Capítulo 22

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Callosos y ásperos dedos entrelazados con los suyos tironeaban ligeramente de su mano, el olor a cuero fino de auto y un perfume varonil se mezclaban en su olfato mientras Eve se removía con cierta incomodidad en su lugar, sintiendo el cuerpo rígido y su cuello adolorido. Su boca estaba ligeramente reseca mientras intentaba volver a conciliar el sueño, pero la incomodidad de su actual cama y el constante tironeo en sus dedos la hizo abrir finalmente los ojos.

Por un segundo se encontró confundida al ver lo que la rodeaba; el auto de Visser, apagado y con las ventanas bajadas hasta la mitad para permitir el acceso del aire, el mirador de Golden City alzándose frente a sus ojos, un manto iluminado y soleado con altas edificaciones, áreas verdes esparcidas por aquí y por allá, y un joven cubierto de tatuajes frente a ella, sus ojos hinchados ligeramente abiertos, observándola aún un poco adormilados. Sus carnosos y rosados labios se encontraba entreabiertos, luciendo suaves y deseables, los pómulos altos, en su lugar, tan erguidos como siempre, los tatuajes oscuros resaltando en su piel medio bronceada, esparcidos por cada punto de su cuerpo, y el jade de su mirada brillando bajo la intensa luz solar que se colaba por cada uno de los cristales del auto. Por último, la vista de la muchacha se posó en los brazos extendidos por encima de la palanca de cambios, que desembocaban en un par de manos entrelazadas entre sí, aferradas entre ellas como si el mundo dependiese de ello.

Fue entonces cuando lo recordó, cada uno de los sucesos de la noche anterior. La pelea con su madre, la bofetada, la huida al mirador con Max, las grandes confesiones que se hicieron bajo la luz de la luna y ante la amplia y pecaminosa cuidad, y finalmente la larga sesión íntima que tuvieron después de todo aquello.

Sus mejillas se ruborizaron mientras recordaba la forma en la que Max la había besado, en cómo sus lenguas se habían entrelazado con la otra, en una guerra sin ganador alguno, la forma en la que las manos del muchacho habían recorrido su cuerpo, su suave y estremecedor toque, dedos deseosos acariciando su garganta, mandíbula, clavícula y cintura mientras su piel ardía justo donde él iba tocando. La manera en la que ella recorrió con sus dedos los tensos músculos cubiertos de suave piel, las fuertes manos de Max aferrándose a sus caderas, alientos húmedos, labios brillando con saliva, dientes y lengua recorriendo gargantas, mordiendo y chupando por aquí y por allá, y los pequeños picos, abrazos y cariños que se hicieron en las pausas dedicadas para recuperar el aliento.

Y fue así durante toda la noche, tanto tiempo sumergidos en su mundo que Eve ni siquiera podía recordar cuándo fue que se quedaron dormidos.

Los dedos de Max, aún entrelazados con los suyos, tiraron una vez más de su mano, como si quisiera llamar su atención, y Eve subió de nuevo la mirada hacia el rostro del joven, aún sintiendo calor en sus mejillas. No estaba segura de qué reacción dar, qué era lo que debía decir o hacer, y es que no caía del todo en que realmente había pasado toda una noche enrollándose con Maximilian Visser.

¿Cómo...?

¿Cómo habían llegado a todo aquello? Ella aún no estaba segura de cómo sucedió, de por qué había brincado sobre él la noche anterior, solo sabía que había necesitado de él y de que lo había disfrutado.

Los dedos de Max continuaron acariciando ligeramente los suyos y Eve cayó en cuenta de que sus manos habían pasado toda la noche entrelazada, incapaces de separarse la una de la otra.

Ella sintió el jade en los ojos del joven traspasarla antes de que él abriera la boca y, en una ronca y suave voz que casi derritió lo adentros de Eve, soltase un:

-Pensé que nunca despertarías.

-Yo... eh... sí -habló la castaña entre balbuceos, sintiéndose de pronto la persona más torpe del mundo.

Clase 18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora