Capítulo 11

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El edificio de apartamentos Palmer era una auténtica ruina. Estaba corroído por la humedad, y necesitaba urgentemente una capa de pintura

. Una argolla de baloncesto sin red colgaba de una de las paredes exteriores, y un grupo de chicos preadolescentes intentaban encestar un pelota entre gritos y peleas.

Unos escalones maltrechos conducían al interior del edificio, donde Nick se paró a comprobar los timbres.

Los Harvey vivían en el tercero A. La vivienda de al lado correspondía a unos tal Barton.

Nick contuvo el aliento y pulsó el timbre de los Barton. Una voz cascada de mujer respondió al cuarto intento.

-No quiero comprar nada, gracias.

-Espere, señora. No vendo nada. Solo quiero hablar con usted. No le robaré mucho tiempo, se lo prometo. Es sobre sus vecinos de al lado, los Harvey.

Se hizo un profundo silencio. Por fin, la persona al otro lado del interfono pulsó un botón y la puerta se abrió. Nick se apresuró a entrar antes de que se cerrara de nuevo.

No había ascensor, y llegó reventado al tercer piso. Había subido los escalones de dos en dos.

La puerta del tercero B estaba entreabierta, y la señora que le había atendido le indicó desde dentro que pasara y cerrara tras él. Nick así lo hizo.

Lo primero que sintió al entrar fue una agobiante sensación de opresión. Aquella vivienda estaba llena hasta los topes de cajas de cartón, periódicos apilados en columnas que llegaban hasta el techo y los muebles casi no se veían debido a la cantidad de cachivaches y trastos viejos, que allí había almacenados.

Nick avanzó por allí como pudo, hasta que el pasillo de entrada terminó y le condujo a un salón igualmente atestado de cosas.

Unos gatos de diversos colores se encaramaban a sus anchas por encima de los objetos, retozaban por el suelo y sobre la alfombra entre maullidos juguetones. Olía a excrementos felinos de una manera insoportable.

Hundida en un sillón de goma espuma, la cual estaba a la vista por entre el forro desgarrado por uñas de gato, se hallaba una mujer gruesa, de unos cincuenta años, con el pelo largo y desgreñado. Vestía un albornoz raído, y miró a Nick con curiosidad. En su regazo tenía un cuenco de cereales y el mando de la televisión.

-¿Señora Barton? Soy Nick Cassidy. – ella la sonrió amablemente y le indicó con un gesto:

-Siéntate.- Nick miró alrededor queriendo preguntar ¿dónde?

Finalmente optó por apartar una bolsa de plástico llena de ropa vieja de una silla que chirriaba peligrosamente, y sentarse con cuidado encima. Le daba la impresión de que permanecer en aquel apartamento iba a acarrear un montón de enfermedades infecciosas.

-Quería preguntarle todo lo que sepa de sus vecinos de al lado. No es simple curiosidad, es muy importante.

-Me has caído bien, muchacho. De lo contrario no te habría dejado pasar. Hace años que no entra nadie aquí, ni yo tampoco salgo mucho. Me apetecía un poco de compañía. Como verás, esto no es lo adecuado para vivir, pero desde que murió mi marido hace diez años no he tenido valor para deshacerme de sus cosas. Era un enfermo, ¿sabes? Una apoplejía se lo llevó y no me quedan más que sus objetos personales. Es como si le tuviera un poquito cerca de mi todavía.-

Nick asintió comprensivamente. La señora Barton prosiguió. Parecía que le había cogido el gusto a hablar, ahora que había empezado.

-Al lado vive una madre soltera con su hijo. No sé dónde estará el padre de la criatura. Tengo la impresión de que el muy cabrón les ha dejado solos. La chica es joven, no puede tener más de veintidós o veintitrés años. De vez en cuando se oyen gritos y golpes. A veces la oigo llegar borracha, tropezando con sus muebles y tirándolos al suelo. No sé con quién deja al niño cuando sale. Hace poco que se han mudado ahí. Se llama Lisa Harvey.-

Nick recordó que hacía poco, una chica llamada Lisa Harvey le había agregado en Facebook. Él había aceptado la solicitud, a pesar de no conocerla de nada.

La foto tampoco le decía nada, aunque a esas alturas ya suponía que se trataba de una foto falsa.

-Muchas veces he estado tentada de llamar a los servicios sociales para que le busquen a ese chiquillo una buena casa de acogida. Pero otras veces reconozco que no tengo valor. Me da la impresión de que esa chica se vengaría de mi si meto las narices donde no me importan. Las pocas veces que hemos coincidido en el rellano, me da muy mala espina. No sé, tiene algo en la mirada que no había visto nunca. –

Nick pensó que ya había sacado a la buena mujer todo lo que podría averiguar, pero cuando se levantó para marcharse, se le ocurrió una pregunta:

-Señora Barton, por casualidad ,¿sabe usted cómo se llama el niño?- la mujer se rascó la barbilla antes de responder.

-Es curioso. Ahora que lo preguntas, me he fijado que cuando salen a la calle empieza a llamarle Thomas, sobre todo si hay gente delante. Pero dentro del apartamento, siempre le llama Nick.-



EL JUEGO DEL ASESINO 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora