La idea de permanecer en un país extranjero donde la mayoría de la gente se deslizaba como sombras silenciosas por una gran casa llena de miradas gélidas y hostiles hasta el límite del respeto no era la situación más cómoda en la que podía estar, si a esto le sumaban la débil señal de internet y el que no podía leer ni un mísero monosílabo todo era un suplicio.
Y no es que se quejara, en otro momento él le hubiera encontrado cierto encanto a la situación y hubiera invertido sus horas libres en recorrer el pintoresco palacio samurái, sin embargo por la tensión desatada por la tarde en la pequeña reunión el escabullirse por los alrededores no se le hacía la opción más apropiada.
Se levantó del pequeño escritorio y recorrió la habitación que sus anfitriones le habían dado, las paredes eran de color caramelo y los bordes tenían detalles en caoba, contaba con una pequeña sala de estar y un enorme ventanal frente a ella, tenía un baño completo y estaba decorada con un encantador estilo samurái que culminaba en una katana exhibida en un soporte de madera bajo uno de esos abanicos típicos del país; no podía decir que los Katsuki no tenían estilo.
Resignado de vagar como alma en pena decidió tirarse en su cama y se arrepintió al sentir el familiar escozor de una herida en su hombro, bufó y se acomodó sobre los almohadones, miró al techo y como todo el mundo antes de ir a dormir reflexionó sobre su vida.
Tenía veintiún años y justo había encontrado a la persona que la vida destinó para él, se supone que debía sentirse aliviado por ello sin embargo una preocupación agobiante lo carcomía por dentro, la reunión con los padres de su pareja no había sido tan fructífera como hubiera deseado y estaba comprometido con alguien que era extremadamente formal con él o que parecía lidiar con un conflicto interno cada vez que mantenían una conversación.
No es que se quejara de él, solamente esperaba que sobrellevara la situación más abiertamente y no limitarse a tener esa lucha interna por mantener sus opiniones para sí mismo...aunque pensando en la atrevida manera que él mismo había estado actuando todo el día no podía darle toda la culpa.
Viktor se cubrió los ojos con el antebrazo y trató de conciliar el sueño.
Como era de esperarse no lo logró.
Además de la preocupación una repentina ansiedad le oprimía el pecho, trataba de pretender que no conocía el motivo pero era estúpido el engañarse a sí mismo.
Estúpido.
Él era un estúpido y prejuicioso cantante que en lugar de agradecer al destino por haber encontrado a su pareja, no podía evitar el ponerle un pero y ese pero es que Yuuri era un chico.
Bufó algo molesto por su propia actitud, si eran prácticos el amor era amor y el azabache debía ser su complemento lo cual daba a entender que tarde o temprano el amor llegaría, Yuuri dejaría de guardar sus emociones para sí mismo y ambos podrían disfrutar de la compañía del otro. Pensó en que si ambos iban a bailar o a tomar un trago por ahí tal vez el alcohol los desinhibiera un poco para llegar a un plano más íntimo y así poder averiguar si en esas circunstancias se compaginaban mejor.
Sin embargo su primera cita fue tan fuera de lo común como su emparejamiento.
Todo empezó gracias a Viktor y su hábito malsano de salir a correr a las cuatro de la mañana, recorriendo la propiedad en un trote ligero se dio cuenta que era más grande de lo que esperaba, tan es así que llegó a creerse perdido por un momento; o al menos hasta que lo vió.
Una delicada y suave figura parecía danzar en armonía con el viento, quedó fascinado al instante y fue atraído hacia Yuuri como una polilla a la luz.
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Canción de amor
Short Story"Solamente hay un destino para cada persona" El ruso apoyó el mentón en el dorso de su mano mientras apreciaba la vista que su acompañante le ofrecía, mejillas lozanas y ojos brillantes; tuvo miedo de romper las ilusiones detrás de esa mirada. "Ento...