La noche era alegre, despejada de nubes. Las zapatillas de la pelirroja hacían un «clap, clap» con cada paso tras Robín. El moreno llevaba las manos en los bolsillos de su pantalón pescador y aunque conocía bien la refrescante brisa del boulevard por la cercanía del río, utilizaba una de sus características camisas sin mangas. Elena lo alcanzó cuando se detuvo frente a una motocicleta azul oscura con cojineria en cuero negro y dos cascos.
—Así que la haz comprado después de todo. —La muchacha se acomodó un mechón del flequillo detrás de la oreja mientras se ponía de cuclillas para leer una curiosa inscripción en el tubo de escape—. Volando —leyó y lo miró por encima del hombro.
El joven sonrió. Sus dientes eran poco armónicos, pero lo cautivador en aquel gesto eran las comillas en los pliegas de las esquinas de sus oscuros y gigantescos ojos. Era aquello lo que le hacía picar las mejillas a Elena hasta hacerla enseñar la dentadura de igual manera.
—Sí, por fin. —pasó por enfrente de ella y se sentó—¿Subes?
Elena se levantó y aprovechando que Robín no la observaba al ponerse el casco dejó que sus mejillas ardieran. Ella no era tonta, sabía cómo era eso de subirse a una moto, se requería cercanía de los cuerpos, adrenalina por la velocidad, un probable enganche del torso del conductor. A medida que sus pensamientos revoloteaban en los requerimientos de un motorista su corazón se aceleraba un poco más, actuó antes de que un paro respiratorio le impidiera continuar de pie, se sentó tras el pelinegro y la loción que tanto conocía le invadió las fosas nasales.
—No te da miedo, ¿verdad? —le preguntó el del casco girando un poco su cabeza para hacerse oír.
—Claro que no —dijo y levantó una ceja antes de ponerse la protección. Él encendió el transporte y el cojín empezó a vibrar—, sólo no nos vayas a matar.
Se escuchó la risa infantil de Robín antes de que la gruñir del vehículo inundara los oídos de la escritora. La muchacha apenas y le agarraba la camisa, pero las vueltas de la carretera le exigían un mayor seguro y fue Robín quien en un semáforo tuvo que pedirle risueño que se agarrara bien de él, ella tomó un poco más de camisa, sin embargo, al arrancar no tuvo más remedio que pegarse a su espalda y procurar que los latidos no delataran la manada de emociones en su interior. Las manos las tenía frías y blancas.
La pequeña ciudad se notaba pacífica bajo las farolas amarillentas de las calles. Robín tomó un atajo por los barrios montañosos y pudientes, en donde pocos automóviles se desplazaban y sólo las caras joviales en vestidos de fiesta se asomaban por las aceras. Únicamente se escuchaba el fiel rugir del motor y la chica se dio la libertad de respirar hondo, cerrar las cortinas y disfrutar la compañía. Sin pensar en el plagio, o en las pruebas para la universidad, o en el estado de su abuela.
Con ayuda de su potente imaginación reprodujo la acústica canción Al otro lado del río, y, sin darse cuenta inició su tarareo:
—Rema...rema... —musitaba y sin que ella se diera cuenta Robín la escuchaba con atención—En esta orilla del mundo, creo que he visto una luz, al otro lado del río...
Mermó la velocidad para dejarla disfrutar del momento. La brisa le alborotaba el cabello que salía del casco, la canción terminó y fue abriendo los ojos poco a poco.
Al llegar a la ribera del río, mucho más iluminada que el resto de la ciudad, tanto que opacaba las estrellas, estaba casi vacía. Después de todo, ¿quién iba ahí, a esa hora y entre semana?
Robín buscó un parqueadero y allí se bajaron. La pelirroja tenía las mechas vueltas pajarera y él dejó que se le saliera una mueca divertida al recibirle el casco, Elena supo de qué se trataba al instante y se pasó los helados dedos por las hebras, sus piernas temblaban por el cambio de equilibrio –o eso quería creer- y a pesar del también notable desarreglo en el cabello del joven, Elena consideró que estaba guapísimo.
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Plagiados Anónimos
ChickLitEN LA LISTA CORTA DE LOS WATTYS 2018 (COMPLETA) Elena tiene una imaginación que nunca para. Con más de 15 obras en borrador cualquiera diría que una historia menos no haría mayor diferencia, pero, para la jovencita de veinte años no es así; cada per...