Capítulo 6 - "Amarillo"

4K 716 114
                                    

—Así que los fideos son amarillos... —comentó al comenzar a comer su tazón de ramen casero.

—¿Ahora también puedes ver el amarillo? —preguntó con una sonrisa de emoción su madre, al mismo tiempo que le servía la cena a su padre también.

—Sí, comencé a verlo hoy.

—¿A qué le tienes miedo? -. Preguntó su padre. - El amarillo, si no mal recuerdo, es el color del miedo.

—No lo sé, hoy empecé a verlo mientras volvía a casa.

 La cena pasó rápida, ya que mucho más no se habló. Estaba simplemente deliciosa y muchas ganas de hablar no habían entre ellos, ya que todos estaban agotados física y mentalmente. Y aunque en la cabeza de los padres de Tobio aquello de que no sabía a qué le tenía miedo su hijo les parecía una mentira para no preocuparlos, la verdad era que, efectivamente, Kageyama no tenía idea qué era aquello que le provocaba pavor.

 Luego de levantarse de la mesa y ayudar a sus padres a fregar, el hombre de mediana edad le paró a medio camino, justo cuando iba a subir las escaleras.

—Si tienes algún problema puedes apoyarte en nosotros, ¿entendido?

—Y si tienes pesadillas puedes venir a dormir con nosotros —comentó su madre mientras sonreía, a lo que su padre la miró con expresión de fastidio fingido y susurró un leve "Dios...", mientras que la miraba avergonzado por tal tontería, aunque a los segundos se carcajeó al ver a su hijo con las mejillas coloradas.

—¡No tengo cinco años, mamá! —se quejó el menor todo hecho un tomate.

—¡Pero para mi sí!

 A la media hora Tobio se encontraba saludando a los mayores, quienes iban a adentrarse al cuarto a dormir como osos en invierno hasta la próxima mañana. Su padre le saludó mientras le hacía un revoltijo el cabello con su enorme mano. Mientras que su madre le dio un besito en la frente.

—La propuesta de venir a dormir con nosotros aún está en pie —rió la pelinegra, para luego darle las buenas noches a su hijo y adentrarse en su alcoba.

 Llegó la hora rutinaria donde el pelinegro se adentraba en la calidez de su cuarto para estirarse dentro de los pijamas azulados y luego meterse bajo las frazadas oscuras para dormir cómodamente hasta que su alarma sonara nuevamente en una música horrible y desorientadora.

 O eso intentaba.

 Eso intentó.

 Se rindió a eso de las dos de la madrugada, cuando su cabeza ya no era más que un lío sin remedio. Daba vueltas en su cama de vez en cuando, rodeado de oscuridad y pensamientos trenzados de su pasado, presente y futuro. Se sintió un poco mal por haber sido tan directo con Hinata apenas le propuso probar algo nuevo. Algo que Kageyama ya había imaginado qué sería. Pero por otro lado se mantenía firme en que aquello no tenía sentido, eso arriesgado y además, no sabían qué pasaría. También comenzó a recordar su pasado gracias al recuerdo de la tosca voz de Shouyou retumbando en su cabeza sin cesar: "Debería considerar lo que proponen tus compañeros. De otra forma, nunca vas a cambiar". Aunque estaba acostumbrado ya que todas las noches aquellos recuerdos le irrumpían el descanso, incluso en sus pesadillas.

 La jugada perfecta la había armado en su cabeza, levantó la pelota hacia el rematador; quien ya no estaba en la cancha. Se podría decir que era una cancha fantasma, ya que sólo alguien blanco y negro se encontraba jugando allí. Se sintió traicionado por aquellas personas que lo habían acompañado hasta el momento, dejándolo de lado cual saco de basura. Le hacía sentir enfermo por todos los sentimientos negativos que lo llenaban. Y de repente un enano hiperactivo con cabellos revueltos, uniforme gris claro, unos horribles recibimientos, saques asquerosos, ojos oscuros y una energía que lo exasperó por todo el partido en un pasado, apareció. Fue de la nada, casi como un truco de magia; rematando el pase con su confianza puesta al cien por ciento en él, una sonrisa en el rostro y haciendo que la atención del pelinegro ya no se enfocara más en la monstruosa grieta que había quedado entre sus compañeros y él Un extraño chico con increíbles reflejos, que actuaba por instinto, saltaba muy alto y se exigía para mejorar todos los días. Su cabello gris se fue tintando cual acuarela de un naranja vívido, su piel ya no era blanca, ahora era rosa pálida, aunque su uniforme seguía gris claro, Kageyama pudo notar algo diferente en sus ojos. Ya no eran negros. ¿Qué era ese color?De repente el chico más bajo habló con una sonrisa en su rostro:

—Si no quieres mejorar junto conmigo, entonces no sé porqué practicamos juntos.

 Una sonrisa que comenzó como cálida y preciosa a los ojos de Tobio, pasó a ser una línea en sus labios, recta y sin emoción.

—¿Eh? —soltó lastimeramente.

 Con sus cortas piernas, pero gran rapidez, el chico de cabellos anaranjados corrió hacia la grieta, saltó y su color se apagó, volviendo así a ser gris, blanco y negro. Era como si con un trapo limpiaran todo lo bello del mundo, dejando así la monocromía estallando dentro de su pecho y destruyendo cada parte de su ilusión.

 «Sáquenme de acá», suplicó dentro de su cabeza repetidamente.

 Lo gritó con desesperación, esperando a que alguien oyera sus lamentos y se apiadara de él. Que lo salvara así de la soledad en la que se encontraba. Le hiciera olvidar del rechazo y lo hiciera sentir que podría mantenerse con sus compañeros en la cancha por mucho más tiempo. Quería despertar de aquella pesadilla, sabía que no estaba despierto; sin embargo no podía abrir los ojos. No podía escapar de sus pesadillas, ya que éstas no trataban más sobre monstruos bajo la cama, sus temores eran las peores, ya que sí podían volverse realidad. Los ojos le ardían aunque de ellos salieran lágrimas, las cuales caían por sus mejillas hasta terminar sobre las sábanas; sentía un nudo en la garganta, la misma opresión en el pecho de antes, la nariz tapada y la cabeza le dolía.

 «Miedo, ¿eh?», pensó mientras se limpiaba las lágrimas, pese a que estas no pararan de salir.

 No durmió, sus ojos rojos pedían un descanso de todo, pero simplemente el sueño no venía a él. Ya que ahora sabía su miedo, era capaz de llegar a un acuerdo con Hinata. Quería arreglar las cosas con él, porque debía alejar el miedo lo más que pudiera ya que no quería ser rechazado, reemplazado o dejado de lado. Porque el pelinegro aún era un adolescente, por más que tuviera una actitud fuerte, todavía tenía quince años. A pesar de faltarle pocos años para la mayoría de edad, ahora se encontraba llorando en posición fetal tal cual lo hacía unos cuántos meses atrás, abrazado a su almohada mientras que la mordía para no generar ruido y despertar a sus padres. Rogando por que su miedo no se hiciera realidad con el pelinaranja.

 Gracias a esa tortura mental pudo por fin entender lo bonito y trágico que era el color amarillo. 

Acromatopsia [Kagehina] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora