Capítulo 5

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Otra vez, sentía que el mundo conspiraba en mi contra, para no llegar a tiempo al concierto de la banda de James. De una manera misteriosa, me había obsesionado con una de sus canciones, y la necesidad de oírla en vivo. Mamá, me había pedido reemplazarla en el cuidado de mi sobrino, mientras ella, iba a reunión de apoderados en el colegio, calculé que a eso de las ocho de la noche, ya estaría de regreso, pero no fue así. Ni papá ni mi hermana habían llegado tampoco del trabajo, por lo que estaba obligada a permanecer en casa, no podía dejar sólo a un niño de siete años. No tenía opción. Cuando ya casi daban las ocho y media, por mi cabeza, llegó a pasar la idea de llevar a Daniel al concierto, pensé incluso, que resultaría ser toda una gran aventura para su corta vida. Luego, pasaron por mi mente, todas las barbaridades que dirían mi madre y Sandra, al descubrir que el príncipe de la casa, no estaba en su cama y que su tía lo había llevado a ver una banda de rock, introduciéndolo, en un ambiente de locura y chicas eufóricas. Después que, cientos de pensamientos disimiles bombardearan mi cabeza, decidí que lo mejor era esperar a que alguien llegara a la casa. ¡Cielos! Parecía que el metro se había detenido más del tiempo normal para todos, o que el bus se descompuso para mamá y Sandra en el mismo instante, aunque no vinieran del mismo sitio.

Pensaba en James, en lo que diría o sentiría, al no verme frente al escenario. Me senté junto a Daniel, quien estaba viendo su programa favorito de caricaturas, resignada a llegar al concierto en medio de este, o tal vez, al final. Tenía rabia, tanta que en modo de protesta, no acosté a mi sobrino, para que se durmiera tarde, cosa que mi hermana no soportaba. Eran casi las nueve, cuando sentí el auto de papá, me asomé ansiosa por la ventana y descubrí que en él, venían todos juntos y felices. Abrí la puerta de entrada con indignación y mi rostro no podía disimular mi descontento.

– ¡Gracias, de verdad, gracias! –, dije exaltada

– ¿Gracias de qué cariño? –, preguntó mi mamá, con la calma que la caracteriza.

– ¿Acaso no sabían que iba a ir a un concierto a las nueve? –, respondí.

– Hija, perdón, lo olvidamos completamente, pasé del trabajo a buscar a tu madre a la reunión y cuando veníamos llegando, nos encontramos con tu hermana y David y fuimos a comer algo al restaurant de la plaza –, contestó mi papá con una expresión de perdón en su rostro.

– ¿Qué? ¿Estaban a dos cuadras de la casa y no pudieron venir a recoger a Daniel? –, grité histérica mientras colgaba mi bolso.

– No te pongas así, Mel, relájate –, ordenó mamá.

– ¿Y no fuiste capaz de acostar a Daniel? –, se atrevió a preguntar Sandra.

– ¡Pues hazlo tú, que para eso eres su madre! –, exclamé, cerrando la puerta en su cara.

Sentía que la rabia se apoderaba de mí, odiaba al mundo entero, al instante, en el que corría desesperada, a tomar lo primero que me llevara al lugar del concierto. Para mi fortuna, lo primero que pasó fue un taxi. Para desgracia de su conductor, esa noche, no era la pasajera más agradable, para entablar una conversación acerca del clima y la delincuencia de hoy en día en el país, por lo que, solo respondía con un sí, un no o distintas onomatopeyas, a lo que el hombre de unos setenta años, me decía. Cuando llegamos al lugar, la rabia ya se había ido de mi cabeza, por lo que al bajar del auto, le pedí disculpas al chofer, por no haber sido tan agradable como él hubiese esperado. Me miró, con una de esas sonrisas tiernas y llenas de sabiduría, que tienen las personas de la tercera edad.

– Espero haberla traído a tiempo, para que escuche su canción favorita –, sonrió, mientras se despedía de mí, con un gesto amable en su rostro.

Mi tiempo contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora