║Curiosidad Enfermiza║

195 21 0
                                    


Sus pies lo llevaron al interior de la casa; había estado ocupado todo el día en el jardín, tras terminar sus deberes. Se apresuró a limpiarse el lodo de la cara, mientras el sonido de las cigarras rompía con el silencio en la estancia. Atravesó el comedor y se internó aún más en las entrañas de su morada, aquel sitio al que podía llamar refugio.

Sus piernas subieron a toda prisa las escaleras de frío granito, haciendo resonar los zapatos de suela de madera contra la tabla roca en la planta alta. Se escurrió por el pasillo, sujetándose de la barandilla, pasando de largo por su propia recamara. El refulgor que se colaba por los cristales le daba a ese pasillo un toque mágico; siempre había disfrutado esa parte de la casa.

Una puerta estaba abierta, al final del corredor misterioso; el niño se sintió seguro y entró, aún con los libros de estudio bajo el brazo izquierdo. La luz de medio día llenaba de vida los tapices ornamentados con sencillos grabados.

Sobre el escritorio, todo lo que miraron sus ojos, no eran otra cosa más que planos con diseños y libros. Cada objeto regado en aquella amplia estancia, era más asombroso que el anterior.

El motivo de su fascinación, era el trabajo de aquel hombre de cabellos blancos, que le devolvía la mirada afable desde el umbral de la puerta.

La silueta de los cabellos largos y la bata pálida como tejida con estambre de nieve, desapareció, como un banco de neblina turbulenta. Poco a poco, mientras el flequillo pálido le cubría la frente bañada de sudor frío, las paredes a su alrededor comenzaron a sofocarle los pulmones, mientras el olor a quemado y el detrimento de la construcción avanzaba, desbaratando el techo, carcomiendo los tapices, desquebrajando cada gramo de aquello que era suyo. Pronto todo era gris, matizado con el negro del carbón y los residuos de los chispazos de las llamaradas que le rozaban la piel, que se devolvían al firmamento como pequeños luceros.

Todo se había vuelto escombros y cenizas...

Más no se movió, mientras contemplaba la caída de su pequeño mundo ideal.

Su vista se empañó, cubriéndose con una enorme mancha oscura.

Allá a donde volteaba no veía ni una mota de blanco.

¿Qué ha pasado? ¿A dónde se fue ese hombre y sus infinitos trazos precisos y sus descubrimientos?

Tenía que encontrarlo, tenía que hallarlo, en aquella nada turbia, en un infierno silencioso; él quería alcanzar a su padre y escuchar sus halagos. Quería oir de sus hallazgos y sus inventos...

Una mota de fina luz llamo su atención. El ciego valora hasta la visión más borrosa, como se suele decir...

Entonces ¿Qué lo detenía?

Luego de mucho pensar y hartarse, emprendió la búsqueda de la mota de luz.

Aún sin saber si era real o producto de sus elucubraciones.

Sin saber si caminaba sobre una pila de carbón en llamas o sobre aguas sulfurosas hacia un mejor destino, o a un lamentable final.

La incertidumbre era una constante en la vida de todo científico.

Código NasodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora