Capítulo 34

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Canción para lectura: Runaway -Ed Sheeran.

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Ese sábado Héctor anunció que oficialmente que Plagiados Anónimos dejaría de funcionar.

—Apenas terminemos la producción de Naomi viajaré a España al festival de cine iberoamericano y no volveré en algunos meses —dijo con el refresco de naranja en la mano—, el objetivo de este grupo se ha logrado en un 80%, casi todos los que están aquí y muchos de los que ya no han vuelto resolvieron sus casos y hoy son no-plagiados. A los que faltan, Elena y Fabián, les deseo los mayores éxitos en lo que les queda —les animó, aunque Elena supo que su amabilidad era fingida. Nadie en el grupo sabía de sus avances con el abogado durante el mes y medio que pasó. John fue muy enfático en la necesidad de mantenerlo todo en secreto.

Camille se puso en pie al lado de su primo. La dulce Camille estaba por cumplir los 14 años y todo su cuerpo anunciaba que se acerca su etapa de señorita.

—Seguiremos en contacto, anónimos, hemos creado amistades geniales, no las perdamos —levantó el vaso rojo de plástico—. Hagamos un brindis, por Plagiados Anónimos —dijo y los demás la imitaron tanto en palabras como en acciones.

Elena deseó que Astor estuviera ahí, pero ese sábado era el día familiar en el centro al que Karol llevaba a Sofía y era impepinable que asistiera. No obstante compartió carcajadas con su grupo de investigación y hablaron sobre sus proyectos para los próximos sábados. Dana le preguntó por Belén y Elena le contó dichosa que se fue a vivir con sus padres y por esas fechas estaría presentando una obra en el teatro municipal. Catalina y Fabián habían empezado a salir unas semanas atrás y el moreno, guardando toda su coquetería para su nueva novia, seguía provocando las risas de todos. Ese día, la última reunión de Plagiados Anónimos, terminó tarde y cuando ya Héctor estaba por cerrar el apartamento Elena se le acercó y sacando una carpeta de papel le dijo:

—Lamento la tardanza, pero prometo que lo vale.

Héctor recibió el documento y le echó una ojeada a lo que sería el guion del último capítulo de la serie. Hizo una mueca al intentar disimular su apatía y le advirtió.

—Lena, si esto me baja la audiencia tendré que descontártelo del último pago, ¿bien? —le dio otra vuelta—, esto es demasiado arriesgado, no es la clase de material que la gente espera.

—Es un final preciso —aclaró ella ajustándose la mochila en el hombro que ya estaba bastante pesada, le llevaba algunos libros de la biblioteca de la universidad a Sofía esa noche—, si después tienes que descontarlo de mi pago, hazlo.

—De acuerdo —respondió colocando el candado.

—Adiós, Héctor.

—Adiós —se despidió y cuando Elena ya estaba pisando las primera gradas para bajar dijo:— ¡Gracias! Les hablaré a mis amigos de Astor y de ti en el festival.

Marcelo fumó con apuro el cigarro, llenando sus pulmones con el humo de la nicotina, ya se había tomado unas cuantas pastas que pasó con el licor de su oficina y pateó sin parar durante casi 30 segundos los muebles de la misma; pero nada funcionó para calmar sus nervios. Maldijo soltando la colilla cuando le quemó los dedos. Caminó agitando la mano herida y le preguntó al portero del edificio el número del apartamento de Astor Toledo. El vigilante, que poco apreciaba al molesto vecino y sus escandalosas visitas, le facilitó, sin anunciar o preguntar de manera previa, la información del domicilio.

El editor transmitía con su rostro la más desagradable de las presencias; los ojos airados como de quien está por cometer un homicidio, la boca en una línea blanca –la misma que marcaría esa noche con el escritor-, las cejas depiladas en una curvatura engreída y la nariz que se movía azarosa por el aire fuerte que exhalaba. No es necesario aclarar que estaba furioso.

Plagiados AnónimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora