Capítulo 7

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—Amor, ¿Quieres algo de la cafetería? —Mario estaba impaciente y nervioso, no dejaba de toquetearse el cabello por ver a su esposa con la mirada perdida en la nada después de que ella hubiera entrado en la habitación asignada a su suegra. Habitación que les estaba costando una fortuna que el seguro no cubría.

La menuda mujer negó con la cabeza y aunque las lágrimas ya no brotaban como lo hicieron una media hora antes, las pupilas seguían quebradizas.

Elena observaba la escena desde el otro lado de la hilera de bancos de espera, impávida. Su hermana, Celeste, la apretujó contra sí con un brazo. Fue entonces cuando la muchachita al fin dejó que una escurridiza gota de sal se le colara por la punta del parpado, gorda y pesada, cayendo en medio de uno de los arábicos dibujos de sus pantalones. Neithan lograría distraerla, pero su vuelo se había atrasado varias horas.

La castaña acariciaba con la mano libre su pequeño vientre y miraba la blanca pared de enfrente.

—¿Cómo van las vueltas de la U? —preguntó disolviendo la tensión del ambiente, actuando de manera tranquila.

Se secó la mejilla con lentitud mientras acomodaba las cuerdas en su garganta.

—Andando, eso creo, hace tres semanas llevé el primer folder con documentos a la UAA. Ahora tengo que esperar al menos un mes más para saber si aplico para la beca para que me den una fecha y así presentar la prueba de admisión.

El aire olía a antiséptico, se escuchaba un constante rechinar de zapatillas plásticas del cuerpo médico, gemidos distantes provenientes de los cuartos y los murmullos de resultados, órdenes y lamentos. Los hospitales son en esencia escenario de éxtasis, tanto negativo como positivo.

—¿Y la escritura? —continuó como mecánica la charla.

La pelirroja consideró la idea de comentarle a su hermana mayor sobre el fraude, su terrible semana, el grupo de apoyo al que asistía hacía prácticamente nada, la extraña actitud de ese hombre llamado Astor y lo agradable que se sintió tratar con artistas a pesar de las discusiones. Pero no lo hizo. En primer lugar porque jamás hablaba demasiado con Celeste, en segundo, a ella no le importaría demasiado; y en tercero, agregaría más preocupaciones a su madre o un buen disgusto, porque claro, su pariente no tardaría en decírselo a Ana.

Por tanto se limitó a contestar:

—Bien.

Una de las enfermeras que estuvo correteando por el pasillo se acercó a la familia y llamando la atención de Ana le dijo que ya podía pasar a ver a su madre, si antes la acompañaba a ponerse un tapabocas y unos guantes. Ana asintió y la siguió rápida sin emitir palabra al resto de la congregación en la sala.

El bolsillo de Elena no paraba de vibrar, al momento en que Celeste se cambió de sitio sacó el móvil.

Héctor Lerma_14:05pm

Jajaja ¡Ya cállate, Fabián!

Espantarás a Elena cuando lea tus mensajes.

Fabián Álvarez_14:05

Su cabello llameante enciende todo a mi alrededor, hermano ;)

Héctor Lerma_14:05

Jajajaja

Dana Martínez_14:06

JAJAJA

Belén Cuevas_14:06

Jajajaja Fabián, amigo,

puedes ganarte un disgusto con ella.

Fabián Álvarez_14:06

Plagiados AnónimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora