El sexto día de trabajo había comenzado y aunque la gran mayoría de las cosas se encontraban bajo control, no disponía de mucho tiempo libre. Aún así, cada vez que podíamos, el rizado se acercaba hacia mi y me hacía comentarios acerca de alguna estupidez que le había parecido interesante; y cuando no estaba cerca, me dedicaba a observarlo disimuladamente, y para mi sorpresa, el noventa por ciento del tiempo se hallaba conversando con PJ.
Después de haber compartido la cama (en el sentido más inocente), sentía el deseo irremediable de tenerlo lo más cerca posible. Y me resultaba insoportable la forma en que PJ se le acercaba y lo codeaba entre risas. Debía sumergirme de lleno en el trabajo para que la sangre no me hirviera.
A la hora del té, la temperatura había descendido tanto que ni siquiera podíamos estar de pie en el jardín sin morirnos de frío. El aire puro me quemaba las fosas nasales y mis dedos se congelaban incluso con los guantes puestos.
—Creo que mejor nos quedamos adentro— le dije a Harry mientras giraba sobre mis talones y volvía a entrar al salón.
—No es para tanto— me respondió desde el umbral de la puerta, usando solamente una camiseta de mangas largas y un pequeño beanie. Negué con la cabeza, sin entender su talento para resistir al frío.
Entramos en la cocina y apagamos la cafetera. Después de servirnos una taza cada uno y agregarle malvaviscos, volvimos a mi mesa de trabajo. Puse el móvil a un lado y la taza en el otro, mientras que Harry se sentó frente a mi, quedando el ordenador en medio de ambos.
—¿En serio continuarás trabajando?
Asentí, abriendo la laptop y esparciendo frente a mi algunos papeles con nombres y números telefónicos.
—Sí, aún tengo cosas por hacer— respondí encogiéndome de hombros.
Bebí un gran sorbo de café y me troné los dedos, listo para comenzar a teclear los trescientos nombres de todos los invitados.
—¿Así eres en Liverpool?— me preguntó luego de unos minutos, con la cabeza ligeramente ladeada.
Lo observé por encima del monitor de la laptop, sin dejar de teclear. Apretaba los labios y revolvía el contenido de su taza con parsimonia.
—¿Cómo?
—No lo sé, una buena persona.
Le di un sorbo a mi taza y sonreí, casi sintiendo ternura.
—¿Crees que soy buena persona?— Harry asintió, convencido —¿Por qué?
Se encogió de hombros lo más que pudo y me miró fijo, incitándome a creer en cada una de sus palabras. Podría saltar de un avión si tan sólo me lo pidiera con esa mirada.
—Sí, has estado cubriendo cada necesidad de la fiesta.
Chasqueé la lengua y rodé los ojos mientras volvía a centrarme en mi tarea.
—Me están pagando por ello, ¿recuerdas?— sonreí.
—Lo sé, pero no tienes la necesidad de preocuparte excesivamente por pequeñeces como lo de los manteles de seda. Podrías haber pedido otra tela, pero no lo hiciste— guardó silencio durante un momento, y luego de dar otro sorbo a su taza, volvió a hablar —Eso dice mucho de ti.
Lo miré con la boca entreabierta, un poco sorprendido. Pensé en decirle que hablaba con demasiada seguridad para conocerme tan poco, pero mi móvil comenzó a entonar una canción y la fotografía de Mark apareció abarcando toda la pantalla.
Instintivamente, los ojos de ambos viajaron hasta el aparato y tuve que excusarme para poder atender la llamada.
Me levanté de la mesa y acepté la llamada.
—Mark.
—Hola, Lou— saludó —¿Te interrumpí?
Miré hacia la mesa y vi que Harry ya no se encontraba ahí. Ni ahí ni en ningún lugar visible.
Fruncí el ceño, qué extraño.
—Algo así, pero no te preocupes... ¿Sucede algo?
Del otro lado de la línea no se escuchaba nada más aparte de la voz de mi compañero, lo que me daba a entender que estaba en casa.
—No, sólo quería recordarte una vez más que amé las flores que enviaste— dijo con voz risueña.
Sonreí abiertamente. Mark me había llamado más de dos veces en un día para decirme exactamente lo que acababa de decir.
Al final del día, volvíamos a ser los mismos de siempre.
—Eres un idiota, ¿lo sabías?— comenté riendo.
Mark también rió, y en mi mente lo imaginé achinando los ojos y arrugando la nariz como un pequeño.
—Claro que sí, siempre lo seré— sentenció.
Hablamos un par de minutos más y luego decidí colgar para poder terminar de trabajar y para que él pudiera ir a ducharse.
Cuando me di la vuelta y volví a la mesa, maldije en voz baja porque mi café se había enfriado. Iba a pedirle uno nuevo al rizado pero seguía sin aparecer, así que simplemente continué con mis asuntos.
*
—Harry, ¿tienes un minuto?— lo llamé cuando a penas había ingresado en mi campo visual.
El rizado asintió y se acercó a mi, con un par de papeles entre las manos.
—Te desapareciste hace rato— comenté.
Él se acomodó el cabello con un ligero movimiento de cabeza y sonrió de lado, haciendo que uno de sus hoyuelos aparezca. Por un momento me olvidé de todo.
—Sí, es que justo recordé que debía hacer algo...
Lo miré fijamente, sin creerle ni una palabra.
—Terminaré en una hora, ¿quieres ir por un refresco luego?
Estaba tan nervioso por aquella pregunta que casi pensé en no realizarla nunca. Mi pierna se agitaba por debajo de la mesa y gracias a Dios que él no podía verla. Me sentía como un chiquillo.
Pensé que aceptaría de la misma manera y con la misma emoción que había aceptado ir por aquel trago la noche anterior, pero no. Después de hacer una mueca y disculparse, me rechazó diciendo que ya había hecho planes con alguien más.
—¿Alguien más?— fruncí el ceño.
El rizado asintió y se alejó lentamente para volver a su tarea anterior. Lo observé marcharse y volví a sumergirme en mi trabajo, sin lograr concentrarme.
¿Porqué no me decía quién era esa persona con la que había hecho planes ya?
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El decorador [Larry Stylinson]
Fiksi PenggemarCiudad de Manchester, noviembre del 2015. Louis Tomlinson, es un hombre de 30 años que ha entregado gran parte de su vida adulta a la decoración de ambientes y a la organización de eventos. Homosexual activo, aceptado por todo su círculo íntimo. Har...