Capítulo 4

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Entramos en una habitación que por como parecía, era la suya.

Todo en aquella casa era minimalista; delicado, frágil y frío. Todo eran colores claros contrastando con el oscuro negro.

Como yo.

- A la derecha tienes el baño si lo necesitas, saldré para que te puedas cambiar.

- Puedes... Puedes quedarte- contesté tímidamente.

¿En serio? ¿En serio había dicho yo eso? ¿Desde cuando me comportaba así con un chico?

Sentí como al quitarme la chaqueta sus ojos devoraban todo mi cuerpo, atentos a todo mínimo movimiento que hacía.

No sé cómo podía mirarme, cuando seguro tenía una cara horrorosa por culpa del maquillaje corrido y mi cuerpo no es que fuera bonito, ni delgada ni rellenita, un cuerpo normal que nadie envidiaria.

Terminé de vestirme y él seguía mirándome como poseído, pero esta vez me miraba a los ojos directamente y sin pestañear.

- Me iré ya. Puedes quedarte aquí, si todavía quieres seguir sola. Y si necesitas algo, sabes dónde estaré. -dijo fríamente, mientras se dirigía a la puerta.

-No, no te...- ya era demasiado tarde, ya había salido dando un portazo.

Pensé en gritar su nombre, pero seguía sin saber cómo se llamaba.

¿Por qué era tan misterioso? ¿Por qué se comportaba conmigo como un caballero y al momento pasaba a ser frío y distante?

No comprendía nada de lo que estaba pasando hoy, ni por qué todo era tan confuso. ¿Acaso podía hacer algo para cambiarlo? No.

Me tiré en la cama pensando en todo y a la vez en nada, hasta que me quedé dormida.

Estaba presente en aquella pequeña sala pero al parecer nadie notaba mi presencia.

Una niña pequeña estaba escondida detrás de su madre aterrorizada, mientras dos señores hablaban con su madre. Hablando por no decir gritando y escupiendo amenazas. Querían llevarse a su pequeña niña.

Intentaba acercarme para enfrentarme a ellos, pero no me movía del sitio. Era como si algo me mantuviese anclada allí.

La madre intentaba defenderse a ella y a su hija, empujando a aquellos dos engendros, pero sin conseguir absolutamente nada. Tropezó y, aprovechando su caída, cogieron a la niña.

Esta les daba patadas y codazos mientras lloraba y llamaba a su madre intentando escaparse para ir a su lado. Y de repente, miró hacia donde yo me encontraba.

Ese pelo, esa nariz, esos ojos esmeralda...

Era yo.

Un Zero en mi vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora