Capítulo 14

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Decir que me encontraba tranquilo ese día, habría sido mentira. Estaba demasiado nervioso y ansioso porque llegara la hora de la audiencia. Caminaba de un lado para otro en mi celda. Hace bastante rato perdí la cantidad de pasos que había caminado en ella. El tiempo se había vuelto cómplice de la situación, no avanzaba para nada. Estaba seguro que, si no venían a buscarme en unos minutos más, me volvería loco allí dentro. La noche anterior no pude dormir, sino hasta pasadas las cuatro de la madrugada, pensando en lo que sucedería en unas horas más. Era mi suerte, mi destino los que estaban en juego y eso me tenía con una gran incertidumbre.

Cuando se acercaban las diez de la mañana, hora del comienzo de la nueva audiencia, dos gendarmes me fueron a buscar a la celda. Estos me escoltaron y guiaron por los pasillos del edificio hasta llegar al tribunal. Había llegado el día. Con suerte, esta vez, todo quedaría esclarecido y yo sería puesto en libertad. Todo gracias a mi abogada y la colaboración de Melanie, quien había prometido ayudarme consiguiendo la información y pruebas necesarias que guiarían mi camino hacia mi libertad y la comprobación de mi inocencia. Tenía tantas ganas de volver a verla. Tenía tantas ganas de que esto se aclarara y correr hasta ella y decirle cuánto la amaba.

Tomé el mismo lugar que la vez anterior. Me senté junto a mi abogada. Al otro lado se encontraba solo el abogado del señor Subercaseaux. La sala, al igual que la vez anterior, estaba repleta de periodistas y reporteros gráficos. A las diez en punto, el juez presidente del magistrado llamó la atención de todos para dar inicio al juicio. Fue allí, cuando me enteré que el señor Augusto Subercaseaux había muerto. Mi sorpresa fue tal, que solo atiné a mirar a mi abogada, quien me asintió con su cabeza en señal de que lo que acababa de oír era cierto. A pesar de su muerte, el juez decidió que se procedería a escuchar las últimas pruebas y se daría el veredicto final en este juicio. Tras finalizar esas palabras, añadió:

– Se solicita que ingrese la testigo, la señorita Melanie Gómez.

Todo el mundo estaba expectante por la aparición de la mujer, pero ella nunca llegó. La multitud presente en la sala comenzó a murmurar.

– ¡Silencio! –, vociferó el juez.

Por la puerta donde debería haber entrado Melanie, apareció un gendarme, el cual se dirigió directamente hacia el fiscal. Se acercó a su lado y le dijo algo en el oído. Este, sorprendido, tomó el micrófono y lo hizo a un lado para que ninguno de los presentes pudiera escuchar aquella misteriosa conversación. Al cabo de unos instantes, el uniformado se retiró de la sala y el fiscal tomó de nuevo el micrófono para hablar.

– En esta ocasión no contaremos con la testigo, debido a que la señorita Gómez no se presentó hoy a la audiencia.

Se volvió a escuchar el murmullo de la multitud junto con los sonidos de las cámaras fotográficas. No podía creer lo que acababa de escuchar. ¿Por qué Melanie me haría algo así? ¿Qué la habría hecho cambiar de opinión, si me había dicho que me ayudaría? ¿Por qué no se había presentado? ¿Seguiría enojada conmigo por haberla abandonado años atrás? Me tomé la cabeza con mis manos nerviosas. Sentía que las pocas esperanzas que me quedaban, se habían derrumbado por completo. Sin nuevas pruebas que demostraran que era inocente, lo más seguro era que iba a pasar un largo tiempo tras las rejas. La tristeza me albergó y se hizo presente en mí, esa sensación de vacío en el alma, de dolor infinito que quería ser manifestado a través de lágrimas.

– ¿Tiene algo que decir abogada? –, preguntó el fiscal

– No, fiscal –, la escuché decir.

Me sequé las lágrimas que habían comenzado a aflorar y alcé la vista. Vi como los jueces conversaban entre sí, como asentían entre ellos. El juez presidente de la audiencia, ordenó sus papeles para proceder a leer el resultado final del juicio.

Mi tiempo contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora