Marinett regresó a la casa sumida en sus pensamientos, claramente ese hombre no era tan transparente como deseaba aparentar, es más, él siempre le aseguro que nunca se quitaba su máscara ante la sociedad, y eso le hacía preguntarse ¿Cuál sería el verdadero James?, bueno... no era que le importara demasiado ¿O sí?, meneo la cabeza con rotundidad, quitándose de la mente las preguntas referentes al marqués de Kent, y enfocándose en su camino, lo cual fue una buena opción, puesto que choco con una pequeña cabecita, o más bien dos.
Al bajar la mirada hacia la causa de su tropiezo, se topó con don lindas criaturitas quienes le sonreían con ternura.
— ¿Qué hacen diablillos? — sonrió Marinett hacia sus sobrinos.
Los niños de Katherine tendrían apenas un año y meses, pero eran tan inquietos que parecerían de ocho. La joven se agacho y los tomo a ambos en brazos, provocando el berreo de su parte. Los pequeños pelinegros podían pasar como sus hijos de no ser por aquellos ojos verdes que eran característicos únicamente de su padre.
— ¡Los estaba buscando! — dijo una madre alterada y aparentemente aliviada — ¿Cómo hacen para desaparecer en dos segundos? — les pregunto a los pequeños con reproche.
Los pequeños se abstuvieron de llorar y estiraron los brazos con felicidad hacia su madre, quien rápidamente se los quito a Marinett de los brazos y los estrecho contra sí.
— Lo mismo nos preguntábamos de ti— sonrió Marinett a su pelirroja prima.
— Graciosa— sonrió con sarcasmo la joven antes de gritar sin predicamentos: — ¡Adam! ¡Ya los encontré!
Marinett observo como su prima caminaba hacia la puerta del salón de estar, donde seguramente las damas estarían chismorreando de algo y los caballeros fumando. En el marco, apareció de pronto el padre de los dos enclenques con una mirada furiosa y tomo a la pequeña para ayudar a su esposa con la carga. La pelinegra se lamentó por esos pequeños, tenían a un padre de lo más controlador, pero, aparentemente se dejaba dominar por aquellos pares de ojos tan parecidos a los suyos.
Suspiro cansado por el ajetreo del viaje, y la conversación con el hombre del cual no mencionaría su nombre. Tomo las escaleras para dirigirse a su habitación y relajarse en lo que la comida comenzaba y la fiesta también. Seguramente Lady Pimbroke tendría desarrolladas miles de actividades bobas a las cuales asistir.
Recordó abruptamente que tenía la mala suerte de estar a solo unos pasos de distancia de la habitación donde se hospedaría el marqués que causaba tanto revuelo en la mente de Marinett. Tal y como una niña lo haría, asomo su cabeza con intención de cerciorarse que nadie estuviera en el pasillo. Se vanaglorio al encontrarse con que era así. Suspiro aliviado y comenzó su marcha, que rápidamente se convirtió en un trote atolondrado y cerró la puerta con rotundidad, deseando apartarse del hombre que la enloquecía.
— No hacía falta azotar la puerta— una petulante voz provoco el grito más puro que jamás hubiera salido de la garganta de la joven.
Se tocó el pecho cerciorándose de que su corazón latiera con normalidad y miro incriminatoria al intruso en su habitación.
— Señor Phillips— lo miro furiosa y asustada — ¿Cómo osa entrar en mi habitación?
— ¿Qué cómo? — se inclinó de hombros –Simple preciosa, solo me acostumbro.
— ¿Acostumbrarse a qué? — levanto la ceja con los puños formados en sus manos –Salga de aquí en este momento.
— Claro a usted y a mí en una habitación— asintió –Como debe ser.
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La locura del amor (Saga los Bermont 3)
RomancePor mucho tiempo pensó que el amor no estaba destinado para formar parte de su vida. Incluso cuando creyó haberlo encontrado, el hombre predilecto falleció en medio de una guerra. Estaba desolada, y más qué por la pérdida, por las esperanzas marchit...