Capítulo 11

60 4 1
                                    


Pasaron varios días antes de que volviera a ver a Ethan. Una parte de mí quería pensar que simplemente me estaba vigilando desde las sombras, como hacía antes; esa parte se resistía a pensar que, por mis venenosas palabras, me hubiera abandonado.

Pero el instinto me decía a gritos quer odiara y temiera a Ethan, y confiaba ciegamente en él. Aunque, claro, no siempre era buena idea.

El tiempo se pasó volando, y antes de que quisiera darme cuenta ya había llegado junio. Apenas quedaban unas cuantas semanas para acabar el curso, y, como era natural, tenía una exorbitante cantidad de exámenes. Me pasaba el día con la cabeza enterrada en los libros, hasta llegar el punto de que Ethan aprendió por la fuerza: cero interrupciones, excepto para traerme la comida y la cena. Era una rutina un poco fuerte, pero sólo así podría aprobarlo todo.

Y, por lo que parecía, estaba dando sus frutos.

Acababa de salir del campus, sonriendo con satisfacción tras hacer uno de mis últimos exámenes, cuando me detuve en seco.

La sonrisa se congeló en mis labios.

– Victoria –masculló.

Suspiré y seguí mi camino. No me hizo falta volverme para saber que sí, que me seguía.

– ¿Qué quieres? –dije con tono cansado. Toda la alegría se había desvanecido de repente.

Ethan avanzó hasta quedar a mi lado.

– Pues nada, en realidad.

Calculé mentalmente los minutos que tardaría en llegar a casa.

– ¿Entonces? ¿A que viene esta súbita aparición?

Sentí cómo sus dedos se cerraban en torno a mi muñeca.

– Aquí no.

Lo miré fijamente a los ojos. Podía ser una mentira. Una trampa.

Me tendió la mano y yo titubée un instante, pero finalmente acepté y dejé que me conduciera por las calles de Madrid, que tantas veces había visto.

Entramos en un callejón y tuvo qe parecerle lo suficientemente íntimo para decirme lo que fuera que tuviera que decirme, ya que respiró hondo, se apoyó contra la pared y me indicó con un movimiento de la cabeza que me acercara. Me puse frente a él, con la espalda apoyada contra el muro que estaba justo enfrente de Ethan, y me crucé de brazos.

– ¿Y bien? ¿Me has traído aquí para asesinarme y tirar mis restos al mar, o para hablar de verdad?

Él casi sonrió. Casi.

– Simplemente, he venido a buscar en ti esa pequeña parte que me pertenece. Esos sentimientos que te inspiro.

Enarqué una ceja.

– ¿Al odio, te refieres? ¿O a la repulsión?

Dejó escapar una breve risa entre dientes. Entonces, con un suspiro cansado, se separó de la pared y se aproximó a mí.

– ¿Por qué te obstinas en negar una y otra vez lo que sientes, Victoria? –mientras que hablaba, se acercó más y más, hasta que mi espalda chocó con la pared– Dímelo, vamos.

Fruncí el ceño. Su rostro se aproximó un poco más, y me aparté por acto reflejo. Pero él pareció conforme, limitándose a clavar su intensa mirada en la mía.

– Dilo, Victoria –susurró–. Vamos, di que no me amas. Dímelo a la cara, sin remordimientos, y desapareceré. Esto no debería de ser tan difícil, ¿no? Después de todo, lo único que te inspiro es odio. Y repulsión, ¿cierto?

– Y miedo –dije, con un hilo de voz.

– Y miedo –añadió, sonriendo.

Su mirada quemaba, con un glacial ardor que me recordaba al tacto del hielo. Traté de concentrarme en las palabras que tenía que pronunciar, esa frase que me libraría para siempre de la presencia de Ethan, que tanto me confundía.

– ¿Por qué tardas tanto, Victoria...? –dijo, con un tono burlón en la voz.

Suspiré y cerré los ojos con fuerza. No podía, no podía. Las palabras se quedaban atascadas en mis labios, y por un momento temí que hubiera olvidado cómo hablar. Pero no era así. Simplemente, aquella pequeña parte dentro de mi no se resignaba a apartarlo de sí.

– No me lo digas a mí si quieres, pero no creo que sea muy sano.

Suspiré. No perdía nada por revelar la verdad.

– ¿De qué tienes miedo, Victoria? –musitó.

Abrí los ojos, y me encontré su hermoso rostro cincelado en mármol más cerca de lo que me esperaba. Jadée sin poder evitarlo.

Aquella parecía ser la señal que Ethan estaba esperando, porque sonrió levemente y acortó la escasa distancia que había entre nosotros, apoyando su frente sobre la mía. Abducida como estaba por su hipnótica mirada, apenas me percaté de que sus dedos rodeaban mi cintura, acercándome más. Pero se quedó ahí, limitándose a mirarme, y me di cuenta de que ésta una frontera que quería respetar. Dejaría que yo tomara la decisión de cruzar la línea, de eliminar la mínima distancia que había entre nosotros.

Suspiré. Lo mío no era normal, desde luego. Me había enamorado de un chico enviado a matarme, un chico que se había pasado los últimos meses siguiéndome. Mi mente se debatía entre lo ético, lo moralmente correcto; y lo que realmente deseaba.

Me ardía la piel, y todas las células de mi cuerpo, sin excepción, ansiaban rodear el cuello de Ethan con los brazos y abandonarse a él. Pero todavía me quedaba algo de cordura, y sabía que tenía que pensar con claridad porque, una vez que esto hubiera ocurrido, nada sería olvidado u borrado.

"A la mierda", pensé. No había nada que ansiara más en este momento que a él.

Ethan fue a decir algo, pero ningún sonido llegó a salir jamás de sus labios. Antes de que pudiera darse cuenta, o que yo supiera realmente cómo, mis labios estaban sobre los suyos, saciando aquella acuciante necesidad que me atormentaba por momentos. Enredé los dedos en su cabello, bebiendo de aquel beso como si no hubiera un mañana; ese beso, impregnado del sabor dulce y amargo de quien sabe que ha perdido ante el poder del amor.

Pero el momento, como todo, pasó; y me encontré abrazándolo, con la cabeza apoyada sobre su pecho, con una estúpida sonrisa en el rostro.

Cuando habló, su voz sonó ronca e insegura:

– ¿Entonces...?

Suspiré.

– Sí.

– ¿Me dejarás intentarlo, pues?

Sonreí, estrechándolo más fuerte entre mis brazos.

– Claro.


Mi asesinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora