Capítulo 18

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El corazón de Astor Toledo no había estado tan agitado desde hacía mucho tiempo. Al ver la expresión en el rostro de Elena se dijo mentalmente lo idiota que era por ir hasta la casa de esa inocente pelirroja. ¿Qué rayos esperaba? ¿Qué todo lo que le había hecho se esfumaría al observar sus ojos? Tal vez si le daban cierto alivio, por unos cuantos segundos, pero después le entraron esas impresionantes ganas de salir corriendo. Sin embargo, ya no tenía escapatoria, Elena habló.

—Hola –le saludó con intriga.

—Hola –respondió y luego apretó más los puños en su chaqueta—, pasaba a ver cómo estabas.

Las mejillas de la escritora se sonrosaron y unos cuantos dientes más se asomaron.

—Gracias –bajo un poco la cabeza, consciente de su rubor. Cuando tomó valor se miraron por largo rato, dejando que los ríos se encontraran con los mares.

Astor pasó su peso de una pierna a otra. De verdad fue un tonto en venir. Pudo imaginar lo incomoda que ella se sentía, su ropa hablaba de que no estaba preparada para recibir visitas, además, a nadie le gustaba que lo vieran cuando estaba vulnerable y eso era lo que ella demostró en el momento en que salió de Plagiados Anónimos. Tal vez Sofía lo necesitaba, era mejor regresar.

—Lamento si te incomode—le dijo al tiempo que se daba la espalda—, que pases un buen resto de día.

Pasaron unos segundo hasta que Elena, después de sentir una extraña paz, le dijera.

—¿Te gustaría pasar?

Las manos de Astor se pusieron frías a pesar de estar apretadas en la tela. El corazón volvió a bombearle en los oídos, se pasó la lengua por los secos labios y como un impulso involuntario afirmó con la cabeza y sus pies lo llevaron hasta el interior de ese acogedor hogar en el momento en que Elena se hizo a un lado.

Sus ojos se llenaron de los colores cálidos de la estancia, era mucho más caliente ahí que afuera, olía a café recién hecho y todo estaba en perfecto orden y limpieza. No se parecía en nada a su pequeño apartamento gris, con un calefactor mediocre y olor a refrigerador de centro comercial. Esa repentina conciencia de sus diferencias le hizo caer en cuenta de su poco detenimiento para pensar en si era razonable aceptar su invitación o no.

La pelirroja se subió la cremallera de la chaqueta y pasó a su lado a un movimiento rápido.

—Siéntate en el sofá, ya regreso –le pidió y Astor obedeció.

Elena se encerró en el baño de la primera planta, se miró en el espejo y con una expresión de desaprobación se echó agua en la cara; tenía los ojos aún hinchados por haber llorado, el cabello vuelto un nido para pájaros y bajo su chaqueta una camisa vieja de su hermano cuando estaba en sobrepeso, la pinta la completaba un leggin deportivo negro. Le preguntó en susurros a Dios porqué le ofreció al escritor pasar mientras se medio arreglaba el cabello en una cola de caballo alta. Cuando vio que ya no podía hacer nada más para mejorar su aspecto regresó a la sala.

Astor Toledo estaba parado de nuevo ante la fotografía que plasmaba a una pequeña y tierna Elena. Una punzada de dolor se le clavó en el pecho, cerró los ojos y trató de consolarse con la imagen de Sofía, pero eso no hizo sino traerle más tormento. Marcelo aún no le regresaba la llamada y si no salía nada por ese lado, no tenía la menor idea cómo conseguiría el dinero para investigar un poco más a fondo el estado de su hija.

Al sentir la presencia de alguien a su lado, Astor abrió los ojos.

—Para lograr esa fotografía fue todo un caos –dijo Elena. El escritor enfocó su campo de visión en ella y la descubrió sonriendo, él también sonrió—, fue unos cuantos días después del cumpleaños de mi abuelo, mi madre quería una fotografía con toda su familia y movió cielo y tierra para lograrla. No recuerdo muchos detalles, tenía como unos seis años y lo único que me interesaba eran las historias que mi papá me contaba antes de ir a dormir.

Plagiados AnónimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora