4- Pesadillas

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Me dirijo un poco fatigada al centro del pueblo. Muero de hambre pero no quiero llegar a casa, no ahora.

¿De qué me sirve ocultarlo? Nunca me olvidé él. Pablo Guzmán fue mi primer amor, mi primer beso y mi primera caricia inocente. Lo amaba – o eso creía a esa edad- pero siendo mayor que yo y habiéndose graduado del colegio tuvo que irse a la capital del país para atender los negocios de su papá que yacía enfermo en ese entonces.

Pero nunca me pidió que me fuera con él y simplemente un día dijo adiós.

Mi pecho se oprimía al recordarlo, nos juramos estar juntos siempre pero ¨los para siempre¨ en mi vida dejaron de existir. Esa estúpida ilusión llamada amor solo queda como un recuerdo... nada más.

El rio fue en muchas ocasiones nuestro lugar de encuentro y de diversión junto a Samira; yo sabía que el también estaba en el pueblo pero nunca pensé que iría allí justo en ese momento.

Llego al centro y noto que todo está muy cambiado, más grande. Pero las calles aún siguen cubiertas de monotonía y de rutinas. Todos caminan hacia un punto fijo, nadie se entretiene. Todo en el fondo permanece igual.

Aparco cerca del local de Wendy's y camino hacia la puerta mientras hago un moño en mi cabello. Para ya estar en diciembre hoy hace mucho calor. Al entrar, el lugar está desierto y es algo que agradezco porque el ruido y el estruendo son cosas que me ponen un tanto eufórica.

-Quiero el combo dos por favor- Le digo a la joven cajera que está detrás del mostrador. Levanta su vista hacía mi y al mirarla su rostro me trae muchísimos recuerdos de alguien que conocía en Vietnam hace unos años. Pero desecho la idea y presto atención.

-¿Algo más señora?- Pregunta y aún mirándola niego.- Espere un momento por favor.

Me quedo de pie y miro hacia fuera del ventanal. Un niño pateando una pelota por la vereda llama mucho mi atención, miro detrás de él y solo veo a un hombre cubierto por una bata de hospital hablar por su teléfono celular y nadie más.

Mi ceño se frunce, ya que el niño se aleja más y más del señor que parece estar muy entretenido hablando por su teléfono. Sin darme cuenta estoy caminando hasta la salida del local pero avanzo el paso cuando veo al niño salir de la acera y una gran patana dirigirse hacia él sin planes de detenerse. Aplicando algo de fuerza halo el niño hacia mí y ambos quedamos semi recostados ya en la acera.

-¡Demonios!- Escucho la voz de un hombre acercarse mientras salgo de trance.- ¿Estás bien hijo?- El hombre que antes hablaba por teléfono abraza al pequeño con fuerza.- Lo siento tanto. ¿Por qué no te quedaste donde te pedí, Daniel?- Mientras veo la situación, me pongo de pie y estoy lista para volver adentro del local.- Señorita, gracias. Le debo la vida de mi hijo.- Su voz me hace mirarle otra vez, solo que esta vez ya el está de pie también.

-No tiene nada que agradecer señor, solo actúe por instinto.- Respondo y empiezo a caminar.

-¿También tiene usted un hijo? Porque permítame decirle que eso que usted llama ¨instinto¨ no lo tiene cualquiera- Inquiere y si hubiese sido otro momento le ignoro por preguntón.

-Si, también tengo una hija.- Respondo y esta vez sin mirar a nadie y sin intenciones de detenerme entro a buscar mi comida.

La situación me hace pensar en Lisa y por la hora que marca el reloj del local casi serán las una de la tarde y ella saldrá del colegio.

-Son doscientos ochenta pesos, señora.- Se dirige a mí la joven esta vez con mi almuerzo en las manos. Busco de prisa en mis bolsillos y lo único que tengo son dólares.

Déjame curarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora