Capítulo 25: Felices

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Capítulo 25: Felices

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Mientras el reencuentro de ambos rubios tenía lugar, en la habitación contigua en la que se encontraban ciertos azabache y castaño...

Digamos que el inocente juego estaba aumentando de temperatura.

Tsuna se encontraba ya con más de la mitad de los botones de su camisa desabrochados, y Reborn no estaba muy diferente, ambos dirigiéndose a la única cama de la habitación, que parecía atraerlos como imán a los metales.

Todo empezó cuando los pequeños besos habían empezado a extenderse, cuando sus labios eran probados y reprobados infinidad de veces y sentían la necesidad de más, de que eso no era suficiente.

El mayor había empezado a saborear la tersa y blanquecina piel del castaño, quien experimentó una lujuriosa sensación de placer y se dejó llevar mientras un pequeño gemido escapaba de sus labios.

Claro que toda su diversión y placer se cortó al notar una presencia en la habitación.

Dándose cuenta de quién podría ser, su rubor se extendió a límites insospechados y apartó a Reborn con rapidez. El azabache le dedicó una frustrada e intrigada mirada ante la acción.

—¡Mukuro, sal de ahí ahora mismo! —exclamó el joven mirando la terraza. Reborn entrecerró los ojos con rabia cuando el ilusionista apareció.

—Pensé que te había echado —sonrió retorcidamente, poniéndose delante de Tsuna para cubrirle con su propio cuerpo.

No permitiría que nadie más viese lo que era suyo.

—Kufufufu~. Ahora mismo soy una ilusión, puedo aparecer cuando quiera y donde quiera —el azabache sintió al menor aferrarse a su espalda del susto que se pegó al ver al ilusionista teletransportarse.

—Le has asustado —fulminó con la mirada a la piña, quien sonrió.

—No fue a propósito —se encogió de hombros.

—¿Qué se te ha perdido por aquí? —preguntó claramente enfadado porque hubiera interferido en ese momento.

—Nada, pero me aburro —si las miradas matasen... en esos momentos ya habría zumo de piña.

—Lárgate —ordenó, maldiciendo que solo fuera una ilusión y no le afectara en nada al verdadero Mukuro el hecho de hacerle un bonito agujero en la frente a su copia.

—No es tu casa, no puedes echarme —se burló.

—Pero yo sí —habló Tsuna, asomando su cabeza por detrás de Reborn con un claro rubor en sus mejillas.

—¿Sabe tu hermano de esto? —arqueó una ceja con diversión.

—En estos momentos, dudo que piense en qué estoy haciendo o no —refutó.

—Ya le has oído, largo —ordenó el azabache, pero antes de que el de cabello frutal replicara de nuevo, la figura de una joven apareció en la habitación como una ilusión.

—¡Hermano! ¡Ya has oído! ¡No usamos las ilusiones para espiar a las personas! —regañó la de cabello violáceo—. ¡Vamos! —ordenó la chica, haciendo que Reborn y Tsuna arquearan las cejas para luego contener la risa.

—Pero... —intentó defenderse el mayor, siendo interrumpido por la muchacha, que le tiró de la oreja hasta bajarle a su altura—. ¡Vale, vale! ¡Tranquila! —por la expresión de dolor que ponía, debía estar tirando del verdadero oído de su hermano.

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