Capítulo 12: Pasado

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Capítulo 12: Pasado

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«Frío. Era lo que sentía pese a estar abrigado, aunque se arrepintió de no haberse puesto la chaqueta. Aunque era algo normal sabiendo que su salida fue esporádica y sin plan alguno, todo por una discusión con sus padres, en un intento de rebeldía.

¿Por qué siempre debían decirle lo que tenía que hacer? ¡Ellos no sabían nada! ¡Pasaban un mes al año en casa, y aun así se atrevían a darle órdenes! ¿Qué se creían?

Ellos no sabían cuándo Tsuna estaba resfriado o tenía fiebre. No sabían lo que le gustaba, ni a lo que tenía miedo. No sabían que deseaba crecer para ser alto y llegar a los lugares que aún no alcanzaba.

No tenían ni idea de que le encantaba dibujar las estrellas ni de cuándo o cómo aprendió a leer —pronunció su primera oración completa un quince de febrero, a los cinco años, gracias a sus continuadas lecciones que empezaron por insistencia propia del pequeño— asi como también desconocían cuál era su cuento favorito, el mismo que recitaría hasta saberse de memoria para lograr que el castaño se sumiera en su mundo de sueños y fantasía.

Porque ellos no sabían que a su hermanito al principio le costaba adaptarse a su constante ausencia, que la primera noche que tuvo que asumir el papel de cuidador no sabía cómo consolarle. No sabían que les llamaba hasta quedarse sin voz y que le prometió que al siguiente día, si dormía, volvería a ver a mamá para calmarle. Durante toda la noche meditaba sobre qué decirle, cuál excusa ponerle, para cuando despertara y no la viese.

Ellos no tuvieron que ver la desilusión en aquellos orbes chocolate al descubrir su mentira blanca, y tampoco tuvieron que dar explicaciones a aquel dulce rostro decepcionado y compungido.

No tuvieron que soportar el llanto continuado por dos meses cada noche debido a su ausencia hasta que el menor cayera dormido gracias a la magia de las palabras de su lectura mientras acariciaba con suavidad sus cabellos. Con solo irse mientras estaban durmiendo, se libraban de tener que explicar al pequeño de que no se iban porque no querían verle.

Tampoco tenían que ver a su hermanito cada catorce de octubre mirando ilusionado la puerta, esperanzado, esperando que entraran. No tenían que consolarle después, cuando el día acababa y no habían aparecido, ni tenían que responder a las desconsoladas preguntas del niño acerca de por qué no estaban en casa.

ConnaîtreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora