Capítulo 31 (II)

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Sofía Toledo sostenía contra el pecho el primer libro que le regaló su padre, era la única manera de tranquilizarse sin tener que mecerse, Karol se lo había propuesto la semana pasada y funcionaba por momentos, mientras que la presión no fuera demasiada. Ya sus compañeros no la molestaban, ni le hacen preguntas sin sentido e incómodas, además, recibían un regaño de las maestras cada vez que en sus rostros se formaba ese gesto que aún le cuesta a Sofía entender. Sin embargo, sabía que la gente pensaba que algo estaba mal con ella. Extrañaba a Elena. Karol le ayudó a entender con un símil lo que significaba extrañar y al ponerle esa etiqueta a sus emociones sentía que tenía más poder sobre ellas. Karol decía que ella era inteligentísima, no obstante Sofía seguía creyendo que le faltaba demasiado, por ejemplo; no comprendía lo que quería esa mujer de cabello feo que decía ser su madre. Sofía no conocía a Gina, pero de algo sí estaba segura, de que esa señora le producía el mismo desespero que la comida revuelta y los niños gritando.

La maestra salió al patio y llamó a Sofía por su nombre y con una mano, la niña entendió –pues se lo explicaron previamente- que le estaba pidiendo que se acercara. Se levantó, limpió su faldita y tomó su mochila roja. Caminó hasta su orientadora.

—Sofi, hoy vino por ti tu niñera, dijo que tu abuelita no podía pasar por ti. No sabíamos que tenías una niñera, Sofi.

La pequeña pensó inmediatamente en Elena y asintió con rapidez para afirmar que sí tenía una niñera.

—Se llama Elena y su cabello es muy bonito, más bonito que el suyo, maestra –dijo y la profesora se sonrojó.

—Pues bien, sólo era para rectificar, vamos que te está esperando en un carro –la apuró indicándole con la mano pero sin tocarla.

Sofía obedeció con una sensación extraña en su estómago y unas ganas inmensas de empezar a saltar, pero no lo hizo porque no lo podía justificar.

El carro era de color negro y estaba polarizado a un grado demasiado elevado, a la niña le pareció extraño que Elena, conociéndola como la conocía no hubiera contratado un auto color rojo, pero prefirió no prestarle atención por esa vez. Karol seguramente describiría su estado como alegría. La maestra la acompañó hasta la puerta de la institución y de ahí la dejó caminar sola hasta la portería, el guarda se despidió de ella con una inclinación de gorra. Abrió la puerta del carro con algo de dificultad y sentó en el puesto trasero, de inmediato el vehículo entró en movimiento. Sofía giró su cabeza esperando el saludo de su amiga, pero en vez de eso se chocó con la visión de una capucha azul que ocultaba el rostro de Elena.

Se quedó un rato así, esperando una reacción, incluso llegó a extender su dedito para que lo juntara con el suyo. No pasó. La figura no se movió, ni habló hasta 10 minutos después de iniciado el recorrido, pero lo que escuchó no le gustó a Sofía.

—Bebé, soy mamá –dijo la figura. Esa no era la voz de Elena. Sofía sintió una rasquiña en las manos y el hábito de mover sus dedos volvió compulsivo.

La mujer se bajó la capucha para que la reconociera. Sofía se corrió hacia la puerta, tenía la boca abierta y en sus grandes ojos se leía el horror. A Gina no le agradó su reacción pero una vez más se tragó el orgullo y extendió su mano para agarrar el brazo de la niña. Sofía gritó ante el contacto y el conductor frenó en seco al escucharla, al instante miró por el espejo retrovisor y Gina de mala gana le ordenó que acelerará «no le haga caso a mi hija, verá usted que es como enfermita» le dijo y el chofer obedeció, aunque mermó considerablemente la velocidad.

—Mira niña –habló con aspereza—, soy tu mamá y tienes que comportarte bien, con respeto, como se debe. Acá no está tu padre ni lo estará hasta que entre en razón para soportar tus berrinches.

Sofía se puso a llorar y forcejeó lo suficiente como para que Gina la soltara. Estaba entrando en pánico; el carro se le hacía más pequeño y el aire más pesado, las palabras de esa mujer se escuchaban lejanas y como abombadas. Empezó a respirar con dificultad.

Gina se inclinó en el apoyabrazos de su lado y le habló con desgana. Ella no estaba soportando a esa mocosa malcriada porque quisiera jugar ser madre, lo hacía porque necesitaba dinero y necesitaba escapar, esconderse en la fachada de una familia feliz; las deudas se las estaba consumiendo, literalmente y su distribuidor la estaba buscando para que pagara...con billetes o con sangre.

—Tu padre no quiso aceptar mis términos, él fue el que nos metió en esto. Yo no soy la culpable.

Sofía volvió a gritar. Ya no la estaba escuchando, ya todo era un caos dentro de ella. Quiso bajarse de ese auto para vomitar, su manita tanteaba la puerta en busca de la manija.

—Seremos una buena familia –le dijo con una falsa sonrisa, sus dientes eran amarillos—, sólo tienes que portarte bien –lo último fue entre dientes. Extendió de nuevo su mano para apretarle el brazo pero no lo alcanzó, el brazo de Sofía se hizo cada vez más lejano y un grito emergió desde la matriz de Gina. La puerta abierta le permitió ver el pavimento y luego el cuerpo de su hija salir disparado, por un rato la niña colgó de la manija, después los golpes la hicieron ceder y soltarla. El conductor se detuvo con el grito de la mujer unos metros más adelante.

«¿Qué hice, por Dios? ¿Qué hice?» se preguntó al llevarse temblando una mano a la boca. Su cuerpo se puso frío.

El chofer se bajó y la zarandeó para reaccionar y se bajara. El hombre ya estaba llamando a emergencias.

Las piernas de Gina flaquearon apenas poner pie en la carretera pues sus ojos, como verdugos, la llevaron directo a la imagen tendida de Sofía. Las lágrimas se drenaron a chorros por sus mejillas, sus manos aún eran terremoto.

«La maté» se acusaba horrorizada «maté a mi hija»


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Nota de la autora:

Corto pero sustancioso. Adelante, griten.

Plagiados AnónimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora