Capítulo 3

128 4 0
                                    


Cinco años antes

Restaban cinco minutos, para lograr llegar a tiempo a clases. El profesor de "Historia del periodismo Chileno", ya me había informado cuales serían las consecuencias en caso que volviera a presentarme tarde a su clase. Juro por Dios, que esa mañana intenté hacer todo bien. Me levanté una hora más temprano de lo usual, para ducharme con tranquilidad, tomarme un tiempo en escoger la ropa que usaría ese día y poder desayunar, cosa que habitualmente no hago, por andar corriendo, aun así, llego tarde a todos lados. Para mi mala suerte, esa mañana, antes de llegar a estación Baquedano, el metro se mantuvo detenido más de la cuenta en el túnel, estropeando toda mi planificación.

Al llegar a la estación Los Héroes, salí tan rápido como la multitud que había a esa hora, me lo permitió. 

– ¡Permiso, permiso! Disculpe –, iba diciendo, mientras esquivaba a hombres y mujeres, quienes se quedaban mirándome enojados, porque seguramente, ellos, también irían apurados a sus lugares de trabajo, pero no sabían que mi apuro, era de vida o muerte ese día.

Una vez que alcancé la superficie de la calle, comencé a correr. Sentía que mi corazón se iba a salir de su lugar en cualquier momento, pero no podía darme por vencida. Me encomendé a San Francisco de Sales, y a Usain Bolt, para que me ayudaran llegar a tiempo. Entré a la universidad rápidamente, me dirigí a las escaleras, no tuve la paciencia para esperar el ascensor. No podía permitir, perder, esos valiosísimos minutos que podrían marcar la diferencia, entre mantener con vida la escasa relación con el profesor o derechamente, sería mi muerte adelantada y reprobación del ramo. 

Sin aliento ni fuerzas, logré subir los últimos peldaños de las escaleras del tercer piso, que daban a la sala. Al abrir la puerta, lo primero que vi, fue al profesor, quien dejó de escribir en la pizarra y me lanzó una mirada asesina. Atónito, observó su reloj y dijo:

– Ocho treinta y seis de la mañana, señorita Gómez. ¿Para qué se molestó en venir? –, preguntó con sarcasmo.

– Retírese de mi sala, por favor. Espero que sí pueda ser puntual para conseguir los apuntes y la materia con sus compañeros –, agregó, mientras sentía mi rostro estallar, víctima de la ira y la vergüenza, tras otra mañana más de humillación, frente a mis compañeros.

Molesta, no con el profesor, más bien con mi infortunio, cerré la puerta y apoyé mi espalda contra la pared. Lentamente, mi cuerpo comenzó a deslizarse por ella, hasta quedar sentada en el suelo. No me pude contener más y comencé a llorar de impotencia. Era consciente de que era mi culpa, después de todo, las reglas habían sido estipuladas a principio de semestre y era yo quién no las estaba respetando. De todas maneras, me dio pena la situación, sentía rabia conmigo misma y frustración, al saber que prácticamente me he pasado los veinte años de mi vida corriendo a todas partes.

Cuando me harté de estar llorando, me sequé las lágrimas y decidí ir a otro lugar de la universidad. Podría haber ido a encerrarme a la biblioteca y esconderme tras un libro, o tal vez entrar a la sala de computación cuando pasé por ella, pero había demasiada gente y quería un poco de tranquilidad. Así que, decidí ir a la cafetería por un café.

Compré mi capuccino, y fui a buscar un lugar donde sentarme. En un rincón de esa desocupada cafetería, encontré a Luis Marchant, mi compañero de proyecto, para la asignatura de "Prensa Escrita II", sentado en una de las mesas del lugar, leyendo el periódico, que reparten gratis a la salida del metro. Me senté junto a él.

– ¿Atrasada? –, se burló Luis.

– ¿Es mi idea o acabas de desarrollar súper poderes que te permiten adivinar las cosas?–, pregunté con ironía. – Te juro que traté de llegar a tiempo. Corrí como loca, pero no funcionó –, agregué.

Mi tiempo contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora