Choque de Reinas: El poder para cambiar el destino

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Yace reposando tranquilamente sobre el regazo de aquel buen mozo.

El alma de ese hombre es tranquila. Sufre de perturbaciones, como todas, pero es tan compatible con la propia, que le ayuda a sentirse mejor aún bajo las inclemencias. Su calor, su tacto le recuerdan que no volverá a estar sola.

Emana un olor, masculino; sudor con restos de guerra si, eso tan solo en apariencia, hay algo más, un ligero toque húmedo.

Luciela R. Sourcream no es ajena a todo lo que sucede afuera. No es ajena a las energías que comienzan a moverse, aprovechando la ignorancia de sus compañeros. Escucha claramente cada intento de manipulación, cada explosión. Los gritos y las llamadas a tomar las armas y a no quedarse solos. 

Más ella entrara a la acción de otra forma.

El desierto ruge, hace remolinos y quiere devorar con mandíbulas de arena y fuego a todo intruso que interfiera con su proyecto mortuorio. Por eso permanece ahí, en el regazo de Ciel, porque necesita temple antes de adentrarse al ojo del huracán, ahí donde ocurre la verdadera tormenta del siglo.

-Peones- dice ella con voz adormilada. Serena y asqueada.

Su ser interior, bañado de una exquisita tonalidad índigo, se concentra como pocas veces ha hecho antes.

Ciel nota que el alma de Lu se perturba y se aleja. Ella comienza a escuchar el ruiderio y el griterio aún con más impetu.

-Torres.

Sus párpados, se cierran con un poco más de presión, y su voz se hace más clara y firme.

-Caballos.

Kilómetros más delante, la tierra ha abierto algo similar a una enorme garganta, y ella conoce a la responsable de convertir aquello en una fosa séptica.

-Alfiles.

Las venas se le marcan en las cienes. Y entonces su yo interior avanza más, pese a los intentos de Ciel por detenerla. Ella está viajando, no con su cuerpo. Llega a un límite, la mitad de su alma no puede estirarse más. No sin tirar de Ciel con ella, aun así, sabe que el irá tras ella, a buscarla.

Trata de encontrar a la tirana.

Llega a un claro. Un enorme campo blanco en medio de la nada, lustroso. Luciela no se confía. Ella sabe que es posiblemente una treta.

Lo confirma al ver aquel líquido apestoso extendiéndose bajo sus pies desnudos. El olor es repugnante, como a tierra y podredumbre. A sangre.

A muerte.

Ella no se deja tentar por aquella treta ni por ese suelo manchado de inmundicia. Aunque sea una ofensa.

Entonces la otra reina emerge como hecha de una masa nebulosa. Pero ahora ella es enorme y sus ojos son como dos fosas sin fondo. Sonríe macabramente y los iris amenazan con tragársela, sus colmillos chorrean un liquido supuroso que hiede a descomposición, a heridas y a miseria. Toda ella desprende ese olor a tierra rancia. Su rostro hecho de extrañas brumas, se deforma en rostros de sufrimiento aun más pequeños. Más Lu no se deja amedrentar.

Ella ha corrompido aquel lugar, con su toque brumoso convirtió a toda una especie en caníbales. Sus facciones son impuras, la reina tirana se lame los labios de manera obscena. No hay lugar a dudas, se ha fusionado con Behemot. 

Y es que el tiempo se ha cumplido. Ahora tiene demasiada fuerza y se niega a perderlo. Hay también otra cosa, una sensación que no para de amedrentarla desde el día en que se unió a los buscadores del Eldrit.

"—Tú no interfieras, o tu y el niño humano que camina a tu lado preferirán la muerte—"

Y pese a lo hórrido de la visión. a los escalofríos que no le dejaban de recorrer el espinazo. 

Luciela habló.

—Una voluntad fuerte, altera el destino—su dicción era suave y firme.

—Correcto— responde la voz con suficiencia y en un tono aparentemente pasivo.

—Un corazón que cree y no se quebranta, puede derrotar cualquier imposición del destino.

—¡Es correcto!— Karis eleva un poco su elegante voz emitiendo risas de burla. 

 —Lo he comprendido todo. Este destino que no cambia sin importar cuánto lo intentemos, es a causa de una voluntad inquebrantable interfiriendo— Luciela fue más enérgica.

Tomó aire, elevó el tono de su voz, volviéndolo, autoritario y demandante

—¡No volveré a perder contra ti! Alguien nos enseñó eso, que el poder de nuestra convicción creará el milagro, y cortará éste destino podrido que has levantado sobre nosotros ¡No perderemos ante tu voluntad!

Y la otra ríe con desquicio, con burla y decrepitud. Su sonrisa permita ver sus asquerosos dientes teñidos de sangre.

—¡Muy bien! ¡Acepto el desafío! Te mostraré quién de las dos es más fuerte ¡No doblegarás mi futuro! 


—¡Lu! ¡Lu! ¿Dónde éstas?— Ciel se acerca, ella se irá pronto. Más no sin recibir una última advertencia de parte de la infame Karis, quien comienza a desvanecerse convulsionando en una risa oscura y demencial.

—¡Estúpida mocosa, te arrastraré fuera de tu pedestal sagrado de una vez y para siempre!



El telón se levanta.

Y entonces el último acto empieza.

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