|TRES|

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-SEUNG-

- Ni de coña - era bastante obvio que por mucho que dijera que no, iba a acabar aceptando para no arriesgar mi posición económica actual, sin embargo no estaba de más hacerse de rogar antes de la humillación.

Esta posición me ponía nerviosa e incómoda, era extraño, daba la sensación de que Jimin era alguien importante, pero en realidad, solo era un chico mimado y egocéntrico.

- ¿Qué pasa? ¿Te pongo nerviosa? - sonrió arrogante, como siempre - Mira te lo repito otra vez de forma más clara - suspiró como si tuviera que repetir algo obvio por séptima vez, ¿hola? ¿Te das cuenta de que me estás pidiendo esclavitud y me cerebro no procesa que seas tan imbécil? - o aceptas ser mi esclava o se entera todo el mundo de que Choi Seung es un camello. Todo el mundo Choi, autoridades incluidas.

- Vaya, si el niñato mimado sabe pensar por si solo - era más que obvio que estaba tensa, es decir, tenía la mandíbula apretada, y no era capaz de sostener las miradas más de tres segundos sin sentirme inferior.

- A ver, Seunggie - se le veía exasperado, y aunque no fuera el momento, tenía ganas de reirme - deja de evadir el tema, por mi me llevaría toda la noche en esta posición, pero me da que tú no.

- ¿Cómo lo has adivinado? Esta bien tú ganas ¿cuánto tiempo?

- En principio un mes, o, hasta que me canse de ti.

Y al instante se separó y se fue, como si solo me hubiera ayudado a recoger algo que se me hubiera caído. Cerré los ojos y junté la cabeza al muro y suspiré fuerte, liberando así parte de la tensión que me rodeaba, solo esperaba que esto fuera un mal sueño y mañana al llegar al instituto ni siquiera se me acercara. Tras recomponerme, me seguí y comencé el camino hacia mi casa.

Una vez llegué me di cuenta de que me esperaba una sorpresa, una desearía no haber tenido nunca.

Escuché los gritos de lo que se suponía que era mi padre, entre insultos para mí y golpes a los muebles se me acercó, y por mucho que intenté esquivarlo, fue en vano. Sentí la fuerza que estiraba mi pelo, y pedí a gritos entre sollozos que me soltara, pero cuando me di cuenta ya me estaba arrastrando hacia la cocina, donde siempre estaba el palo de madera que más de una vez me sacó sangre.

Al no verlo donde siempre, se desesperó y me soltó para abrir más de un cajón a la vez, error de su parte, suerte de la mía. Con la fuerza que me quedaba me levanté y salí corriendo hacia mi habitación, puse el pestillo y moví la cómoda para bloquear la puerta, sentía como me temblaba todo el cuerpo mientras me alejaba de la puerta con lágrimas en los ojos sin apartar ni un segundo mi mirada de ella. Me sobresaltó al escuchar el primer golpe sobre la puerta, sin embargo con el resto solo pestañeaba.

A los pocos minutos se oyó un silencio absorto en toda la casa, tan puro que me dio miedo. Y hubiera amado tanto que no lo hubiera roto, que no hubiera dicho esas palabras que me romperían de nuevo, que hubiera dado lo que fuera.

- Sigue comportándote así, pero recuerda que tu madre pagará tus acciones.

Solté un jadeo envuelto en un sollozo y me abracé a mi misma, cerré mis ojos con fuerza, como si eso me liberase de todos mis problemas, como si por un segundo todo fuera distinto. Caminé sin sentir el alma en el cuerpo hasta la cama y me tiré dejando las lágrimas caer hasta que me quedé dormida.

*

Me desperté en mitad de la madrugada con el corazón en un puño por culpa de una pesadilla en la cual mi padre era el protagonista. Sin aire me levanté y me acercé al tocador, apoyé ambas manos en la madera y me eché para adelante con los ojos cerrados intentando recuperar el aire. Cuando levanté la cabeza y me miré al espejo, me desprecié, me repugné, me odié.

Una simple amenaza • P. J • [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora