4 . Entre bailes

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James Seymour miraba ansioso hacía las puertas de su casa, no era ninguna mentira lo que había dicho, en serio estaba en espera de que el cabello azabache y los ojos grises de Marinett Kügler se presentaran, pero tal y como había mencionado, ella no llegaría temprano, pero tampoco pensó que lo haría tan tarde, tendría que recordar lo orgullosa que podía ser esa mujer.

—¡James! —gritó de pronto la voz de su hermana— ¡Me siento mal de los nervios!

—Tranquila Leiden, todo estará bien ¿Dónde está Estela?

—Perdida por ahí —dijo enojada—, la muy desgraciada me dejó, seguro está atorando el vestido de alguien a la pata de una mesa.

—Leiden, mejor controla tu boca, al menos hoy que son presentadas —recomendó James— y nada de bromas.

—Sí, sí, iré por Estela —dijo la rubia y se perdió en la gente.

James suspiró cuando vio a su hermana menor caminar lejos de él, esperaba no tener que perseguirlas esa noche. Leiden y Estela eran mellizas y las terceras de sus hermanas menores, ambas con dieciséis, tan desastrosas como el mismo demonio, no veía casadas a ninguna de sus hermanas y si lo hacían, daba el pésame desde ese momento del pobre desafortunado.

—Hola James —saludó una hermosa mujer—, ¿esperas a alguien? Te ves distraído.

—Hola Paula, es bueno verte por aquí.

—Eso mismo digo, ¿piensas esconderte de mí mucho más tiempo? ¿O estás dispuesto a madurar un poco?

—Paula, justo ahora estoy en espera de que llegue alguien, si no te molesta, tengo que irme.

—¿Alguien? —se burló y negó— ¿Una nueva conquista?

—Ojalá, pero me está resultado demasiado difícil.

—Pese a ello, no se ve que quieras desistir de ella.

—No, creo que en vale la pena —suspiró—, pero creo que ella preferiría la compañía de una piedra a la mía.

—Sería muy tonta.

—¡Querida al fin te encuentro! —gritó un hombre hacía Paula—. Lord Seymour, linda velada la que han dado sus padres.

El esposo de la mujer llegó para alejarla de las manos seductoras del conocido marqués, no era solo un rumor, caballero era capaz de corromper a la esposa más enamorada si ese era su propósito. No le impidió que alejara a Paula de su lado, lo que quería era deshacerse de ella, sobre todo cuando vio llegar a quién tanto había esperado.

Marinett se quitaba sus guantes y los metía en su pequeño bolso cuando se vio interceptada por el hijo de los anfitriones de la velada, suspiró exasperada y miró a su prima quien sonreía complacida por aquel recibimiento. El marqués hacía cada vez más obvio su interés por la joven.

—Es bueno que lograran presentarse al final —dijo, inclinándose para saludar a Marinett con un beso en su dorso.

—Ha sido mi culpa. Se me hizo un poco tarde —excusó a su familia—, lo siento.

—No esperaba menos de usted —negó un poco con la cabeza—. Por favor pasen, espero que disfruten de la velada.

El resto de los Bermont daba una sonrisa sentenciosa al pobre rubio qué pensaba conquistar a Marinett; una campiña imposible si se tomaba en cuenta la reciente reticencia de la joven a aceptar la galantería de los caballeros.

—Lady Marinett, creo que me debe algunas cosas.

—Señor Seymour, le ruego que no me llame de esa forma, no somos tan íntimos para que use mi nombre de pila.

La locura del amor (Saga los Bermont 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora