Capítulo 15 (II)

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Astor se preguntó cómo luciría esa gran institución en horario escolar. El silencio por poco tragaba la inmensa estructura, sino fuera por el sonido de la mandíbula de un chico de unos nueve años, que estaba sentado en frente de Astor y no dejaban de mirar distraído la pinta de Sofía. Botas de caucho naranja oscuro que le quedaban grandes, unos shorts color azul cielo de boleros, una blusa de tirantes roja puesta encima de una camisa café; el toque final se lo daban sus dos coletas perfectamente hechas y el saco de cuero vino tinto. Astor no se molestó en pedirle que organizara mejor su guardarropa, Sofía estaba autorizada a vestir como quisiera, si eso la hacía sentir cómoda y no atentaba contra la moral de nadie.

El niño hizo una bomba de chicle y después la dejó estallar. Sofía gritó y se tapó las orejas, se levantó de un saltó del sofá de la sala de espera, dispuesta a correr en dirección a los baños en los que tantas veces atrás encontró refugio. El cuerpo de la niña se tensó al percibir movimiento por parte de su progenitor. Todo indicaba que la tocaría. Tuvo miedo y aunque no podía oír nada, se giró para verle los labios articulando un "todo va a estar bien, cariño". Pensó que no sería bueno que escapara, haría el esfuerzo de soportar al ruidoso niño unos minutos más hasta que les tocara su turno.

Sofía Toledo caminó hasta una de las esquinas de la sencilla estancia de tonos claros, se arrinconó, sentó y empezó a balancearse.

¿Por qué ese niño no podía entender que romper la tranquilidad de esa manera no era correcto? ¡Generaba mucho desorden auditivo! Tal vez, si hubiera aumentado los decibeles poco a poco, los oídos de Sofía no le hubieran dolido tanto y sus pensamientos no se hubiera ido "como corriendo".

―Su hija es muy rara, señor―le dijo el pecoso aún mascando la goma y uniendo las cejas después de ser espectador de la escena de Sofía.

Astor tuvo que contener las ganas de zamparle un manotazo en la cabeza y decirle que se comportara o lo sacaría del recinto de una patada en el trasero. En vez de eso, respiró profundo, miró la puerta con la placa de "Psicología" y analizó si había razones válidas para que el especialista hubiera tardado ya treinta minutos más en atenderlos. Pasó su atención al móvil; cero mensajes de Marcelo, cero mensajes de Elena, un mensaje de su madre. En conclusión, cero mensajes de cualquier ser viviente que le interesara.

―¿Es por eso que la trajo aquí? ¿Sofía está loca? ―se atrevió a consultar el rubio sudoroso.

El escritor respiro profundamente, guardó el celular y se acercó con delicadeza al rostro del crio.

―Mira...―buscó una palabra que no sonara demasiado brusca―amiguito, te daré un consejo―lo pensó mejor―, o no, mejor dos: uno, nunca masques chicle frente a un profesor o lo harás enfadar, como a mí; dos, concéntrate en tus asuntos, meterse en la vida de los demás le saldrá caro a tus padres.

El muchachito sonrió con burla y mascó una vez más antes de contestar.

―Mire, señor―lo imitó―, usted es el que paga el que me meta en la vida de Sofía―estalló otra bomba de chicle y Sofía volvió a gritar―, mi madre es la psicóloga.

La puerta hizo un Click al abrirse y dar paso a una mujer de no más de veintiséis años en vestido clásico, con el cabello igual de rubio al del niño hasta la cintura. Astor retornó a su posición relajada, ahora con algo de fastidio por perder ante un niñato mimado.

« Si así es el hijo, no quiero imaginar a la madre » Pensó y consideró cancelar la cita.

Todo indicaba que saldría mal el encuentro. Nunca debió hacerle caso a Ana María, su madre, ¿Qué sabía ella de la crianza? ¿Con qué criterio podía decidir qué era lo mejor para Sofía? ¡Ella no sabía nada! ¿Cómo iba a hacerlo si cuando tuvo que estar atenta de la infancia de Astor se la pasaba ahogada en alcohol o invalida por las drogas? Era un tonto por considerar mínimamente que llevar a su pequeña al psicólogo era buena idea.

Plagiados AnónimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora