Capítulo 30 (I)

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Era un caos. Pero uno de esos caos que son bonitos, de esos que provocan a un artista detenerse. Era un caos. Pero uno de esos que son paradójicamente ordenados, de esos que hacían a Elena Villalba simplemente callar. Sí, la universidad era algo así como un caldo de personas, sensaciones, pensamientos y todo lo que alguien querría –y no- ser. Porque las historias, con sus tragedias y alegrías, se entrecruzaban en los pasillos y bailaban en las plazoletas.

Por momentos se quedaba estática en algún rincón de la biblioteca mientras observaba a los demás en silencio y los demás hablaban sin observar. A veces, en las clases, empezaba a separar sus propias ideas de las planteadas por los maestros, como quitándole los piojos a una niña crespa, porque si no lo hacía rápido sus argumentos calarían todos sus ideales sin filtro alguno, sin la atención requerida; pues era cuando se detenía a analizarlos que descubría las mentiras y contradicciones y podía, por fin, crear un criterio personal. A veces pensaba en sus compañeros, suspirando por aquellos que repetían como cotorras los sermones de los maestros y se delitaba en escuchar a los que no lo hacían. Pero a veces, la mayoría del tiempo en realidad, pensaba en estrategias para conseguir el dinero para pagar abogado a la vez que huía del fantasma de Astor, le había dejado un mensaje unos días después de que discutieron, no quería terminar la amistad –si es que eso estaba sucediendo- en malos términos, diciéndole que aunque le habían dolido sus palabras, si él estaba dispuesto, podían hablar al respecto. Astor no le contestó esa semana, ni la siguiente, ni la que vino después de esa. Sin embargo, Elena ya lo había perdonado. Cerca de la cuarta semana de clases se permitió dejar la angustia y la impaciencia para entregarle a Dios las finanzas para pagarle a alguien que defendiera su caso.

Ahora ella sonreía más –aunque todos creían que no podía ser más feliz-, sin dejar de sostener la esperanza melancólica de ver al enigmático escritor de ojos azules y a su pequeña niña prodigio.

Plagiados Anónimos no volvió a ser lo mismo desde que Belén se marchó, porque nunca volvió. No obstante la mayoría de los participantes eran oficialmente no-plagiados; los únicos rezagados eran Fabián y Elena y el primero ya estaba por rendirse. Héctor salía con la actriz de la serie web y por eso empezó a ausentarse del grupo, dejando a cargo a Camille, quien se encontraba más ocupada que nunca con su entrada al conversatorio; Dana prefería quedarse en casa para ensayar antes de ingresar a la academia de ballet nacional; Catalina conversaba toda la mañana con Fabián y Jessica se retiró al pensar que Astor no volvería, porque el escritor no daba señales de vida; pero estaba bien, su madre se lo decía a Elena cada vez que se comunicaban por teléfono «ha estado más callado, algo taciturno, pero me trata con amabilidad» y cuando la escritora se quedaba en silencio Ana le susurraba en tono maternal «pero sé que aún te piensa y la nena te extraña mucho». Elena oraba por él cada noche antes de dormir, le pedía a Dios que lo cuidara, en especial de él mismo.

Ese día salió tarde de clase y caminaba tan deprisa que no se percató de que alguien gritaba su nombre. Elena no se detuvo hasta que escuchó el claxon de una motocicleta a sus espaldas. La temperatura se estaba empezando a normalizar en la capital, es decir, el frío ahora permitía deshacerse del abrigo y el aire tenía cierto olor a tierra mojada por la llovizna de la noche anterior. La pelirroja apretó aún más su folder al mirar por encima de su hombro.

Las manos se le pusieron frías y su rostro empalideció para después ser embestido por el rubor del nerviosismo.

Elena parpadeó unas cuantas veces a la vez que daba la media vuelta y sus pies la llevaban sin mayor conciencia hasta el motorista. Toda su atención estaba en el casco, se le hacía familiar, pero ¿dónde lo había visto antes? Su entrecejo se fue frunciendo a medida que se hilaba el recuerdo de la fotografía enviada por Robín, pero su expresión cambió totalmente cuando el hombre levantó el casco y el azul, que ahora se notaba más oscuro, de las lagunas de Astor se clavó en las corrientes circulares de Elena.

Plagiados AnónimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora