Siempre a la misma hora él llegaba. A las 7:30 o 7:32, jamás se pasaba de las 7:35. Dejaba caer su mochila sobre la mesa tres asientos más adelante a mi puesto. Aún así no había nada que me impidiera ver el perfil de su rostro adormilado, o el lunar en medio de su nuca o su cabello castaño desordenado. No había nadie más, solo nosotros dos en la sala de clases.
Poco y nada teníamos en común, apenas habíamos hablado en todo el año, yo no estaba seguro de si él sabía mi nombre. Aún así en aquellos escasos minutos en los que eramos los únicos allí, podía sentir una extraña cercanía, una que no desaparecía ni por las tres mesas que nos separaban, y mucho menos por el silencio.
Esa cercanía existía hace mucho, tal vez desde el primer día de clases, pero yo solo me di cuenta exactamente hace un mes. Yo siempre llegaba antes que él pero ese día fue diferente, había tenido que prepararle el almuerzo a mi hermanita pues mi madre no podía ese día, tardé solo unos minutos más. A las 7:56 traspasé la puerta del aula revisando la hora en mi teléfono aliviado porque no fueran las ocho, al levantar mi cabeza involuntariamente mi mirada se dirigió a él, ya habían más personas en la sala pero eso poco me importó, para mi sorpresa sus ojos apuntaban a mi como haciendo una pregunta y yo mirándolo trataba de responderle, solo fue un instante pero pareció mucho más. Entonces su cara volvió a ser la misma de siempre y desvió la vista. Un poco aturdido me apresuré a sentarme al final de la fila donde esperaban mis amigos, ellos me miraron extrañados pero no preguntaron nada. Al acomodarme en la silla noté el desenfreno de los latidos de mi corazón y en mi mente quedó la extrañeza de lo que había sucedido pero también la certeza de que había sido el momento más intenso de mi vida.
Entonces, hoy 7:30 de la mañana lo veo aparecer por la puerta con audífonos en los oídos, sus ojos marrones hacen un esfuerzo por mantenerse despiertos, la mochila que hace un momento colgaba de sus hombros ahora se desparrama sobre la mesa y él se sienta, y su lunar sigue llamando mi atención hacia su nuca, y desordena su cabello con su mano izquierda, la misma que baja hasta su rodilla para empezar a tamborilear sus dedos al ritmo de una canción que moriría por escuchar. Hace todo esto mientras lo miro y me pregunto si sabe cuanto lo miro, si logra sentir mi presencia como yo siento la suya, su presencia que llega hacia mi en un golpe brusco que me deja completamente aturdido e hipnotizado. Él llega y hace lo que siempre hace, y yo lo miro de la forma en que siempre lo miro y me pregunto, siempre me pregunto qué pasaría si tan solo le dijera "hola".