Marinett camino hacia la casa furiosa, sin darse cuenta que unos pasos le seguían en su huida. James Seymour no se clasificaba como un hombre que se amedrentará con nada, mucho menos una mujer que le parecía de lo más entretenida. Desde hace tiempo que conocía a la más grande de las Kügler, pero para ser sincero, el interés verdadero llego cuando aquella pelinegra lo ayudo constantemente con la supuesta muerte de uno de sus mejores amigos. La bella dama era diligente, buena y piadosa. No le diría eso jamás, pero, lo había hechizado de alguna manera. Si había una mujer con la que deseara casarse seria ella. Todo lo que Marinett Kügler era, le parecía perfecto, hasta le gustaba su carácter.
— Marinett— la llamo antes de que pisara las baldosas de la casa.
Los ojos grises se giraron desesperados y lo encaro con una sonrisa que era falsa a todas luces.
— Señor Seymour, ¿Le molestaría llamarme de una manera más cortes? — le advirtió –Usted y yo somos solo conocidos.
— Como quieras perlilla, solo quería que me pusieras atención.
— ¿Perlilla? — levantó una obscura ceja siendo consiente del apodo que él marqués le ponía — ¿Qué es eso de perlilla?
El hombre sonrió y bajo la mirada un poco apenado. ¿Apenado? Tenía que ser una broma, nunca había visto a ese rubio apenado, incluso se congraciaba en llamar la atención de mala manera en fiestas y no le importaba.
— Tienes los ojos del color de las perlas. — se explicó por el apodo.
— Mis ojos son grises, las perlas no son de ese color— le dijo como si fuera un tonto.
— Es lo más semejante, no te diré algo como "nublosa" o "tormentosa"— sonrió el rubio con burla –Eso le queda mejor a tu alma o corazón.
Marinett enrojeció graciosamente, su nariz se había coloreado con un rojo intenso y su entrecejo se arrugaba de tal forma que debía parecer atemorizante, cosa que por supuesto fallo por completo y en vez de intimidar, saco una profunda carcajada de parte de James.
— Perdóname ojos perla— sonrió –Pero no lograras nada poniendo cara de perrito arrugado. — le toco dulcemente la parte de su cara que se arrugaba con enojo.
Marinett lanzo un suspiro cansado y giro sobre sus talones para entrar de una vez en la casa, y si era posible deshacerse del Marqués, que mejor. Era insoportable. Y pensar que alguna vez lo amo.
James se quedó parado afuera de la casa, brindándole la oportunidad a su presa de relajarse por un momento, nada lo detendría, lo había decidido, se casaría con aquella terca mujer, aunque su vida dependiera de ello.
— Va ser un arduo trabajo— una dulce y melodiosa voz a sus espaldas le recordó lo que sería su misión a partir de ahora.
— Señorita Korsakov— sonrió el marqués con encanto — ¿Qué la trae por aquí?
— Vengo a ver a mi prima— apunto el interior de la casa.
— Y a advertirme sobre ella— rio un poco el hombre.
— Ella es un tanto...
— ¿Testaruda, orgullosa, insegura, incompatible...?
— Iba a decir difícil, pero lo demás le queda de maravilla también— los preciosos ojos verdes de aquella joven dama, iluminaban su rostro lleno de bondad y amor, ¿Amor?, porque la joven le proporcionaría esa sensación, a su ver, aquella castaña podía dar amor hasta a una piedra.
— Puedo preguntar sin ser entrometido, ¿Por qué es así? — Annabella bajo la mirada.
— Ha sido lastimada muchas veces señor, ya no confía en nadie.
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La locura del amor (Saga los Bermont 3)
RomancePor mucho tiempo pensó que el amor no estaba destinado para formar parte de su vida. Incluso cuando creyó haberlo encontrado, el hombre predilecto falleció en medio de una guerra. Estaba desolada, y más qué por la pérdida, por las esperanzas marchit...