Capítulo 20 (II)

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La biblioteca central estaba ubicada al norte de la ciudad, siendo el punto verde en medio de gigantescos edificios y centros comerciales de la zona ejecutiva de la capital. Las pedreras se extendían por casi kilómetro y medio hasta los parqueaderos, lugar en donde Astor y Elena descendieron de la motocicleta después de más de 50 minutos de gasolina.

Esta era la segunda vez que la pelirroja visitaba la biblioteca central y seguía pareciéndole una de las más hermosas que jamás había visto, aunque tampoco es que conociera demasiadas. El sendero hasta la entrada principal era de piedrilla y mientras avanzaban visualizaban pequeños grupos de estudio bajo la sombra de los arboles e incluso una que otra pareja recostada en el césped admirando el firmamento.

Astor avanzaba con lentitud, esforzándose por disfrutar del momento; la última vez que estuvo en aquel lugar fue para terminar su tesis universitaria, época en la que no necesitaba robar las ideas de nadie, porque la creatividad parecía tenerlo a él, época en la que se creía enamorado de una mujer que tiempo después lo dejó sin nada, época en la que Gina estaba a su lado.

Durante esa semana el escritor estuvo apuñalándose de una manera diferente, acariciando el recuerdo de su ex, pensando una y otra vez en todas las cosas que pudo haber hecho para mantenerla a su lado no por él, porque lo cierto era que hace mucho la había dejado de amar, sino por Sofía, pero de la misma manera se advertía que las posibilidades de lograrlo eran casi nulas y que no valía la pena torturarse con ideas absurdas. Era una especie de círculo vicioso en el que se abofeteaba y acariciaba constantemente.

—¿Ya habías venido a esta biblioteca?—preguntó Elena sacándolo de su ensimismamiento.

Astor Toledo notó que la chica lo miraba con atención, como si de verdad le importara lo que el profesor de literatura estaba a punto de decir, como si fuera algo trascendental y no una pregunta cualquiera para romper el hielo. Esa era una de las cosas que más le gustaban de ella, que se interesaba en serio en las personas que la rodeaban, parecía que le importaban y atesorara cada palabra que salía de sus bocas. Otra de las cosas que más le atraían de la pelirroja eran esos brillantes, poéticos, dulces y pacificadores ojos, ojos que no se apartaban de sus pupilas.

—Hace casi cinco años que no lo hacía—dijo con sinceridad y una sonrisa triste, pues era la única manera en que podía hablarle sin despegar sus mares de los ríos—. Empecé a pasar más tiempo en casa –para estar más involucrado en el desarrollo de Sofía—, compañeros de la revista me enseñaron lugares nuevos en los que conseguían inspiración y tiempo después—su rostro se ensombreció y no resistió pronunciar el nombre de parte de sus desgracias al tiempo que contemplaba a la calma misma—comenzaron los problemas con Gina y el trabajo como docente no me dejaba mucho tiempo libre.

La pelirroja no había olvidado lo que le contó Astor sobre su plagio y se mordió la lengua por haber sugerido ese lugar para trabajar.

—Lo lamento mucho—dijo ella acercándose un poco más a él para caminar a la par.

Él se encogió de hombros con las manos en los bolsillos de la chaqueta.

—No lo hagas, no lo lamentes—lo que menos quería era apagar la felicidad que ella emanaba—. No es tu culpa. En realidad, debo agradecerte.

La pelirroja sonrió con curiosidad.

—¿Por qué?

—Por haber hecho que viniera hasta acá. Es un lugar hermoso, es como si viniera a visitar a mi...—Elena lo interrumpió.

—A tu familia—terminó su oración recordando sus palabras al preguntarle acerca de sus cercanos el sábado.

Plagiados AnónimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora