Capítulo 8

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Ya estaba agotada cuando me alcanzó en unos jardines antes de mí casa. No podía más con todo, no podía seguir huyendo de Zero.

Tiré la mochila y me senté en el césped con la cabeza entre las piernas para que no me viese llorar, no quería que viese que soy débil. Cuando llegó levanté un poco la vista para verle. Tenía el pelo revuelto y pegado a la cara por el sudor al igual que su camiseta al pecho.

Pero que atractivo era, joder.

-Bella... Belladonna... -quiso tocarme, pero retiró la mano. Ojalá lo hubiese hecho. Solo quería un abrazo, un abrazo suyo.

-No quiero hablar Zero, marchate... -dije bajando la cabeza para que no me viera llorar,  aunque en realidad no quería que se fuera.

De repente, se juntó más a mí y me envolvió entre sus brazos. Esos brazos delgados pero fuertes, esos brazos que hace unos momentos deseaba tener y ya tenía envolviendome. Y no quería que me soltase. Lo único que hice fue acurrucarme más mientras él me secó las lágrimas y me acarició el pelo.

-No hace falta que digas nada, pero déjame estar a tu lado Donna. -dijo mientras me besaba en la cabeza- Déjame hacer, déjame ayudarte...

No dije nada, no tenía palabras. Zero estaba a mi lado, preocupandose por mi, consolandome.

Después de un buen rato dejé de llorar, pero aún así seguimos juntos y abrazados pero sin hablar, acariciandonos. Nunca me había sentido tan bien. Incluso nos tumbamos en el césped con mi cabeza en su pecho hasta que me quedé dormida. Y por primera vez en mucho tiempo dormí bien, sin tener pesadillas horribles que me despertaban cada dos por tres. Soñé con que estaba en un campo de flores con Zero y le hacía coronas con ellas mientras él me hacía un ramillete. Hasta que, como siempre, algo te devuelve a la realidad. Y esta vez fue el sonido del móvil, para ser peor, una llamada de mi padre.

No me dio tiempo a cogerlo por lo que le envíe un mensaje de que ya estaba al lado de casa.

-Zero... -intenté despertarle dulcemente, pero no servía. - Zero, despierta. Me tengo que ir ya o llegaré tarde a casa.

Y sin pensar en lo que hacía, le besé la mejilla. No sé si lo hice en forma de agradecimiento o porque simplemente quería, pero lo hice.

- ¿Te puedo acompañar? -bien, se había despertado ¿Se habría dado cuenta del beso o no lo había notado? ¿Le habría molestado?

-No, no creo que a mis padres les guste ver que vuelvo a casa con un chico. Pero de todas formas mañana nos vemos. Adiós. -le dije mientras me daba la vuelta para irme pero me cogió de la mano, me volvió a girar y fue tirando de mí hacia él. Sus ojos de cerca eran mucho más profundos y más bonitos, él en sí lo era.

Fue acercando su cara a la mía hasta que nuestros labios se encontraron en un pequeño beso. Sus labios eran suaves y dulces. No quería que aquello se acabase.

Pero lo hizo.

-Y esto, por lo de antes. -dijo con la mayor sonrisa que le había visto.

Los dos estabamos embobados. Aquello me había dejado sin aire, sin sentido, con ganas de más y anonadada.

-Pero... Pero esto... Yo...

- Mañana espero que podamos comer juntos y hablar de lo que no hemos podido hablar hoy. Hasta mañana Donna.

Un Zero en mi vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora