Capítulo 1: Volar.

549 56 28
                                    



2071.

El neuroformador chilla en mi oído y aun así logro oír el sonido de mi corazón retumbando dentro de mí. Sé que ésto no tendría que estar sucediendo y a veces me aterra. Mis ojos están fijos en el techo del cuarto y mi cerebro sólo piensa en turbios ojos negros. Recuerdo la esfera enorme, que hoy ha sido roja pero ayer fue dorada y la semana anterior color magenta, hundiéndose en el horizonte y sobre secas y rocosas tierras vacías. El sol hace que la figura de él, del muchacho de mis sueños, parezca majestuosa, divina y nublada frente a mis ojos. Él camina hacia mí y extiende sus manos, sé que dice algo pero jamás he despertado y logrado recordar lo que él murmura. Cuando despierto, como tantas otras noches, sólo logro recordar una quemazón en mi rostro, un agotamiento feroz que jamás he tenido en las piernas y una angustia que se consume dentro de mi pecho.
Hoy, e igual que ayer, me quedo tumbado en mi cama deseando quitar el pequeño neuroformador de mi oído, porque el sonido que debería hacerme dormir es cada día más intenso y no se acallará hasta que mi actividad cerebral dé signos de que duermo. Y el insomnio me consume hasta que me desvanezco y me sumerjo en oscuros ojos negros y labios tan rojos como el sol que brilla en su espalda.

Sé y siento que el agotamiento en la mañana me consume mucho más que cualquier otra cosa. Deseo dejarme ir por las curvas de la silla y quedar tumbado en el frío suelo, dormir y despertarme como un hombre nuevo. Pero permanezco con la espalda recta y firme en el cuarto inmaculadamente blanco que me rodea. La marca elemental de mi muñeca me pica y con el dedo índice sigo los trazos del remolino de mi símbolo. Tocarla me hace sentir seguro, me dice quién soy y por qué estoy en el mundo. Y a la vez me asfixia, porque me recuerdo fuera, en mi sueño, y siento que la marca de mi muñeca me ata de pies y manos. Entonces cierro mis ojos y mi dedo índice viaja centímetros más abajo, donde la piel no es más que piel y vellos, y trazo sobre ella las llamas del signo Fuego. No desearía haber nacido como tal, porque jamás tendría el valor de luchar como lo hacen ellos. Yo no podría quitar la vida, no puedo destruirla, pero desearía poder salir como ellos lo hacen, ver el afuera, correr, saltar, ver el sol con mis propios ojos.
La puerta a mi espalda corre y mis manos se enredan entre sí tan rápido como es posible. Por primera vez en el día mi espalda toca el respaldo de la silla y sigo con la mirada al hombre alto y de cabello claro que camina tranquilo hasta estar tras el escritorio. Es la primera vez que lo veo de cerca y me resulta mucho más joven de lo que en realidad es.
El líder del refugio lleva su uniforme blanco tan impecable como todos los miembros de su elemento. Aire es por sobre muchas cosas ordenado. No debe lidiar con la tierra, ni con las manchas de la vida ni con las de la muerte, su deber está por sobre todas esas cosas.

-¿Eres Donghae?

Me remuevo incómodo en mi silla y comienzo a sentir que la boca se me seca por completo así que, temiendo que la voz no salga de ella, sólo asiento y el líder sonríe cálidamente. De pronto me siento un poco más cómodo.

-¿Sabes por qué estás aquí?

Me habla con aquella paz que de pronto me hace sentir pequeño.

-Supongo –Contesto. Pero lo cierto es que en realidad no lo termino de entender.

-Nos tienes tan preocupados, Donghae. Y me alarma que tu elemento no haya sabido lidiar con ello. Pues siempre ha sido más fácil controlar lo que hay dentro de ti que lo que te rodea. Pero descuida, encontraremos la manera de terminar con los sueños ¿Está bien?

Yo asiento no tan seguro de querer terminar con ellos.

-Dime, ¿qué sueñas?

-Sueño que salgo de aquí, que encuentro a alguien, un muchacho. Eso es todo lo que puedo recordar - explico.

El sacrificio de la mariposa: Metamorfosis.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora