Sueños

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Viajaba de regreso, 7PM, 19H00, 24°C, 75°F. Las vías del tren chillaban con el pasar del transporte tan pesado que se hacía pesado precisamente por la notable obesidad de la sociedad destructiva en que crecí. Llegué a la estación más cercana a mi casa, y pensé al sacar mi pie derecho del vagón lo rutinario, la poca cordura que me dejaban las seis horas en el instituto... Subir las largas escaleras del terminal, pasar por el torniquete de salida, dirigirme a las puertas eléctricas mágicas (mágicas por su sensor de movimiento), girar a la izquierda y... 

Saqué mi pie izquierdo: caminar casi dos kilómetros, al departamento que alquilaba debido a mis estudios preparatorios, donde no me esperaba nada más que una cama incómoda de una plaza, la tv vieja de pancita regalada por la abuela que dejaba encendida para callar el silencio de la soledad, y una gotera que daba justamente al lavadero de la cocina, una ironía muy hilarante si queremos ser optimistas.

Tenía abajo la mirada, pues me lamentaba con cierta vergüenza la condición en la que tenía que estudiar, o la estufa en la que preparaba los huevos revueltos para el desayuno... Todo eso rondaba en mi subconsciente, cuando por orden del cerebro a los músculos de mi nuca, alcé la cabeza , y tu alzabas tu mirada en dirección a mí. Quizás puede resultar un poco cursi, pero la escena no fue así. 

En el ambiente sonaba reggaeton un poco sucio, tu sabes, del que vetamos de nuestra lista de reproducción. La vendedora del puestito de dulces ofertaba los últimos alfajores del día, y la fetidez de la orina había penetrado cada centímetro cúbico de la anciana edificación. 

Te vi ahí en el piso, tu cabello desaliñado, tus manos tan delicadas tratando de levantar el gastado libro de Rowling, y tus ojos de miel, de avellana, penetraron mi mente y yo involuntariamente como un becerro hacia ti caminaba, y te ayudé, y limpié tu bolsa de lana, y pregunté si estabas bien porque el gamberro del teléfono que te había hecho caer siguió  sin disculparse y seguía gritando en la bocina del móvil al pobre diablo que tenía que soportarlo.

- Gracias.- Dijiste.

- Harry Potter.- Contesté al ver la tapa del texto.

- ¿Te gusta?

- No.

No sé si fue frialdad/sinceridad o el hecho de estar impresionado ante ti, que no pude pronunciar ni un solo vocablo. Te levantaste y lanzaste una sonrisa amistosa... La camisa que usabas se había ensuciado un poco, y te habías lastimado la muñeca derecha al tratar de amortiguar la caída. Al ver que tenías que llevar algunas cosas, y una sola de tus dos sería insuficiente hasta para el ser humano con mayores índices de adaptación, pensé en la manera de echarte una mano.

- En esas condiciones no podrías llevar ni un libro de Coelho, y ya sabes lo ligero que es.

- Me duele un poco, pero con una dosis de antiinflamatorios se irá...

- Tomaré el libro y la bolsa. Te acompañaré a la salida y ya afuera serás problema del gobierno.

- Vale, pero no lo tienes que hacer.

Ahora, ¿qué hace un chico de 17 años heterosexual levantando a otro chico que ni siquiera conoce?, ¿con qué fin el sujeto en mención lo levanta?, ¿por qué piensa que su manera de flirtear es viable?, ¿por qué admiró tanto sus ojos? 

Quizás te diste cuenta de lo malo que se me da socializar, pero acompañarte ya era un logro, un 5 a 0 en Stanford Bridge a favor del visitante.

Nos dirigimos a la salida de la estación, sin pensar que esa puerta mágica sería la entrada a nuestros mejores sonetos.

*337 palabras por escribir - Tengo sueño y publicaré hasta dónde tengo*

El Arte De Tus OjosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora