10 - Confesiones (1/2)

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—¿Harry?

 Fruncí el ceño mientras me afirmaba al picaporte de la puerta y lo miraba de arriba abajo. Alcé una ceja mientras reparaba en su aspecto, tenía el cabello alborotado y las mejillas y los labios rojos. Abrí los ojos de par en par cuando noté que sólo traía puesto un sweater de lana, siendo que afuera el clima rozaba los diez grados bajo cero.

Me puse en puntillas y miré por encima de sus hombros, descubriendo que estaba solo y que nadie en el hotel parecía haber notado su presencia. Lo miré con incertidumbre, sin saber bien cómo reaccionar.

El rizado se había presentado a mi puerta a las 1 de la mañana, sudado, ruborizado y con la mirada más perdida que mi dignidad. ¿Cómo se supone que debería actuar?

¿Debería llamar a Anne y exponerlo, o debería dejar que pase la noche aquí?

Indeciso, me mordí el labio mientras le daba una mirada a la laptop sobre mi cama. Niall debería estar de los pelos tratando de oír algo. Suspirando, volví a poner los ojos en él y negué con la cabeza.

Me acerqué y pasé uno de sus brazos por mis hombros, para así tomarlo de la cintura y poder sujetarlo mejor.

 —Soy...— comenzó a mascullar arrastrando las letras, al mismo tiempo que su aliento chocaba contra mi mejilla, poniéndome más nervioso de lo que ya estaba.

 Arrugué la nariz al percibir el aroma a whisky y apreté los labios, volteando a mirar la puerta.

—Sí, ya sé quién eres— le dije mientras lo depositaba en mi cama, dándole un empujonsito en el pecho para que apoyara toda la espalda sobre el colchón.

Sin quitarle los ojos de encima, puse el cerrojo y volví a tomar la laptop. Niall había finalizado la videollamada hacía un par de segundos, quizás porque mi último comentario le había dado en qué pensar.

Como sea, había logrado quitarme un peso de encima y lo había recuperado de nuevo al abrir la puerta.

Hinché el pecho, tomando todo el aire posible. Lo observé tumbado en la cama, con las manos sobre el estómago y la cabeza ladeada, entrecerrando los ojos y murmurando palabras inaudibles. Sacudí la cabeza y tomé mi celular, que para mi desgracia, no tenía batería. ¿Dónde rayos está el cargador?

Demonios— maldije en voz baja, pasándome una mano por la barbilla mientras arrojaba el móvil hacia un sillón.

Sabía que no lo encontraría en un buen rato y yo no disponía de tanto tiempo, así que tomé mi agenda y rebusqué el número de Anne ahí. Pero no lo encontraba... Recordaba haberlo agendado con tinta roja y en una esquina de la última hoja, pero al parecer estaba buscando en la libreta equivocada.

Respiré hondo y me pasé una mano por el cabello, exasperado. ¿Terminaba en seis, verdad? ¿O era en siete?

 Recorrí la habitación con la mirada y no pude evitar volver a detenerme en él durante unos cuantos segundos,  no podía dejar de pensar que hacía unos años, yo me veía exactamente igual de perdido e inocente que él. Desvié la mirada, consternado por la cantidad de estupideces que mi cerebro procesaba y fijé la vista en la mesita de noche. ¡Cómo no la vi antes!

La guía telefónica que contiene todos los números de los habitantes de la ciudad descansaba debajo del teléfono fijo, esperándome. Encontré el número de la Sra. Cox más rápido de lo que esperaba y sonreí. Comencé a apretar los botones e inevitablemente, me equivoqué varias veces a causa de los nervios; ni siquiera tenía bien en claro qué le diría si llegaba a responder.

El decorador [Larry Stylinson]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora