más con el pelinegro.

 Compraba leche de la máquina cerca del gimnasio en los almuerzos porque le recordaba a las vacas y estas le encantaban. Sentía miedo. El supuesto rey dictador de la cancha, tenía miedo. También era capaz de sonrojarse, llorar e incluso reír. Comía mucho y era torpe. Sus notas académicas eran pésimas y casi siempre andaba con la cabeza en las nubes cuando de inglés se trataba. Al final del día él también cenaba, se cambiaba de ropa e iba a dormir. Ya no era ningún rey, porque Kageyama al ser humano, se esforzó por mucho tiempo por dejar de pensar como lo hacía en un pasado, por cuidar de sus compañeros, servirles e incluso hasta levantarles el ánimo. Hinata sin darse cuenta fue aceptando varios hechos mediante conocía al pelinegro. Su contrincante del pasado, ahora era su aliado. Por más de que sus actitudes fueran molestas muchas veces, Kageyama también era un gran apoyo para él. Y aunque fuera un increíble armador, con un potencial monstruoso y una determinación como pocas el pelinaranja había visto en su vida, también era un chico normal.

 Sin querer, mientras se fue dando cuenta de aquello, le tomó cariño al pelinegro. Le tomó cariño a las prácticas, las caminatas en las cuales Kageyama lo acompañaba hasta cinco cuadras cerca de su casa, las competencias, las peleas, a avergonzarlo y luego tener que esquivar sus golpes torpes. El pelinegro no era ni un rey, tampoco un dios; era un humano cualquiera.

Ahora extrañaba estar con ese humano cualquiera. Echaba de menos aquellos pases perfectos y simples de rematar para él, ya que le hacían sentir cómodo, como realmente eran para él. Extrañaba esos momentos en que su brazos rozaban, que le tomaba de la muñeca para guiarlo a la cafetería, las veces que se saludaban en la mañana y tarde. Deseaba poder volver a comprar bollos de carne en la tienda de Ukai y comerlos como si no hubiera un mañana.

 Shouyou no tenía intenciones de que nada cambiara. No quería que sus síntomas extraños comenzaran a hacerse notables. Por nada del mundo quería que Kageyama se diera cuenta que, cuando lo veía sonreír, Hinata sentía cosquillas en el estómago, o cuando caminaban a casa, el pelinaranja deseaba que aquellos momentos no acabaran nunca, por más simples que fueran. Tampoco quería que, en un ataque de su estupidez le confesara todo y la distancia entre ambos aumentara. Porque durante los días en que se veían menos, él sintió la falta de Kageyama. La sintió de forma cruda y dura. Quería quedarse más tiempo sobre la cancha, quería ganar partidos junto con su equipo, festejar de maneras estúpidas con él y pasar mucho más tiempo con el pelinegro. Por eso se prometió mil veces que su secreto sería sólo suyo y de nadie más. Por el bien de ambos, inclusive, por el bien del equipo.

 Pasó todo el día convenciéndose que debía hablar con él cuando tuviera un momento, pero simplemente no sabía cómo empezar aquello. Hasta que llegó la hora del entrenamiento y su inquietud estaba a punto de obligarlo a gritarle algo al pelinegro. Pero se tragó las palabras en su garganta por aún más horas.

 Por alguna razón sentía que el tiempo se le acababa poco a poco.

Acromatopsia [Kagehina] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora